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¿Quién hubiera hecho lo mismo en su lugar? ¿Quién, con ocho años, se hubiese lanzado hacia el mundo a buscar a la que se había ido? Seguramente nadie. Viajó, durante años, en su búsqueda. Cada país, cada ciudad, cada minuto era una nueva decepción. Ella ya no estaba, se había ido. Luchaba contra los elementos, que le devolvían imágenes de recuerdo en blanco y negro. Cuando lo logró era demasiado tarde.
Hace dos días, se ha encontrado en Rosario, Argentina, un diario del mismo que partió desde los Apeninos a los Andes. Un cuaderno gastado, viejo, con las hojas desubicadas que se han podido ordenar gracias a que cada día desde que la encontró ha fechado cada acontecimiento dia a dia en su vida. A falta de estudios grafológicos, se sospecha que son de él, del mismo que vivía en un pueblo italiano. Su nombre y sus constantes referencias a su madre han hecho creer a la policía científica que él podría ser su autor. Un diario de su vida, una vida que ha terminado aniquilada por las drogas y por el alcohol, dicen. Sólo era una cara anónima en las calles de Rosario. Sólo era un alcohólico que vivía en pensiones de mala muerte y que se vendía al mejor postor para cualquier tipo de trabajo, por innoble que fuese.
Hasta mí han llegado algunos fragmentos, breves anotaciones o, simplemente, frases que escribía recostado en aquel colchón de gomaespuma sobre un catre de madera en el que le encontraron ya sin vida hace unos días. Sólo tenía 37 años.
"Oh, madre, cuánta es la pena que me produce estar sin ti. Mis piernas aun están doloridas a pesar de que ya han pasado más de 25 años desde que me recorrí medio mundo para encontrarte. ¿Por qué te escapabas de mí, cabrona?"
"Oro parece, plátano es. Si quieres que te lo diga es-pera. El mundo es una eterna adivinanza para mí"
"Me odio a mí mismo. Me odio con mucha intensidad. Me desgarraría la piel a tiras por haber hecho lo que hice. Pero tenía frío, llevaba días sin comer. Bueno, medio día sin comer. Y él lo estaba pasando mal. Se movía de manera extraña, danzaba diabólicamente mientras tarareaba esa maldita canción. Ya no era el momento, ya no éramos los mismos. Nuestra relación se había enfriado. Me arrepiento de todo, era demasiado pequeño y no me llenó nada. Tenía que haberme comido a aquel perro, pero estaba tan simpático con aquel jersey de punto..."
Una personalidad alterada por lo duro de su vida. Una vida llena de altibajos. Del estrellato, de las portadas de periódicos de medio mundo que le regalaban los oídos al más absoluto de los olvidos.
"Mi representante tenía razón, hice mal al cambiar los derechos de la canción por aquellos sellos. Juro que ví el futuro de mi vida en aquellos sellos. Maldito Fórum Filatélico"
"Sólo me queda medio cartón de vino y hace frío. Estoy incómodo, esta falda que he robado me hace las piernas gordas y este corte de pelo que me he hecho yo mismo no me favorece nada, teniendo en cuenta la redondez de mi cara"
Sólo son anotaciones, pero se puede intuir que quería salir del bache. Gente de su entorno nos ha dicho que realmente lo que le pasaba es que era un imbécil y que le faltaban tres hervores.
"Ánimo, Marco, eres el mejor. Recuerda que fuiste una estrella y que la gente lloró más por tus desgracias que por la loca de Heidi y que por la cursi de Candy Candy"
"Nota mental: son las cuatro y media de la tarde. Soy guay"
"Nota mental: son las cinco menos cuarto de la tarde. Me doy asco"
"Nota mental: son las cinco y tres. Me quiero mucho"
"Nota mental: son las cinco y media. Comprar calcetines o robarlos. Estos tienen agujero"
No tenemos más datos, de momento, pero seguiremos informando según nos lleguen a la redacción.
Gracias por su atención en este boletín especial de "¿Qué fue de ellos?".
El tiempo, dicen, es oro; da y quita razones; pone a cada uno en su lugar; es un bien muy preciado. El viernes me vi las caras con el Tiempo, con el Señor Tiempo. Hablamos, negociamos y cedió a mis peticiones.
Eran las 6:20 de la madrugada. Yo había puesto el despertador para levantarme a esa hora porque tenía que coger un vuelo a Barcelona. Me iba de fin de semana relámpago a la ciudad condal para ver a mi hermana y pasearme por esas calles modernistas y tal que siempre me han gustado tanto. A esa misma hora, las 6:20, se activó el despertador de mi móvil.
El teléfono empezó a vibrar sobre la mesilla, generando un ruido estremecedor para alguien que está totalmente sumergido en otros mundos, como era mi caso. Estiré el brazo, apreté a oscuras y por intuición un botón y el ruido cesó. El móvil se quedó iluminado y pude entrever, entre las luces y las sombras de mi habitación, una figura. Enfoqué el móvil hacia ella y me encontré con el Señor Tiempo.
"Regáleme diez minutos, por favor", le dije. "No, no puedo regalarte el tiempo. Eso es algo que avanza sin compasión y ni yo puedo ir por ahí regalándolo como si tal cosa". Me volví a tumbar sobre la cama, apoyé mi cabeza en la almohada y resoplé. "Lo siento, sé que te gustaría poder manejarme, pero no hay ninguna posibilidad de que lo hagas. Ni tú ni nadie". El Señor Tiempo se sentó a mi lado y comenzó a hacerme gestos para que me levantase de una vez y me fuese al baño a darme una ducha para salir al aeropuerto. Yo me puse en plan negociador.
"Vale, entiendo que no me regale esos diez minutos. Lo entiendo, en serio. Pero tenga en cuenta que yo soy muy respetuoso con usted. Siempre lo trato con coherencia, soy amable y muy precavido con usted. De hecho, suelo llegar antes de la hora a las citas para que no se malgaste". "En eso tienes razón, pequeño", asintió. "Mire, vamos a hacer un trato: por los servicios prestados a su causa, no me regale esos diez minutos, pero detenga el tiempo. Deténgalo diez minutos y no pasará nada. De hecho, no se lo contaré a nadie (sólo lo escribiré en el blog como algo que nunca ha pasado)". El Señor Tiempo accedió. El tiempo se detuvo y comenzó una vibrante cuenta atrás.
En esos minutos lo fui todo. Traté de aprovecharlos como si fueran los últimos de mi vida. Los agarré, los acaricié, los retorcí, los abracé con fuerza, incluso traté de no soltarlos por si el Señor Tiempo me concedía otros diez. Desenmarañé los secretos que se escondían entre mis sábanas mientras se agitaban como pájaros que alzan un vuelo de varios meses. Sabía que era lo que había. Sólo tenía diez minutos y ninguno más y quizás fuera la única vez que el Señor Tiempo me concediese aquel privilegio de poder soñar con el tiempo parado.
Fueron diez minutos, pero fueron los más intensos. Y nunca me podré arrepentir de haberlos aprovechado y exprimido hasta el último segundo de aquella cuenta atrás.
A dormir todos ya, hombre.
Una maravillosa mujer se preguntaba hace poco en su blog (al que le debo un rincóncito en esta 'Vida de un...') qué se le daba mejor. "A mí se me da mejor reir que llorar...", decía. Vaya, que la chica se proponía la semana pasada hacer lo que mejor se le daba. Yo no me he propuesto nada de eso, ni mucho menos. Al contrario, suelo tirar más por hacer lo que no se me da bien y luego decir que no lo hice yo. Pero sí que me ha dado qué pensar. Me he parado a pensar en qué papel tenemos que jugar cada uno en su vida (y en la de los demás) y qué juegan el resto en su vida (y en la de ellos mismos).
El otro día, hablando con otra maravillosa mujer y con un maravilloso hombre (aquí todos son maravillosos, claro), les decía una verdad como un templo: si hubiese nacido en Estados Unidos, sólo hubiese aceptado ser el quarterback del equipo de fútbol americano. Bueno, acepté ser el suplente que sale al campo cuando el titular se rompe el brazo y se convierte en un tío muy cool que mola mazo como Camilo Sesto. Lo decía por mi gran habilidad para lanzar la cosa esa con forma de melón hasta los brazos de otro. Mi segunda opción, en caso de que el Dios americano (Tom Hanks o Will Smith, supongo que será. Ah, no, Obama) me lo permitiese, era la de ser jefa de animadoras. Es curioso querer ser dos personajes que suelen ser novios, será que me quiero mucho a mí mismo o que estoy enfermo.
Pero como no es posible (no porque no sea capaz de ser titular de un equipo de fútbol americano o de liderar a unas quinceañeras pedorras con animosos pompones), me pregunté qué papel era el que me había tocado interpretar a mí.
Empecé por uno que me gustaba bastante: el del perdedor. Influenciado por la obra gonzaguesca, el personaje del perdedor me ha terminado por atraer hasta límites insospechados. Hombres solitarios y abandonados a la suerte del destino, con un trabajo que está bien pero que es como Portugal, es decir, decadente. Suelen perder al principio, pero con su carisma dan la vuelta a esa mala suerte para transformarla en algo bueno. Él se queda con la chica, le condecoran con la medalla al valor y no sé qué chorradas más. No me vi muy reflejado en él, la verdad. Ni pierdo mucho, ni estoy abandonado a la suerte del destino y, sobre todo, dudo que me den una medalla al valor porque soy un gallina.
Luego me fui a otro extremo. ¿Seré un galán? Sí, esos tipos elegantes, de buen porte, siempre repeinados y que conquistan mujeres como el que no quiere la cosa. Bien trajeados, triunfadores y con un halo especial. Su belleza es tan extrema que suelen encontrarse en situaciones en las que ella le mira fijamente, le dije "Vete y déjame", le abofetean, pero él, cual gato panza arriba, le planta un besaco de esos de película en blanco y negro (ahora son mucho más obscenos) y ella cae rendida a sus pies. Mmmmmm, pues va a ser que no. Primero, no conquisto a mujeres como el que no quiere la cosa y no tengo una belleza extrema (de hecho, a lo mejor ni la tengo). Ah, y si una mujer me abofetea lo más probable es que o se la devuelva (¿no quieren igualdad?) o huya llorando. Sí, soy un gallina (y se nota que no soy un McFly...).
Me quedaba un tercer personaje típico: el malo. Ese que es malo malo, muy malo. En la vida real se les llama "cabrones" y las mujeres dicen de ellos que son eso, unos cabrones. Pero eso de ser malo les da un morbo especial, dicen. "Morbo", otra de las palabras incomprensibles que justifican miles de acciones ("Maté a mi gato por morbo"). Suelen ser sucios, no en lo higiénico, rastreros, engañosos y gente de la que no te puedes fiar. Además, su cara está marcada por una cicatriz o por unos rasgos que denotan la maldad (o la cabrondad) que llevan dentro. Tampoco me pude subir a ese barco. Ni tengo cara de malo ni lo soy. A ver, no soy la mejor persona del mundo (ni lo pretendo), pero no cumplía tampoco esas cualidades necesarias.
Me restaba un personaje más adaptado a mí: el secundario gracioso. Es el típico que saca segundas sonrisas, algunas carcajadas y que suele aparecer solo en los bailes o acompañado de alguna chica que no ha tenido ningún tipo de relevancia en la película. La gente no es que le tenga un especial respeto, pero siempre le aceptan con un "eh, mirad lo que hace Timmy". Bien es cierto que el secundario gracioso, más de una vez, le roba el sitio al propio protagonista. Son muchos los ejemplos. Ahora se me ocurre el personaje de Jason Lee en 'Persiguiendo a Amy', que deja por los suelos al amigo Affleck (cosa no muy complicada, es verdad). Pero no puedo aceptar ser secundario de mi propia vida, hombre. Quizás sea un buen papel para jugar en las del resto, pero no para la mía.
Así que me quedé vacío. Sin papel que interpretar. Como un personaje sin actor que lo represente. O como un actor sin papel que representar.
Después de mucho pensar (cinco minutos), decidí que el papel que iba a jugar sería el de Mauro. Es el que mejor sé hacer y, seguramente, el único. Tanto pensar para acabar con esta tontería. La vida es así.
Veeeeeeeeeeeeeeeenga.
Desde hacía meses, teníamos pendiente una visita a Toledo, esa ciudad. Era el año pasado, en el mes de marzo o abril, cuando habíamos previsto un fin de semana allí, conociendo la que fuera capital de este país llamado Baviera. Pero el destino tenía otros planes para nosotros. Aquellos fatídicos días, un par de nubes se hicieron colegas de otras tantas (o más) y decidieron convertir Castilla en un aguacero. Claro, la reacción de los que iban a realizar la visita fue: "¡¡Va a llover!! Maldita sea, quedémonos en casa calentitos y sin movernos, como estatuas". Mi furia (paranoica) gallega se desarrolló en mi interior y me quedé sin ir.
Lo sé, lo sé, que si llueve es muy incómodo pasear, ver cosas, no mojarte... pero es que en algunos sitios de la geografía, si dependes de que llueva para hacer o dejar de hacer cosas, ya te puedes plantear el morirte en tu casa lentamente viendo la televisión. Es como si estás en Finlandia y dices: "Uy, hace frío, mejor no salgo". Pues me parece, amigo, que no vas a salir en tu vida, ¿no? Pues eso.
Después de posponer el plan, pasaron meses en los que Toledo, esa ciudad, era una palabra prohibida. La gente hablaba de 'talegos', 'tolemias', 'tulipanes'... pero de Toledo, no.
Hace algo así como una semana y media, Isa, la habitante toledana que nos había intentado acercar a su ciudad antes de derrotarse por la lluvia, retomó el tema. Claro, acuciada porque se iba a Brasil, el plan de visitar su ciudad retomó una importancia inconcebible hasta hacía poco tiempo. "Tenéis que venir, que luego me voy y es posible que la ciudad desaparezca del mapa". Y claro, allí fuimos.
Ya estamos preparados para toledear Ahora puedo decir que Toledo respira un aire diferente al de otras ciudades. La zona amurallada, la histórica, se convierte en una maraña de calles y cuestas que te acercan a los laberintos de espejos de los parques de atracciones. Eso sí, cada iglesia, museo o monumento, se convierte en una referencia. Cada piedra que se eleva hacia el techo pintado de azul (de gris cuando llueve, claro) te puede contar historias de cómo religiones, culturas y personas convivieron mejor o peor por sus calles. Aceros, armaduras y espadas se asoman entre los cristales de unas calles que se visten más de turistas que de casas habitadas. En la retina, cristianos, judíos y árabes.
Pero ese aire que se respira es milenario. Subiendo hacia la parte más alta, recorriendo esas cuestas que te apartan de las llanuras castellanomanchegas, el viento frío que te golpea te hace pensar que los muros por los que te estás dejando enterrar guardan la historia y que sus protagonistas también sintieron el mismo impacto en la cara. El propio Alfonso VI seguro que pensó igual ("¿Cuántos musulmanes habrán recibido este aire? No lo sé, pero me les voy a cargar a todos?").
Juan, Thaidi, Guillermo, Isa y yo. Y sí, lo del fondo es Toledo
Después de toledear un rato Catedral de Toledo (edo, edo, edo)
Santiago te desata unas sensaciones similares, pero más hundidas en la piedra gris húmeda y en el barroco. Te imaginas a Fraga diciendo: "E quen carallo haberá utilizado condóns eiquí...".
Además de la ciudad en sí, también nos acercamos hasta Consuegra, un pueblo de extrema amabilidad (por un café y una tapa de quesos nos regalaron mecheros y cerillas...) en el que hay molinos de esos que volvieron medio loco al pobre Don Quijote. Y no me extraña que pensase que eran gigantes, he visto a luchadores de sumo de ese tamaño...
Los molinos me vuelven loco, Dulcinea Castillo de Consuegra y un viento importantísimo... Con lo único malo que me quedo es que no me dejaron, por exigencias del guión, hacerme el friki y visitar (si era posible, que no lo sé) la tumba del Cardenal Tavera, o vestirme de cura y tomarme un té con mis colegas de la Orden de Toledo (que ya están todos muertos, los jodíos...). Pero bueno, no se puede tener todo en esta vida, si no que se lo pregunten a Messi, que es muy bueno pero es bastante feo, ¿no?
En resumen, compensó la espera y compensó la visita (vamos, que recomiendo su visionado). Supongo que habrá que volver a esperar otros tantos siglos para volver. O no.
Besum para totum.