Vivos Muertos

Estaba muerto. Llevaba tanto tiempo con esa sensación que no se había percatado de su estado. Muerto. Como un brazo sin manos, como una mano sin dedos, como un dedo sin sentido del tacto en las yemas. Y no sabía desde cuando; no recordaba haber tenido un accidente de coche, una caída desde un octavo piso o un ataque con arma blanca en una esquina oscura e inhóspita de la ciudad.

Tumbado en el sofá y con la tele encendida de fondo empezó a atar cabos. Se remontó hasta dos meses antes. Aquel día había tenido la primera señal de que ya no estaba vivo. Había sido una tarde soleada, en pleno mes de marzo y con un sol que había decidido hacer acto de presencia temporal antes de su definitiva estancia veraniega. Se había levantado de la toalla sobre la que estaba recostado y había caminado por la arena hasta la orilla, donde las olas llegaban exhaustas, convertidas en espuma. Al entrar en contacto con el mar, sus pies no se inmutaron; el agua los cubrió hasta el tobillo, los golpeó casi sin fuerza y se retiró dejando como rastro la mojadura. Pero él no sintió nada, ninguna sensación especial recorrió su cuerpo. Le solía recordar a su infancia, cuando bañarse era condición sine qua non para pasar la tarde. Pero no, ese día el roce del mar no había despertado ni el más mínimo recuerdo, la más mínima sensación.

Otra señal, el día que su novia le había dejado. Ella era la razón de todo hasta el día que le dijo que no aguantaba más, que no podía seguir con aquella farsa. Que él no estaba haciendo nada porque aquello siguiese adelante, que tenía que haber un par para ser dos. Ella se había levantado de su silla y le había dejado sentado en la cafetería con la cuenta sin pagar y sin poder reaccionar. En una situación en la que cualquiera se hubiese levantado, hubiese pedido explicaciones o hubiese ido tras ella, él no se movió. Ni un solo músculo de su cuerpo se inmutó ante aquellas desgarradoras palabras. Es decir, que a ella no le había demostrado que estaba vivo, y el abandono no le había producido más que un ligero pitido en el oído. Como a un cadáver al que no le afectan las cosas porque carece ya de sentimientos.

Pero el lance definitivo que le había hecho ver que estaba muerto había sucedido hacía unas horas. De un día para otro, todo en lo que creía y lo que pensaba había cambiado. Se había acostado y, al levantarse, todo en su cabeza era distinto. Necesitaba huir, escaparse de la realidad, perderse en un pueblo trabajando en la recolecta de fruta y cobrando una miseria, quería saber qué vida podría llevar alejado de todo lo que conocía. Este cambio era un claro reflejo de la putrefacción; su cuerpo llevaba tanto tiempo en descomposición que había comenzado a pudrirse por dentro. Los signos externos eran evidentes: su piel estaba seca, su pelo se escapaba por las tuberías del baño y sus ojos se escondían cada día más entre las profundidades de sus ojeras.


Definitivamente estaba muerto. Ahora debería empezar a pensar cómo actuar hasta que no quedase nada de él, cómo pasar desapercibido entre la gente, entre los vivos. Ensayaba muecas en el espejo para tratar de esconder las miserias que muestran las facciones de los cadáveres, entonaba a viva voz frases de recurso, saludos afables y fuertes apretones de manos que no mostrasen la debilidad que había hecho mella en sus huesos.


Salió a la calle y se dedicó a buscar más gente como él, más muertos que apuraban sus minutos en el mundo de los vivos, más cuerpos en estado de descomposición que, o bien desconocían que lo eran, o bien lo acababan de descubrir, como él, y aún no tenían el raciocinio suficiente para asumir su nueva condición. Y vio a muchos, algunos de los que ya sospechaba. Pasó al lado de una anciana que estaba acompañada por su hija. Ésta conversaba con una amiga:


Amiga: ¿Qué tal está tu madre? Para su edad tiene muy buen aspecto.

Hija: Ya la ves, a lo suyo. De cabeza aún está bien. Mira, te digo la verdad, creo que está muerta pero no lo sabe, y sigue aquí, tan tranquila.

Ambas soltaron una carcajada por la ocurrencia, pero él miró a la anciana y se reconocieron al instante como de la misma especie. Ella había aguantado, había escondido sus circunstancias durante años, pero él no estaba seguro de ser capaz de hacerlo durante más tiempo.

Compró el periódico y se volvió a su casa a decidir si estaba dispuesto a vivir como un muerto o a morir antes de que alguien le descubriese, como aquella hija con su madre, y soltase una carcajada.

7 comentarios:

pilirin dijo...

Y este giro melodramático?
Ahora hablas en tercera persona.
Te creeras muy resabidillo, no?

M€ dijo...

Llevo una vida taaaaan aburrida que me tengo que inventar historias que les pasan a otros.

Anónimo dijo...

Hola M€ (vengo del Blog del Novo):
La verdad es que este último post no lo he pillao.
¿Dónde quieres ir a parar?
Tiene una especie de guiño a ese libro de Saramago ¿"Ensayo sobre la lucidez"?, ese que la gente no se moría y la tenían que sacar de la ciudad y esconderla...Huy, creo que no me acuerdo bien, ¿cómo era? no, no era eso... Hace años que lo leí. Debería volverlo a leer...Porque la verdad, me lo ha recordado.
Sí, mira, voy a buscarlo y lo releo.
Bueno, ciao.

Alnitak dijo...

Ya decía yo que no tenías muy buena cara...

Pd. Al final has encontrado unos cuántos lectores en el blog de Novo por lo que parece, jeje.

Un besito

Yaiza dijo...

Un post muy de recogimiento espiritual. A mí me recordó a la peli de "Este muerto está muy vivo".

Bell2 dijo...

Cada uno que escoja la forma de vivir que más le guste pero, puestos a elegir, es mejor morir que vivir como un muerto. Eso nunca.
Al menos si mueres tienes la posibilidad de resucitar (otros antes ya lo han hecho asi que debe ser difícil pero no imposible). Y una vida despuès de resucitar siempre es mucho mejor.

Me alegra que te hayas decidido a escribir sobre temas pendientes. Seguro que tu amigo el del autógrafo estaría orgulloso.

Diebelz dijo...

Que se levante del Café sin pagar, ¡eso despierta hasta el muerto más muerto! xD

Buen relato la verdad...me hizo recordar a lo que leí hace poco: que existe un síndrome muy curioso donde la persona cree de verdad que está muerta (hasta tiene alucionaciones de olfato, cree oler putrefacción y todo).

Salu2 !

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