Navitá
Ellos
25% de mal humor
20% de cansancio
5% de aspecto normal y decente
20% de empanadilla
30% de sueño
No agitar muy fuerte, ya que contiene un alto grado de odio hacia la especie humana. Puede producir dolor de cabeza. No exponer al frío intenso ni al calor agobiante.
Ahí voy yo, por mi calle, bajando directo hacia el edificio del averno. Cada vez Alberto Aguilera (la calle, no él) queda más cerca de mis pies, cada vez estoy más cerca de cruzar esa línea imaginaria que me transporta al mundo que más temo: el de los seres impolutos. Ya casi estoy llegando, levanto la cabeza, la giro, observo el reflejo que me devuelve el cristal del BBVA que hace esquina y sólo puedo ver un ente con cara de idiota, recién duchado y con unas ojeras en las que podrían desaparecer un grupo de niños que buscan un tesoro en una gruta. Ya estoy.
No Me Encuentro
Utópicos
Esquizofrenia
Este último año, he sentido que vivo en dos mundos diferentes, dos mundos totalmente enfrentados y separados que me sitúan en dos realidades distintas. Me parece que es un claro caso de esquizofrenia (no es grave, es light, no os preocupéis). Por un lado, llevo una vida feliz, en una ciudad grande en la que estudio una carrera que no sólo me gusta, sino que también es lo suficientemente fácil como para no absorberme esa misma vida. En ella soy un chico delgado, fuerte y con una melena rubia al que las mujeres desean y los hombres envidian; todo en esta vida es sencillo: no tengo más ataduras que las que me autoimpongo, y mi única preocupación es qué voy a comer al día siguiente, sin problemas de tipo personal, familiar o laboral que me resten un ápice de felicidad.
En la otra vida, soy un fulaniño gordito e inseguro que desprecia lo que hace, se desespera cuando tiene que entrar en materia en algún tema de lo que se supone su especialidad y en el que las preocupaciones se refieren a sus día a día; le preocupa su pasado, su presente y su futuro. Este chavalito vive angustiado por los límites que le marca el tiempo, por intentar relacionarse de la manera correcta con quien debe y no con quien quiere, por bajarse de vez en cuando los pantalones delante de los que tienen en su mano su futuro.
En la primera vida, en la vida de la ciudad grande, las ataduras que me autoimpongo, como dije antes, no son reales, sino simples invenciones: allí soy un hombre casado, con cuatro hijos y una mujer a los que debo mantener, por lo que debo esforzarme al máximo para sacar adelante las empresas que tengo en mente, si no quiero ver a mi familia durmiendo en un banco y bebiendo vino barato directamente de un brick escondido dentro de una bolsa de plástico. Es curioso, pero esa presión que tengo en esta vida me gusta; soy capaz de reducir mis horas de sueño, de perder tiempo de mi ocio, porque sé que la recompensa será obtener lo que busco o, por lo menos, llegar a ser la mejor versión de mí mismo. En la segunda estoy atrapado en un túnel sin salida. Todo es demasiado oscuro como para ver la luz al final. En esta vida soy soltero, no tengo responsabilidades tan serias, pero no soy ni la mitad de feliz. Es duro, amigos.
Hay veces, momentos de lucidez, en los que, como ahora, soy capaz de discernir las dos vidas; las puedo analizar, estudiar y observar, para sacar lo más provechoso en cada una y aplicarlo en la otra. El problema es cuando pierdo la cordura.
Todo empieza con un fuerte dolor de cabeza, los ojos se me enrojecen y empiezo a sentir un temblor en la pierna izquierda. A continuación, se me nubla la vista y me desvanezco. Cuando vuelvo a abrir los ojos no recuerdo quién era, y dedico un par de minutos a analizar la situación para identificar dónde y con quién estoy. En cuanto reconozco la vida en particular, me olvido de todo y juego el rol que me corresponde en la vida que me ha tocado vivir esta vez, sin recordar que en la otra soy más feliz o más triste, dependiendo de la vida que me haya tocado vivir.
Ahora mismo, dentro de mi poca lucidez, entiendo que estoy atrapado en la vida triste, pero estoy seguro de que, en unos cuantos días, volveré a sentir ese dolor de cabeza que me transporte a la vida de la gran ciudad. Por si acaso no os reconozco entoces, os saludo y me despido de todos, malditos bastardos.
P.D. Mira, blog, no me toques más las pelotas que estoy a puntito de romperte la carita.
Un Blog Con Sentimientos
-¿Sí?
-Eh...Mauro, soy yo, el blog. ¿No lo sabías?¿No te venía en la memoria del teléfono?
-No, es que...bueno, he perdido algunos móviles, creo que es un problema del teléfono. O de la tarjeta. No sé...¿bueno, qué tal va todo?
-Tú sabrás -contesté con un poco de retranca-. La verdad es que me sorprende que me preguntes "qué tal va todo" después de haberte pasado varios meses sin llamarme.
-Verás, blog, es que estuve ocupado. Sé que suena un poco raro, pero estaba estudiando Procesal, la que me queda para acabar la carrera, y no soy capaz de concentrarme en varias cosas a la vez. Cuando estudio, invierto casi todos mis esfuerzos en ello, y me es imposible realizar cualquier otra actividad más o menos intelectual. De hecho, me he limitado a ver la tele, jugar a la Play y poco más.
-Menuda mierda. ¿Te crees que me voy a tragar eso? Pero ¿por quién me has tomado? ¿Por un imbécil?
-No, ni mucho menos -contestó Mauro-; lo que te he contado es cierto, y si no te lo crees es tu problema, amiguito.
En ese momento, de la indignación, colgué el teléfono. No había nada que me molestase más que un imbécil con cuatro pelos en la cara que se hiciese el listo. Podía darme mil excusas, porque me hubiese creído lo que él me hubiese dicho, pero lo de que estaba tan ocupado que no tenía tiempo me dolió en el alma. Recuerdo cuando empezamos, hace algo más de un año (ni siquiera se acordó, el muy egoísta, de felicitarme, o de hacerme un regalito), con nuestra relación; al principio todo eran buenas palabras, todo eran promesas de continuidad y de fidelidad. Supongo que lo de ahora es una crisis, pero espero que no se acabe; aun no, por lo menos.
Necesitaba desahogarme. Lo siento si os he metido un rollo, pero me molesta que ahora le pidáis que actualice, quedándoos en lo superfluo, en la punta del iceberg. Y me molesta porque yo soy algo más que una estúpida página en un mar de conexiones. Tengo sentimientos, y Mauro debe comprenderlo y actualizarme como demostración de amor, no para complaceros a vosotros.
Espero que las últimas palabras no os molesten, no deberíais tomároslo mal. Sólo pido un poco de atención por parte de Mauro, nada más.
Espero que esto le llegue y se decida a volver conmigo, porque él es lo más imortante para mí.
Vuelve Mauro, te echo de menos.
Lo Particular
Que bonito es lo raro; que guay es la gente rara; que raro es lo raro. Mi casa, mi edificio, mi calle, todo es raro. No sé si es que lo veo desde otra perspectiva que antes, mucho más agotada por el calor y los exámenes, o es que ahora me fijo más en lo raro que es todo lo que me rodea. Me centraré en mi edificio:
El edificio donde vivo es raro. Entras y no pasa nada; avanzas hasta el ascensor por el portal y...todo bien. Pero claro, te montas en el ascensor y, cuando vas a marcar el piso al que vas sólo tienes dos opciones. Eso no es raro, "primero y segundo", pensareis. Pues no, amiguitos/as. El ascensor te lleva al primero y al...tercero. Tienes otras opciones, es cierto, como bajar al -1 o al -2, pero si te empeñas en llegar al segundo piso por el ascensor estarás haciendo algo inútil. Al principio pensé que era un error de fabricación del ascensor; luego me planteé la posibilidad de que los habitantes del segundo fuesen rechazados en la sociedad o en el edificio, como una especie de racismo. Lo peor fue cuando, decidido a investigar tal rareza, subí por las escaleras hasta mi piso, el tercero. Comencé subiendo los escalones que me llevaban hasta el primero. Allí eché un vistazo pero no vi nada raro. Continué subiendo y me paré en el descansillo que se forma en la escalera cuando esta cambia de dirección; si mis cálculos eran correctos, el siguiente tramo de escaleras me llevaría al tercer piso. En cambio, si aparecía en el segundo, se haría real mi teoría del rechazo a la gente que vive en el segundo.
Conté los escalones que me llevaban al siguiente y desconocido piso, mantuve la respiración y cerré los ojos. Cuando los abrí, un sudor frío me recorrió la frente. El cartel que estaba ante mí rezaba "Tercero" en letras doradas sobre un fondo de madera. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué habían hecho con la gente del segundo? Me empecé a temer que el edificio en su origen fuese de diez plantas. Con el paso del tiempo, las plantas pares habrían ido desapareciendo, con sus habitantes dentro, que quedarían atrapados en la nada (la Nada, esa cosa mala de "La historia interminable" que tanto agobio me producía). Si esto era así, ahora estarían despareciendo las plantas impares; habría desaparecido la novena, luego la séptima, después la quinta y, por último...la tercera, donde yo vivía.
Apresurado me acerqué a las escaleras, que continuaban subiendo. Lo malo era que no sabía hasta donde podrían llegar. Mi edificio no es alto, era imposible que tantas escaleras llevasen a un sitio real. Miraba hacia arriba y sólo veía escaleras que se multiplicaban y que ascendían hacia un fondo blanco. Quizás fuesen los restos de aquel edificio de diez plantas que, no dispuesto a ser olvidado, mantenía su estructura y se perdía en algún lugar desconocido. No subí. ¿Y si allí era donde vivían los habitantes de las plantas que habían ido desapareciendo? El miedo me recorrió el cuerpo en forma de temblor y se escapó en un leve tembleque de mi pierna derecha.
Me di la vuelta y me metí en mi casa. Afortunadamente, abandonaré este piso en pocos días, antes de que el tercer piso sea fulminado como los siete anteriores. Mis vecinos correran la misma suerte que los antiguos habitantes del edificio. Supongo que algún día nos encontraremos en otro edificio...o no.
De nuevo, hasta siempre. Os amo.
Queridos Reyes Magos
Soy Yo Respirando
-Sí, por supuesto, siempre llevo una en mi riñonera. Tome.
-Buf, gracias, estaba a punto de fallecer. El oxígeno es lo que tiene, que a veces te falta. No sé si viene a cuento, pero ay un viejo proverbio alemán que dice: “Si tul fíen grander nauer, graceistskich lavanerotik lorrrrrrgan”.
-Dirás que lo hay, no que lo ay…ay, ¿cómo sé yo que está diciendo ay en lugar de hay?
-No tengo ni la menor idea, pero debería consultárselo a su médico, señora.
Así es, con una bombona de oxígeno vivimos los vigueses.
Hoy nos jugábamos (no me gusta personalizar así cuando hablo del Celta, pero hoy estoy radiante) la vida contra el Atlético. A pesar de lo que piense Carlitos, el Celta y el Atlético son dos de los equipos más sufridores de la actual Primera División. El Atlético es “el pupas” de toda la vida; el himno de su Centenario así lo dice. Su historia habla de sufrimiento, de logros imposibles mezclados con unas derrotas históricas (como la final de la Copa de Europa), del doblete al descenso, y de tener a la promesa más firme del fútbol español en su plantilla (Torres, digo) a fichar a gente como Seitaridis, ejemplo de lo peligroso (o beneficioso) que es hacer una buena Eurocopa. El Celta, por su parte, ha escrito su historia en un nivel inferior, pero no por ello menos penoso. Las finales de la Copa del Rey, sobre todo la última contra el Zaragoza, o la de “me voy a la Champions y desciendo al año siguiente” han escrito también páginas importantes en su historia de equipo extrañamente condenado al sufrimiento.
Hoy me levanté sabiendo que iba a acudir al estadio Vicente Calderón. A las 19:30 horas ya estaba preparado para salir de casa. La radio, la entrada y unos buenos pañales: esos fueron mis acompañantes. Decidí ir solo porque estas cosas es mejor vivirlas a solas. Es como si tienes un examen que tienes que estudiar mucho, es mejor hacerlo solo porque con gente te despistas y el resultado final no es el esperado.
Desde Pirámides llegué al estadio acompañado de una muchedumbre atlética. Sólo algunos grupos de celtistas perdidos por el camino me hicieron sonreír, ya que iba muy concentrado. Me dieron ganas de pararme delante de alguno de esos grupúsculos celtistas y animarles, decirles que íbamos a ganar, que yo era de los suyos… pero me pareció un poco patético, así que me hice el sueco mientras leía un panfleto que me habían dado a la salida del metro que ponía “Directiva culpable” o algo así.
El estadio está bien. No es el Bernabeu (lo siento, Carlitos), pero desde mi sitio esquinado y cercano al césped podía ver todo el campo perfectamente. Del partido en sí no voy a hablar, ya que lo que pasó está en cualquier periódico, o lo habrán repetido mil veces en la TVG, así que me lo ahorro. Lo que sí diré es que en ningún momento la afición del Atlético nos (repito esa personificación, que implica implicación, valga la ortodoncia) cantó lo de “A segunda, a segunda”, salvo una parte de la afición atlética que estaba delante de mí que estaban recibiendo objetos contundentes como el palo de una bandera o un cigarrillo encendido desde lo alto, donde se encontraban los vigueses sufridores que habían ido al campo.
No voy a regocijarme en la posibilidad de que el Atlético haya perdido la opción de ir a Europa por culpa del Celta, pero en nuestra mente aun está grabado con fuego aquel último partido del Celta de Víctor Fernández que dejó de ir a la Champions por culpa de un 0-1 con gol de Solari que nos endosó el Atlético, dando la posibilidad al triste Lotina de hacer historia con MI equipo.
Nada más. Tenemos una semana más en Primera… a disfrutarla pues. Espero no celebrar la permanencia del Celta en la Cibeles con el título del Madrid, pero lo firmo ahora mismo.
Abrazos celestes para todas las gentes.
No Tengo Nada Que Contar
Mañana empiezo mis exámenes. Así es, empieza esa época tan esperada por los estudiantes en la que juntamos calor con un poco de estudio para que nos salga una maravillosa tarta de queso. El primero que tengo es Lengua II; es un complemento de formación, por lo tanto es de segundo de carrera, y es de esas asignaturas que debes aprobar sí o sí: primero, porque no necesitas estudiar mucho y segundo, porque los complementos de formación es mejor sacárselos de encima cuanto antes. La asignatura es bastante interesante y no, no hacemos aquellas cajas (o árboles, que también había) para analizar la estructura de la oración. Lo más interesante es la profesora...no penseis mal, lo digo porque es japonesa. Al principio desconfías un poco de una mujer de otra nacionalidad que pretende enseñarte cosas de un idioma que llevas hablando desde que tienes 12 años (lo sé, fui un superdotado que empezó a hablar prontito), pero luego te hace cambiar de opinión. A mí, por lo menos, me parece buena profesora.
Luego, esta maravillosa época de exámenes se extenderá hasta el 29 de junio, fecha en la que hago el último examen, Derecho de la Información. Es una gran alegría encontrarme con una asignatura de Derecho, algo de lo que escapaba estudiando esta nueva carrera. ¡¡Qué ironías, ja ja ja!! (esta risa debeis imaginárosla como la de un macho que fuma un puro y bebe una copa de ponche sentado en un sofá orejero mientras divaga acerca de la vida; también podeis no imaginárosla).
Entre mis actividades alternativas, que no alternatas, de estos días, se incluye mi presencia el sábado en el estadio Vicente Calderón para ver el efectivo descenso del Celta a Segunda División (el año que viene en la liga BBVA...que cool). Allí estaré yo, como un auténtico dominguero (sabadero, en este caso) con mi radio rezando por algún resultado que impida que el equipo olívico (creo que nunca lo había llamado así) descienda a los infiernos de la mano del antihristo...como soy.
Poco o nada más, así que dejadme en paz.
Os quiero. Abrazos efusivos a la par que distantes.
Ay, Como El Agua
Yo, insigne gallego, curtido en cielos borrascosos, hago oídos sordos (más bien, ojos ciegos) a la lluvia y me convierto en el único cuerdo de la ciudad. Que caen unas gotas...pues vale, no me voy a morir. De hecho, estudiar en Santiago durante 7 años me ha dado una resistencia a la lluvia y a las mojaduras tremenda. Yo en Santiago no usaba paraguas; lo iba dejando, posponía la compra del artilugio hasta que, cuando lo adquiría por una módica cantidad en el Mercado de Abastos, dejaba automáticamente de llover.
Además, Santiago es una ciudad mal construída. Lo siento, pero es verdad. Desde San Agustín hasta el Campus sur (unos 10-15 minutos a pie) no había a penas zonas donde cubrirse de la habitual lluvia. También es una ciudad traicionera; más bien su clima es traicionero. Un día te levantas y luce un radiante sol que te saluda introduciéndote un rayito por el ojo y piensas: "Mmmmm, el verano ha llegado al Corte Inglés...". Sales a la calle desabrigado, desnudo de ropa anti-lluvia, y comienzas a caminar. A los pocos minutos (o incluso segundos) una nube gris oscura se abalanza sobre tí y descarga toda su furia transformada en gotones de agua que te dejan pingando. Al cabo de unos años ya desconfías tanto qeu puedes reírte de los pobres neosantiagueses que confían su suerte a un vistazo por la ventana.
En Madrid no pasa eso. Llueve...pues llueve. No llueve...pues no llueve. Lo malo es cuando llueve.
A pesar de mi experto conocimiento de la lluvia y sus derivados, yo he caído también en la locura capitalina sometida a una incesante lluvia. Al mismo tiempo que la ciudad se encontraba repleta de carteles electorales (terrible el de Espe Aguirre, daba pavor esa cara megaestirada), también se sumía en un gris que ha durado dos semanas, demasiado para las gentes de aquí.
Mi confirmación de que había entrado en ese círculo sin fin de locura en el que se encuentra la gente de Madrid con la lluvia llegó el pasado viernes. Llovía, sí, y mucho, en Getafe. Al salir de clase decidí coger el bus (en lugar del cercanías que cojo habitualmente) para que me llevase a la parada de metro de Plaza Elíptica, que pertenece a la línea 6, la circular, y que me lleva a mi casita sin hacer ningún cambio de vía ni tonterías del estilo.
El autobús paró y cientos o miles de personas nos bajamos apurados para no empaparnos con el chaparrón que caía en ese momento. Crucé dos pasos de cebra adelantando a todos los viejo y jóvenes que me encontraba en mi paso y llegué a la boca de metro. Un cartel anunciaba que era la parada de Plaza Elíptica y unas escaleras te invitaban a entrar allí, para resguardarte por fin de la lluvia.
Mientras bajaba las escaleras, todo tipo de vendedoras ambulantes intentaban hacer negocio: "Chica, mira que jamiseta tan bunita, cariño" o "Compra unos calcitines y te llevas otros dos, ¿eh?" eran frases que se escuchaban mientras nos adentrábamos en el subterráneo. No reparé en ninguna de ellas...salvo en una.
Al lado de la puerta que da acceso a la estación en sí, se encontraba una mujer de pequeña estatura y rasgos orientales. "China", pensé, aunque rápidamente me corregí, ya que podía ser taiwanesa, koreana del norte o del sur...asiática, en fin. En el segundo que me llevó cruzarme con ella escuché su frase para vender su producto; una frase que, de haber sido utilizada por una empresa de marketing (MKT), hubiera sido la bomba. Pero como aquello lo decía una asiática afincada en Madrid que vendía cosas en la entrada del metro de Plaza Elíptica, no le llamaba la atención a nadie...salvo a mí.
Me paré un metro después de haberla dejado atrás y escuché con atención aquella turbadora forma de vender su producto:
"Palaguas, palagua, palagua, palaguas, palagua, palaguas..."
Me quedé atónito. Me costaba reconocer cuándo decía "palaguas" y cuando decía "palagua", pero interpreté de una manera sutil (la sutileza me define) que era un juego de palabras. Aprovechando la forma de hablar de los chinos (ahora estoy seguro de que era china), no pronunciaba la "r" de "paraguas", sino que la sustituía por una "l". Era algo típico, todos imitamos a un chino hablando cambiando la "r" por la "l", pero lo había llevado a otra dimensión.
Quise interpretar que vendía paraguas para el agua. Para el agua paraguas. Pal agua paraguas. Paraguas pal agua. Palaguas palagua. Palagua palaguas...Maravilloso. No me atrevería a decir que esa era su intención, ni tampoco se lo pregunté, ya que hubiese sido un poco absurdo decirle: "Perdone, asiática dama, lo hace a propóstito, ¿no es cierto? Dice "palaguas" haciendo referencia al artilugio y "palagua" haciendo referencia a su utilidad...dígame que sí y me casaré con usted".
No sé si su estrategia empresarial sería esa, la verdad, lo único que sé es que me paré durante un minuto a un metro de ella tratando de descifrar aquel mensaje oculto en un problema de pronunciación. Mientras la gente golpeaba su hombro con el mío y me increpaba, pues estaba tapando la puerta de entrada, volví a la realidad. Giré a mi izquierda (¡milagro! yo sólo soy capaz de girar a la derecha) y huí para coger el metro.
Dama asíatica, sigue así.
Os quiero. Disfrutad de la vida.
Directo Al Corazón
Era una mañana de un alegre Noviembre, de esas en los que el sol ha decidido vencer a las nubes y abrirse paso hasta encontrar un espacio amplio desde el que lanzar sus rayos directos a la cara de los estudiantes. El curso estaba casi recién empezado; tan sólo hacía un mes que el contacto con las aulas, los nuevos compañeros y los nuevos profesores eran parte de mi nueva vida. A lo largo de las cuatro semanas en las que había ido enlazando las novedades para formar un nudo al que agarrarme por las mañanas, había notado como algo cambiaba en mí. No sé si se podría llamar amor, odio, obsesión o fijación, sólo sé que algo me había hecho cambiar.
Aquella mañana de Noviembre, de un lunes perezoso concretamente, me iba a reunir de nuevo con ella. Teníamos un acuerdo tácito: nos veíamos todos los lunes por la mañana durante cuatro horas, pero a penas debíamos intercambiar alguna palabra, no fuese que nuestra pasión se rebelase y nos convirtiera en dos animales entregados a la pasión. Pero aquel acuerdo se rompió. No fui yo, todo hay que decirlo, el que olvidó que las cosas en secreto son más bonitas, más bellas, más hermosas. Ella fue la que decidió que no aguantaba más esa incertidumbre, esa manera de ocultar los sentimientos más primitivos que todos llevamos dentro.
Lo recuerdo como si fuese ayer. Ella, subida en la tarima que reina sobre los pupitres del aula; moreno tizón su pelo, escasa estatura y un jersey rojo que dejaba entrever las carencias que Dios le había otorgado. Es cierto, parece difícil que tengamos ciertas carencias que alguien nos ha entregado, ya que de las carencias se carece (por lo tanto nos las han quitado, en todo caso), pero supongo que las cosas no pasan porque sí; a mí, por ejemplo, Dios (o quien sea) me ha dotado de ciertas carencias (al igual que me ha dado algunos atributos), me ha creado con huecos, espacios o “falta de” ciertas cosas, como puede ser un filtro para saber en qué momentos es bueno decir algo y en cuales no. En todo caso, aquel jersey dejaba a la luz las carencias que su físico echaba de menos y que eran objeto de escarnio público: no tenía cuello. Su cabeza y su tronco estaban unidos por una masa de carne en forma de papada que desvirtuaba cualquier intento de denominar a la masa con un término aproximado; no era cuello, ni siquiera era una papada. Era algo indeterminado, tan indefinido como puede ser un sentimiento o un dolor desconocido. Ella no hacía mucho por evitar mostrar esa carencia, quizás porque es difícil esconder lo que no existe. Hay defectos que, al no ser tangibles, no se pueden esconder, incluso es posible que ella no fuera consciente de que no existía en su cuerpo un elemento tan fundamental como lo es un cuello.
Es increíble que no nos damos cuenta de la importancia de algunas partes de nuestro cuerpo hasta que no nos paramos a pensarlo. El cuello es imprescindible para la comunicación no verbal: sin cuello no te puedes encoger de hombros, no puedes negar, afirmar o dudar con un gesto. Sin cuello todo el cuerpo se mueve en la misma dirección, haciendo que un simple “no” con la cabeza se convierta en un baile ridículo del “La la la”. Su inexistencia te impide girar la cabeza hasta el tope que nos marca el hombro, haciendo que una simple mirada a un lado se parezca a una marcha militar.
Mientras empezaba la clase, yo me desvanecía por su físico. La miraba de pies a cabeza, por si su cuello estuviese posado en otro lugar menos adecuado, como un pájaro que revolotea alrededor de un tronco de árbol. No quería imaginarme qué pasaría si, de repente, su cuello apareciese encima de su rodilla. Si así fuese, sus movimientos serían mucho más incoherentes de lo que ya eran, ya que no podría flexionar una de sus piernas, convirtiéndose así en un muñeco rígido y absurdo. ¿Y si le apareciese en la espalda? El cuello ahí carecería de sentido y de utilidad; sería una joroba incómoda que, con el peso que ejercería, acabaría convirtiendo a aquella mujer en un “Pozí”, pero sin tanta gracia (si es que Pozí la tiene). Mientras hacía ese viaje por lo absurdo del cuello en otra parte que no fuese el espacio entre el tronco y la cabeza, un alboroto me devolvió a la realidad. En plena clase, una discusión acerca de los términos en los que debía impartirse la clase. Me conecté rápido a la conversación e intervine evitando pensar que hablaba hacia un ente incompleto.
Acabé mi oración y se hizo un silencio que daba miedo. Aquellas palabras unidas en mi cerebro y expulsadas por mi boca habían golpeado la realidad de la clase; lo que yo dije con la autoridad que me autoconcedo, mezclada con un poco de respeto y un poco de crítica, se había convertido en un puño cerrado que había impactado contra aquel cuerpo repleto de carencias.
Se rompió el silencio. Su contestación fue el reflejo de una ira desconocida y escondida entre los recuerdos de aquella carencia con piernas. Lanzó su flecha contra mí. Tensó la cuerda de su arco y la soltó con una violencia tan descomunal que me atravesó las costillas y se depositó en mi dulce corazón hecho de golosina, cartón-piedra y hojalata. Los segundo posteriores fueron vitales para mi vida. Herido de muerte, arrastré la lengua tratando de buscar la palabra precisa para el momento, pero no hubo respuesta: la flecha ya había hecho su trabajo. Un “oooohhh” y un “haaaaalaaaa” cruzaron el aula como dos buitres carroñeros a la espera de mi pronta defunción.
Así fue. Caí sobre el pupitre mientras un charco de sangre se convertía en mi sombra de lunes.
Directo al corazón. Así, como fue lanzado, llegó.
Sed afortunados en la vida.
El Señor Gutiérrez
El señor Gutiérrez trabajaba duro, pero no era muy bueno. Era el típico tirillas que en su universidad era un rey, pero que en el mercado laboral de la realidad no conseguía que nadie confiase en él. Quería ser mediocentro, de esos que construye el juego de la empresa y retiene poco los cueros, que siempre da la salida correcta, ya sea a dos metros o a treinta. Pero allí no triunfaba; otros señores le tapaban los huecos que tenía para ser dominador de céspedes verdes, y los jefes le tenían por eterna promesa.
Más tarde, el Señor Gutiérrez cambió. Un señor de bigote, en vez de pasar de él, decidió ascenderle en el trabajo que tenía: su misión era, en esos momentos, finalizar el trabajo de sus compañeros. Se había convertido en la pieza final de un engranaje caro al que se le exigía mucho. No lo hizo mal, el señor Gutiérrez, no. Cinco temporadas después de su debut, cinco años después de ser una chica en un mundo de pelos recios, se había convertido en un finalizador. Ahora usaba la cabeza para otras cosas que no fuesen sólo llevar peinados de estrellas del pop o de la pasarela: la utilizaba para hacer el trabajo que le había encomendado su jefe de bigote, y él remataba todo lo que le llegaba, a veces, incluso, con los pies.
Luego todo volvió a ser lo de antes. Un chico gordito con dientes de conejo llegó a la empresa y el señor Gutiérrez veía el trabajo de sus compañeros desde un banco. A veces salía con los demás a trabajar, pero ya no era protagonista de la cadena de montaje de la empresa.
Un día casi se va de la empresa. Una empresa cercana, la rival de toda la vida, le hizo una oferta para que fuese el distribuidor del cuero allí, pero el señor Gutiérrez la rechazó y dijo que quería seguir en la empresa de siempre, por no cambiar, supongo.
Entonces, sin que nadie se diese cuenta, aquella chica de melenita, aquel cantante de grupo pop se convirtió en uno de los jefes de los trabajadores. Trabajaba mucho y muy bien, incluso fue a trabajar alguna vez con otros españoles para la misma empresa, o a hacer unos cursillos todos juntos. Lo malo es que cuando había cursos de aquella empresa importantes o divertidos él no iba. El jefe de aquella empresa que reunía a los españoles que mejor trabajaban no le llevaba porque decía que no era necesario.
Hoy en día, el señor Gutiérrez se dedica a hacer huecos en empresas rivales. Recoge todo el cuero que ve por el cesped y se lo envía a sus compañeros de trabajo para que lo metan en una red. El domingo pasado, sin ir más lejos, hizo varios envíos que acabaron en la red de la empresa rival, y ahora todo el mundo le quiere. A veces se olvidan de que el señor Gutiérrez actúa como la niña de melenita de sus primeros años, y que se queja o insulta al hombre que vigila el tráfico de cueros entre las empresas; otras veces no hace ningún envío, ni siquiera los remata con la cabeza o con los pies. Es que algunos olvidan que, como todos los grandes trabajadores que no son genios (porque si fuesen genios estarían fijos en las empresas cobrando millonadas), es muy irregular: lo mismo te hace diez envíos en cinco minutos que se sienta en su mesa y se pone a leer una revista o a romper el mobiliario de la empresa. También hay gente que dice de él que, cuando trabaja todo el día, no es lo mismo que cuando se exprime en media hora, igual que su amigo en la empresa, un tal señor González Blanco.
A mi me gusta el Señor Gutiérrez. Es muy guapo. Espero que pronto vaya a la empresa esa de los mejores trabajadores españoles, pero espero que no lo haga sólo por haber hecho algún envío bueno en una jornada de trabajo.
Pues eso, que el señor Gutiérrez tiene unas cosas...
Conversación robada a Almudena
Cardeloya, de 78 años y secretaria de la empresa donde trabaja el señor
Gutiérrez
Con Un Sorbito De Vino
Entre tanto chiste y tanta felicidad popular (sí, lo de “popular” debería ir entrecomillado para hacer notar la doble intención), surge ahora, desde los más oscuros rincones de un pasado excesivamente reciente, la figura menuda y deslenguada del que fue emperador de la gran nación en la que vivimos. Sí, caballeros y damas por igual, me refiero al señor Aznar. Los calificativos despectivos que se le pueden añadir a su apellido, ya sea por delante o por detrás (otra aberración para él, seguro) son poco más que epítetos que sobran por ser lo suficientemente conocidos y reconocidos. No pongo en duda que España fuese bien, nunca me paré a ver los datos económicos ni sociales del anterior Gobierno, ni siquiera merece la pena hacer leña del árbol caído en lo que se refiere a distintas decisiones que provocaron la masiva salida a la calle de españolitos indignados; muchas de esas decisiones (guerra, chapapote…) no me atrevería a decir que no hubiesen sido tomadas por otros partidos de haber estado en el poder en ese momento.
Esto que digo viene al caso por las declaraciones del ínclito Aznar a cerca del vino y de la conducción. En mi memoria está grabado como en piedra aquel anuncio de Steve Wonder que nos decía, en un español macarrónico, que si bebíamos, no deberíamos de conducir. Aquella frase de “Si bebes no conduscas” se hizo famosa entre la gente, aunque no llegó a calar lo suficiente como para convencer a la gente de que era malo ir borracho e ir conduciendo, de ahí la continua cifra de muertos en las carreteras y todo eso que ya sabéis. Pues bien, ahora sale Aznar diciendo que a él nadie le dice a qué velocidad debe de conducir ni cuántas copas de vino se puede tomar… que no le gusta que coarten su libertad individual, la libertad que tiene por ser persona. Es verdad. Que no se limiten las libertades. Por eso los gays, los que están favor del consumo del cannabis, los que piensan que se debe permitir mear en la calle, los que opinan que estar desnudo en un bar es bonito, los que opinan que quemar un contenedor de vez en cuando mola, los que están a favor de pegar palizas a negros e indigentes, los que disfrutan alzando el brazo al aire debajo de algún aguilucho… todos tienen una razón para defender su libertad personal. A mí nadie me puede decir que no beba y conduzca porque no hago daño a nadie…eso dice Jose Mari.
Lo peor es ver el vídeo de las declaraciones de Ánsar y ver como el labio leporino, que esconde debajo de su bigote recortado al más puro estilo de los grandes gobernadores justos del mundo, se mueve a un compás distinto al habitual; sus ojillos, su lengua resbaladiza, su pelazo que le da un toque, como alguien dijo, de “homeless”, todo hace indicar que J.M. se ha pasado al lado oscuro. Quiere libertad, quiere sexo al aire libre con bellas féminas, quiere fumarse un porrito tranquilo para hacer un viaje sideral al mundo de Lucy, quiere olvidar que ya no juega con su balón en forma de esfera terrestre mientras suena una bellísima canción, quiere volver a ser aquel niño rebelde que un día fue, le gustaría recuperar la movida madrileña para echarse aspirinas en la coca-cola y flipar con Caca Deluxe.
En fin, el ex-presidente del Gobierno, uno de los últimos exponentes de la derecha en España, ha conquistado a todo el público con su último monólogo. Todos sabíamos que a Aznar le gustaba la Botella, pero tanto...
Desgraciadamente, a los que detestan a la derecha, los que opinan que el PP es fascista, incoherente e incompetente, no ha hecho más que darles razones para que lo sigan pensando.
Yo tengo la suerte de conocer a gente de derechas, a gente del PP, incluso a gente que estoy seguro de que votarían a Ansar. Ellos me hacen pensar que un individuo no representa a nadie, y menos cuando su cargo es de ex (es cierto que es presidente honorífico del partido, pero bueno).
Nada más. Lo dejo porque no me gusta entrar en política ni en cosas tontas que luego crean conflictos y tal. Sólo recomiendo el visionado, al más puro estilo guliesco, de las declaraciones de J.M. porque no tienen desperdicio. Ahora me voy, que me espera un coche, tres botellas de vino y un poco de cocaína. Va a ser un día grande.
Que viva la libertad, ¿no?
Va De Fútbol (Americano)
"En América tenemos leyes; leyes contra el asesinato, leyes contra el robo y se da por hecho que, como miembro de la sociedad, te riges por dichas leyes. En West Canaan, Texas, existe otra sociedad que tiene sus propias leyes: el fútbol (americano, por supuesto)es una forma de vida". Así empieza esta obra maestra del típico género americano del futbol-flipe. Y es que, con este comienzo, con estas palabras que resuenan con unas imágenes del paisaje americano y un árbitro de fútbol americano haciendo aspavientos con los brazos, ya te puedes esperar lo mejor del mundo.
El argumento es el típico de las películas de este género, más cuando el escenario de la trama es la liga de fútbol americano que se juega entre institutos: equipo con entrenador chulo que lo ha ganado todo, quarterback guapo y genio del deporte, jefa de animadoras guarrilla y todo el pueblo que flipa y vive por y para el fútbol (americano). El protagonista no es menos habitual: chico normal que chupa banquillo pero que, un día de suerte, se convierte en la estrella del equipo. Pero al margen del argumento, bastante manido ya, lo mejor son los personajes y las grandes frases que llenan la película más que el argumento en sí, que es poco menos que original.El prota de la película es James Van Der Beek. Sí, claro, Dawson, el de Dawson crece. Casualmente hace un papel igualito al de la serie: chico bueno, con novia buena, pero que también está bueno (aunque aquí, supongo que para alejarse del papel de Dawson, su pelo es castaño-caca. Por cierto, el nuevo color de pelo no evita que haga exactamente el mismo papel). Él es el quarterback suplente y le importa muy poco el fútbol...hasta que se convierte en titular por la lesión del quarterback habitual, Lance Harbor, interpretado por Paul Walker (sí, Dani, el de The fast and the furious). Dawson, que en la peli se llama Jonathan Moxon, "Mox", se hace con su puesto y, aunque el entrenador le odia, es superguay y hace ganar siempre a su equipo. La relación entre los dos quarterbacks es demasiado finolis, ya que son amiguitos desde pequeños y no existe esa rivalidad insana entre guays, que sí la ejercen sus respectivos padres.
Otro gran personaje es Billy Bob (Ron Lester), el gordo encargado de proteger al quarterback en el campo de juego. Para él son los mejores momentos de la película: tiene un cerdo que se llama bacon (originalidad máxima), todos le animan al grito de "Billy Bob, Billy Bob, Billy Bob" para que beba en una fiesta post-partido, y el entrenador Kilmer (John Voigt) le dedica unas estupendísimas palabras en la enfermería del instituto: "Eres un buen soldado, William Robert". Y tanto que lo es. Ese gordito (o de constitución fuerte...o gorda) es el auténtico héroe patriótico americano, que orgullosos deben de estar sus padres...salvo porque tiene un grave problema con las grasas, el alcohol y los golpes que recibe en la cabeza.
El entrenador Bud Kilmer (John Voigt, el papá de la Angelina Jolie) es el típico capullo que no debe faltar en ninguna película que se precie. Racista, egoista y solitario, representa todo lo que los niños de hoy en día quieren ser. Lo mejor de él es la estatua que le hicieron en su honor por ganar campeonatos interestatales en la categoría "Institutos". Y luego a la gebte le parece raro que quisiesen hacerle una estatua a Mostovoi en Vigo...¡pero si es lo que se lleva!
Otro miembro del equipo es Tweeder (Scott Caan) que es otro de esos personajes que no puede faltar en una película típicamente americana: el salidísimo. Su mejor escena, cuando desde un coche de la policía con tres mujeres desnudas en su interior intenta detener a Moxon con estas palabras: "Jonathan Moxon, queda detenido por no estar desnudo junto a una tía buena que quiera bañarle con su lengua. Ahora quítese la ropa y métase en el coche". Gracias por estas palabras. Y es que todo el mundo debería ser detenido por eso, que reformen el Código Penal YA. Evidentemente, Dawson se comporta al más puro estilo Brandon Walsh y le cede su cazadora de jugador guay a una de las chicas que dice tener frío. Quien fuera esa mujer...o esa cazadora.
Personajes femeninos: Amy Smart (como el coche), que interpreta a Jules, la hermana del quarterback Lance Harbor, y novia de Dawson. Mujer aburrida que no quiere que su novio se convierta en una estrella del fútbol (americano, insisto). La otra, la jefa de las animadoras es Darcy Sears (Ali Larter), que nos deleita con la escena del bikini de nata. Perfecta actuación de guarrilla que sólo quiere salir con el que sea el quarterback titular y le pueda sacar de ese maldito pueblo donde viven.
Nada más puedo decir de este maravilloso filme, repleto de partidos y de flipe a raudales. Es cierto que hay otras películas del mismo estilo, como Friday Night Lights, que la ponen ahora en Digital+ (por lo menos la ponían en Semana Santa) con otras frases para la historia como "Sed perfectos". Creo que también se desarrolla en algún pueblo de Texas que vive por y para el fútbol (americaaaaano) y su equipo del insituto.
Ay, quien fuese americano y jugase al fútbol (americano), sobre todo si eres quarterback, guapo, rubio y fuerte. Supongo que yo sería uno de los pardillos del instituto o la jefa de las animadoras, aun no lo tengo muy claro.
Nada más. Ved esa película si no la habeis visto, o volved a verla. Es una orden. Ah, y sed perfectos.
A Sangre Fría
Eran las once de la noche. Había acabado el partido Manchester-Milan y, como no echaban nada en la tele, me puse a ver unas charlas de Kevin Smith en Youtube en la habitación que me cedieron en el piso por tener el dormitorio más pequeño. Mientras me reía y disfrutaba de las cosas que se decían en esas charlas del director que recordareis de películas como Clerks, Mallrats o Jersey Girl, esta última un pastelón, algo me sorprendió a traición.
Por el hueco de la ventana que había dejado abierto para luchar contra el calor que hace estos días en Madrid, entró un insecto horrible. Revoloteó varias veces, como confundido, sin saber qué hacía exactamente en mi estudio. Después de dos o tres bandazos se posó en la pared que está enfrente de mí, de la que me separaba una tabla de madera muy ancha que se sostiene con la ayuda de tres caballetes estratégicamente colocados. Y ahí se quedó. Yo me saqué las manos de la cara, que me había cubierto para que no me atacase, y pensé: “Dios, qué mala suerte tengo. Odio a los bichos; me dan entre miedo y asco. Soy un mariquita de la leche”. A continuación, empecé a pensar mi plan para asesinar a aquel ser malvado. Mientras, él no se movía, como si estuviese cómodo en mi pared y pensase quedarse ahí mucho tiempo.
Primero pensé en sacarme el zapato, pero era muy aparatoso hacer todo aquel despliegue físico-mental, así que decidí cambiar el arma de ataque. Me levanté y cogí un periódico de la estantería (El País). El periódico era perfecto como arma homicida: no dejaba rastro y me podía deshacer de él fácilmente, incluso limpiándome el culo con él. Me quedé parado unos segundos, sin saber bien cómo ejecutar aquel golpe mortal. Tenía que calcular el golpe y sus consecuencias, como lograr que el bicho cayese encima de la mesa y no sobre algún papel mío o que se quedase pegado al papel, ya que así me sería más difícil deshacerme del cuerpo, que quedaría descuartizado y me lo ensuciaría todo. Mientras calibraba mi golpe y sus efectos, el insecto despegó de su refugio y comenzó a revolotear de nuevo, como si supiese que aquel trozo de pared ya no era un lugar seguro. Me lancé al suelo para que no me lograse tocar y giré varias veces sobre mi cuerpo, buscando un refugio para rehacer mi plan de ataque.
La cosa se había complicado demasiado. Me planteé dejarlo vivir; me acostumbraría a vivir con aquella cosa en mi habitación, al fin y al cabo parecía simpático…además, no quería que se enfadase y me comiese. Exhausto por el esfuerzo, el bicho se posó, pero esta vez en la pared contraria, mucho más a mano para ser ejecutado por mi periódico-matabichos. Cuando ya tenía el brazo armado, la ira en mis ojos y los calzoncillos un poco manchados, noté como aquel ser malvado cambiaba sus rasgos y se convertía en un ser afable, cariñoso, me atrevería a decir que incluso curriño (creo que nunca había utilizado esta palabra). Al fijarme en él, dejando atrás mi odio y mi conocimiento de que era un ser peligroso, me di cuenta de que era una polilla. Una simple y bella polilla mariposa, de esas que buscan la luz, como la niña de Poltergeist.
La mariposita me miró y me dijo: “Por favor, no me mates. ¿No te das cuenta que sólo quiero un hogar feliz, donde haya un chico amable que me cuide y me haga compañía?¿No te das cuenta que es mejor de pedir que de robar?” Vaya, a cualquiera que tenga alma, ésta se el rompería en mil pedazos al ver cómo dos lagrimones surcaban su cara (o su no cara), y más después de aquellas palabras. Quizás estábamos ante el inicio de una gran amistad, de un nuevo concepto de la vida, en la cual las mariposas polillas fuesen el mejor amigo del hombre, y no los malditos chuchos. El brazo me empezó a pesar, mis ganas de matar desaparecían, desaparecían, poco a poco, al mismo tiempo que mis ganas de construir un futuro junto a aquel maravilloso ser de la naturaleza crecían irremediablemente. Pero cuando mi brazo estaba cediendo ante aquel discurso tan emocionante, vi cómo esbozaba una sonrisilla maléfica, e incluso escuché: “Ji ji, pardillo”. Entonces me cabreé de verdad. Volví a alzar el brazo con decisión y grité: “¡Cómo has podido haceme esto! ¡Yo que confiaba en ti!”. “Despierta” dijo, “lo nuestro es imposible. Los hombres sois los archienemigos de las mariposas polillas. Acabaremos con vosotros cuando llegue la nave QJWWXJL-5634 de nuestro planeta”.
(Retomo la acción) Allí estaba yo, con el brazo en alto portando un arma de destrucción masiva. Y allí estaba él, el ser más despreciable que jamás había existido. Me había utilizado, se había comportado como una mujerzuela que busca alcanzar los fines que pretende a base de engañar a los machos. Entonces, como si un espíritu me poseyese, estas palabras salieron de mi boca: “¿Hablas conmigo? ¿Me lo dices a mí? Dime ¿es a mí? Entonces ¿a quién demonios le hablas si no es a mí? Aquí no hay nadie más que yo. ¿Con quien puñeta crees que estás hablando? A sí, eh, muy bien“. En dos milésimas de segundos, mi brazo pasó de la posición de “ataque” a la posición de “muérete”. El periódico salió con la velocidad de una bala e impactó contra él. El golpe fue tan seco, tan perfecto, que no quedó rastro en el blanco de aquella pared. Su cuerpo, con las alas entreabiertas, quizás buscando una salida que nunca encontró, yacía sobre el parqué de mi habitación. Una gota de sudor frío me recorrió por la espalda. Había matado. Había hecho algo con la sangre fría del asesino a sueldo y la eficacia de un ninja.
Salí del cuarto y cogí la escoba y el recogedor. Barrí los restos de mi enemigo y le hice un entierro a la altura de un rival de tal calibre. Caminé con paso lento hasta el baño entonando una triste canción (realmente sólo me salió la canción de “La cucaracha”, que irónico), levanté la tapa del retrete y dejé caer su cuerpo sin vida en el agua. “Descanse en paz, amigo” dije, y tiré de la cadena. Allí iba, al cielo de los animalitos, a reunirse con otras de su especie. Me dio pena la verdad, pero el futuro de la tierra estaba en mis manos, y no eran plan defraudar a nadie.
Así fue, y así lo he contado. Y recordad, matad a las maripositas polillas, pues ellas nos quieren invadir.
Besos.