Desde hace un tiempo no me encuentro. Hoy me levanté de la cama, me hice un café y fui al baño. Me miré en el espejo, pero no me reflejaba en él; le hice varias preguntas, pero no me contestó a ninguna de ellas. El pantalón del chandal había perdido su color azul de siempre y se había convertido en un pantalón desconocido para mí: era verde. Es curioso como muchas veces lo que conocemos o de lo que estamos seguros, cambia, pierde su esencia de un día para otro. Las calles por las que paso todos los días se han vuelto más estrechas, y la gente que se cruza en mi camino no se aparta para dejarme pasar, sino que me bloquea el paso continuamente y no me dicen nada, ni me piden perdón ni me insultan, sólo se comportan como si hubiesen topado con un elemento incómodo que no les deja avanzar, que les detiene su paso.
Estos días también he perdido varias palabras de mi vocabulario. Todo empezó como un pequeño despiste, como un olvido fugaz de algunas palabras básicas de mi vocabulario que no salían de mi boca cuando trataba de pronunciarlas; hacía el gesto con la boca, lo acompañaba de algún gesto corporal que sostuviese el significado de aquella palabra, pero todo se quedaba en un leve balbuceo imperceptible para el resto de la gente. No me preocupó en exceso todo aquello y lo achacaba al cansancio y a una posible gripe futura que me conquistaría en unos días, pero la cosa fue a peor.
No recuerdo la primera palabra que perdí, y aunque la recordase, sería imposible transcribirla o decirla, porque ya no existe en mi vocabulario. La mayoría de las personas no es consciente de lo que me pasa, pero si mis cuentas no me fallan, he perdido unas 34 palabras en los últimos seis días, y me parece que esto no tiene un fin cercano. Es triste ver cómo pasa el tiempo por delante de ti y cómo se va llevando las palabras poco a poco, igual que el viento arrastra los papeles desordenados de una mesa.
Al perder algunas palabras, muchas de ellas muy importantes para existir, he ido olvidando conceptos que tenía interiorizados y que reconocía con facilidad. Ahora hay veces en que las mesas contienen elementos que no soy capaz de reconocer, o el metro contiene otras dentro de el vagón que no soy capaz de diferenciar. Muchas de las fotos que tengo han perdido su esencia; las personas no van vestidas igual que antes, como yo las recordaba, y sus miradas parecen distantes y cercanas a desaparecer en cualquier momento. A lo mejor son las mismas miradas que antes, o llevan la misma ropa, pero yo no puedo identificarlas porque he perdido demasiadas palabras y conceptos como para hacerlo.
A todo esto se suma que también, acompañando la pérdida de las palabras y de los conceptos, han desaparecido los pensamientos racionales. Todo lo que me parece ahora razonable no concuerda con lo que se supone debe ser propio de la razón, y la gente me lo hace saber constantemente, sin saber que la razón de todo es que pierdo cosas sin enterarme. Si para mí es razonable, propio de un pensamiento racional, que mi guitarra tenga sólo cinco cuerdas, todo el mundo me dice que los acordes así no suenan igual, que las canciones no dicen lo mismo, que las melodías se pierden en el hueco que deja esa cuerda en el mástil. Yo pienso, desde mi razón enfermiza, que quizás las canciones que yo quiero escuchar o tocar no dicen lo mismo cuando las escucho yo que cuando lo hacen ellos.
El otro día me perdí a mi mismo. Desaparecí durante diez larguísimos minutos y cuando me encontré todo seguía exactamente igual. La verdad es que me busqué, me esforcé para encontrarme pronto, no fuese a pasarme algo y yo no me enterase por no estar en el lugar adecuado, pero no me encontraba; me había escondido tan bien que ni yo mismo pude saber dónde me había metido. Lo raro es que llevaba la cartera, las llaves y el abono de metro, y yo nunca salgo sin esas tres cosas; se me puede olvidar una de ellas (el abono, casi siempre), pero las tres es imposible. Supongo que por eso sólo desaparecí diez minutos, porque me dí cuenta de eso, de que me había olvidado de coger las llaves, la cartera y el abono. Aparecí por la puerta de la habitación y me alivió mucho verme, porque ya estaba muy preocupado, pensando en qué lugar me encontraría y qué me podría pasar si no volvía pronto...
Pues eso, que últimamente no me encuentro.