Justo se despertaba el sol entre los edificios y él se había quedado inmóvil desde hacía unos diez minutos. Como si con la llegada de las primeras horas del día (las últimas del anterior para él) sus huesos se hubiesen convertido en rocas que le impedían caminar a lo largo de la calle. El frío impactaba contra los cristales de una sucursal bancaria y salía disparado hacia su cara; la nariz enrojecida y las manos sin alcanzar el tacto del aire. Su estatua de sal se derretía en la salida del metro, allí donde sus pasos habían terminado después de una larga noche.
Miró el reloj y le restaban pocas horas de sueño, teniendo en cuenta que a las doce tendría que levantarse otra vez para ir a recoger a su amigo al aeropuerto. El trayecto hasta su casa era muy corto, tanto que no le daba tiempo a encenderse un cigarro y terminarlo antes de llegar al portal de su casa, así que decidió activar sus músculos y alargar su estancia en el pedestal imaginario que le mantenía en pie mientras el aire y sus pulmones consumían la nicotina a la vez, como una pareja de enamorados que comparten cuchara enfrente de una copa de helado.
El tiempo que invirtió en fumar lo aprovechó para reubicarse un poco en el mundo después de aquella noche. En las horas que había estado de local en local, alternando conversaciones con largas estancias solitarias en medio de la nada, su vida había dado un vuelco. Se empezó a preguntar sobre su futuro en el lugar menos indicado: el centro de un pub oscuro y lleno de humo. Su contrato a punto de expirar y con él su independencia. Volver a la protección paternal le asustaba casi más que no tener sitio en los huecos que se había buscado en su profesión. “Pero si eres brillante, algo te saldrá”, le habían dicho hacía unas horas las voces que olían a cerveza. Pero nada le hacía pensar en positivo.
Además, se había dado cuenta de que sus últimas semanas eran más propias de un kamikaze que de un prometedor obrero del mundo del cine. Esa misma noche se había estampado contra su propio espejo en forma de cuerpo femenino como colofón a un sinfín de acciones incoherentes para un racionalista integral como él. Ella, la misma que había saltado las barreras más sólidas que él mismo había edificado sobre su cuerpo, se lo había insinuado.
“Como un kamikaze”. En un viaje de reconocimiento por su rostro, ella se había acercado para decírselo al oído. “No sé si te das cuenta, pero estás actuando como un kamikaze”. La palabra no le era familiar. Sí la había escuchado, la conocía, pero no estaba dentro de su vocabulario, ni siquiera el que contenía las respuestas a sus acciones. Sorprendido, comenzó a desgranar la palabra. Kamikaze. Un suicida que ponía en riesgo su propia vida por un fin determinado, por algo en lo que creía.
Lo curioso es que, autoanalizándose, a penas encontraba un paralelismo, una similitud entre él y un kamikaze. Se veía como alguien reflexivo, poco impulsivo, que actuaba después de recorrer exhaustivamente cada uno de los rincones de todas sus acciones. Pero esa noche, sin darse cuenta, ella le había comparado con un ser irreflexivo que no pensaba en las consecuencias de sus actos. Lo peor es que no sabía quién tenía la razón.
Comenzó el camino a casa con el filtro ardiendo entre sus dedos y la palabra grabada a fuego en la mente. En el breve trayecto, sintió mil emociones: miedo, pavor, tranquilidad, confianza, arrepentimiento, seguridad. Todas contrarias, pero todas relacionadas con una noche que, a pesar de las contradicciones, no quería que terminase. Hacía menos de media hora que se había despedido de ella en el mismo metro en el que se había quedado petrificado y donde había desmenuzado sus rasgos a tientas, como un ciego que acaba de recuperar la vista. Y la palabra en el aire. Kamikaze.
Antes de que la ciudad recuperase su ritmo frenético de vidas con horario de oficina, apagó el cigarro, subió a su casa y se metió en la cama acompañado de su nueva definición. “Mañana comienza mi nueva vida como kamikaze”.
Casualidades
Hace 2 años
1 comentario:
Bueno, bueno, a lo que llega uno para ser original, eh?
Besos y descansa que creo que te hace falta
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