
La inercia es el poder que mueve el mundo. No es el amor, desgraciadamente, como decía aquel anuncio de Cacharel("algún día el amor moverá el mundo), lo que mueve el mundo. Es una mentira más que nos creemos en navidad; lo mueve la inercia. Un día nacemos y, a partir de ahí, nos convertimos en seres habitualmente inertes. Sólo esperamos algo, como un Keanu Reeves en Matrix, que nos salve de esa inercia en la que hemos entrado sin querer.
Si las cucarachas nacen, crecen, se reproducen y con Cucal, mueren y desaparecen, los humanoides nacemos, crecemos y desaparecemos(hay algunos que no se reproducen), y todo lo hacemos con la sombra de la inercia sobre nosotros. El médico te saca por la cabeza, te coge de los pies y te golpea en el culo para saber si estás vivo y si tienes voz de tenor o de soprano. Después es la inercia la que te agarra fuerte y no te suelta, ni tus padres pueden hacer nada. Es como si la inercia, representada por un hombre anciano con barba, te diese un empujón y te dijese: "Venga, chaval. Tu sigue esa línea recta y no te salgas, ¿eh? Hasta otra". Así que, desde que naces, sin opción ninguna, la inercia te guía por un camino imaginario del que es casi imposible salir.
La inercia es un enemigo; yo lo considero mi archienemigo. Por ello, como le pasa a todo superhéroe, no podría vivir sin luchar contra ella. Además actúa como tal, acechando detrás de todas las decisiones. Te fuerza a que tomes una decisión que a ella le convenga y, si lo consigue, sus carcajadas se pueden escuchar desde cualquier punto del mundo, unas carcajadas que significan: "misión cumplida, muahahahaha". Es difícil escaparse de su influencia, es casi imposible esquivar esas extrañas ondas que la inercia envía para conquistarte y convertirte en uno más de sus zombis. Esta batalla contra la inercia no tiene nada que ver con no tomar drogas, ni con ser buena persona, ni con teñirte de rubio para parecerte al de "El lago azul". No es una pantomima con trasfondo religioso que nos haga mejores personas. Evitar la inercia es algo personal, y luchar contra ella no tiene efectos exteriores; me refiero a que nadie te va a premiar, nadie te dirá: "Te escapaste de ella, eres la leche, tío", aunque nadie te puede decir tampoco si has conseguido escaparte de la inercia. Todo se queda entre tú y ella. Ella es la única que sabe si has sido capaz de vencerla.
Yo soy una de esas personas que, dado que la conozco, he sido capaz de evitar la inercia. Como si de un Neo en feo se tratase, combato su fuerza, que trata de llevarme a donde ella quiere. Me he hecho fuerte con el tiempo, he entrenado duramente, aunque yo también soy débil, yo también cedo ante ella algunas veces.
Por ejemplo: el viernes de la semana pasada me atrapó. Fue de manera estúpida, en una tontería que no refleja la inercia en su totalidad, pero es que lo abarca todo, desde lo más importante hasta la mayor tontería del mundo. La cosa es que me dirigía a la estación Príncipe Pío, donde había quedado con Romaní para ver a unos cuantos ex-sanagustinos. Bajé las interminables escaleras de la línea circular para encontrarme en un rellano, frente a un cartel que indica las dos direcciones de la línea: derecha-izquierda. Despistado como yo iba, giré a la derecha y bajé las escaleras que me llevaban al andén. Llegó el metro y me subí. En tres segundos varias cuestiones se me vinieron a la cabeza: "He girado a la derecha y eso lo hago siempre que voy a Nuevos Ministerios", "Nuevos Ministerios está en dirección contraria a Príncipe Pío", "Que mal huele este hombrecito que está aquí en frente". Después, una mano imaginaria se posó sobre mi hombro(era la misma mano que me había dado una colleja cuando, en un examen de Hacienda, me metí en una clase que no era la mía; me avisaba de que no era casualidad que las preguntas de aquel examen me sonasen a chino, ya que era la clase del grupo "C" y yo me había cambiado al grupo "A") y me dijo: "eh, psst, sí, tú, el de la cara de tonto, te acabas de montar en un metro que va en dirección contraria". Me giré hacia la puerta y aun estaba abierta. Me hice el despistado y salí disimulando(no lo hice silbando, porque eso delata a cualquiera) hacia el andén, subí las escaleras y me fui al otro andén para coger el metro correcto. Había vencido. Mientras esperaba el metro correcto, en silencio, avergonzado de haberme dejado infuir por la inercia, pude escucharla; decía: "Cago`n to lo que se menea. La próxima vez no te escaparás. Por cierto, súbete la bragueta, guarro". No hice caso. Seguro que me quería coger en esa tontería, pero prefería parecer un violador que ceder ante mi odiada inercia.
Esta vez fui capaz de escapar a la inercia, pero ¿seré capaz de hacerlo la próxima vez? Quién lo sabe. Os lo contaré.
Besos.