Tomando (El) Sol

Los hechos se desencadenaron casi sin que diese tiempo a reaccionar. Desde una masiva manifestación el domingo, cayeron rodando hasta la Puerta del Sol miles de personas de las cuales, unos cientos decidieron quedarse ahí a vivir. Por lo menos, hasta el domingo. Y todo, casi sin tiempo para reaccionar.

Los políticos decidieron echarse la culpa los unos a los otros; para los de la derecha, era un claro signo de protesta contra el mal gobierno de la izquierda; para la izquierda, un signo de hartazgo de la mala política de oposición de la derecha. Se marcaron, como siempre en la mediocridad, los buenos y los malos. Esa maldad alternativa del "para mí lo eres tú y para ti lo soy yo". Y salieron voces que decían que los jóvenes de izquierdas iban a hacer perder las elecciones a su partido. Pero los de derechas decidieron ver una orquesta que tocaba al ritmo de Rubalcaba. Y en medio, la gente.

Desorganizada, descentralizada, deslavazada. Jóvenes, señores, mujeres, viejos y algún niño de teta. Pancartas con sentido, con maldad, con ingenuidad y con agresividad. Toldos contra la lluvia. La Puerta del Sol, el mismo sitio donde regenta Esperanza Aguirre su Comunidad, el mismo lugar donde la gente celebra el nuevo año, se ha convertido en un reducto libre de la ciudad de Madrid.

Bajando desde Preciados no intuyes la verdad; solo cuando desembocas en la plaza traspasas la frontera y te adentras en un lugar nuevo, una autocracia en medio del Sol. Bajo una carpa formada por varios toldos, centros de información, recogida de firmas, un almacén de comida, un trozo de cartón mojado en descomposición, cámaras de televisión, cámaras de fotos, un cartel que pide por favor que no se saquen las caras de las personas, un saco que esconde una siesta a las 12.30 del mediodía. Y gente. Mucha gente. Gente que pregunta de todo; que solicita información; que muestra apoyo; que cierra filas; que abre brazos; que presenta hartazgo; que ofrece comida.

A escasos metros, la entrada del metro y cercanías que se ha construido hace poco, después de las obras que peatonalizaron la mayor parte de la plaza, con forma de caparazón, se muestra recubierta de más mensajes, de pancartas, de peticiones, de reivindicaciones. Sobre los bordes, personas de pie atentos a la Asamblea que se lleva a cabo. El foro es el suelo de Sol; muchos sentados, otros tantos de pie. Todos atendiendo a los puntos del día, que los nombra un chico, micrófono en mano. Buscan orden y concierto. Buscan organizar a la multitud. Piden turnos de palabra y la levantan más de diez personas. Cada opinión es reforzada con una ovación, parte sonora, parte muda. Unos, baten palmas; otros, por no dar opciones a la disculpa del ruido para expulsarlos, las alzan y agitan, como los sordomudos.

Mientras, la vida de la Puerta del Sol es la misma. Confluyen los que duermen, los que visitan, los guiris que se hacen fotos y los que quieren saber qué es todo aquello que ven en la televisión. De alguna manera, todos tratan de formar parte de algo que no se sabe aún lo que es. Será una página más de la historia, de esas que pasas sin mirar o será el principio de algo. Lo único que se puede afirmar es que no es algo político ni interesado. No por lo menos para la mayoría. Es algo social, una lucha contra una clase, la política, que ha desfondado los cuerpos del pueblo hasta llevarlos a pedir otra democracia.

Mucho afán de protagonismo; muchas ganas de pasar a la historia como el que hizo algo en tal momento; mucho grito trasnochado desde el micrófono. Pero muchas, demasiadas, razones para hacerlo y aceptarlo.

Es probable que vuelva. A ver qué pasa. Y más, después del 22-M...

Saludos Mudos

El pasado lunes, cuando abandonaba la redacción con la satisfacción del trabajo bien hecho (así nos lo dice uno de nuestros jefes, "podéis marcharos a casa con la satisfacción del trabajo bien hecho"; otras veces, nos suelta un escueto "sí, podéis iros a tomar por el culo...". En plan bien, claro), me crucé con la redactora jefe (o jefa) del Plus. Ella fue la primera persona con la que contacté ante de entrar como becario hace ya algo así como tres años; primero, por teléfono. Después, en persona. Me hizo una corta entrevista, una prueba escrita y poco más.

Aquella vez fue agradable, cercana pero sin pasarse, risueña pero sin estridencias, y acompañaba mis respuestas con la cabeza en movimiento afirmativo. Después, supe poco más de ella. En mi periodo como becario, la saludábamos fugazmente cuando nos la cruzábamos. No nos preguntaba cómo nos iba, qué tal nos sentíamos; no nos señalaba nuestros fallos ni nuestros aciertos. Realmente, éramos becarios de segunda. Para ser importante, tenías que haber hecho el master de El País o el del CES. Si eras de esos, te presentaba a los jefazos y te hablaba más. Si eras, como yo, un becario llegado de una Universidad cualquiera, su trato era correcto, pero sin más.

De hecho, la bautizamos como "La Marrones". De vez en cuando, se acercaba a ti cuando estabas en las cabinas de montaje. Venía por detrás, te daba un toque en la espalda acompañado de un "Hola...". Ahí sí que te preguntaba cómo te iba todo, si estabas contento, si tal, si cual... luego te soltaba el enmarronamiento: "¿Puedes venir el domingo por la mañana a hacer una sustitución (sin cobrar más por hacerlo, pero, claro, eso no te lo digo)?". Tú, becario con ansias de ser más y de quedar bien, le respondías con los ojos iluminados por la fuerza del cariño (y por un foco que te impactaba en la cara): "Sí, claro, por supuesto, a sus pies, soy lo que tú quieras que sea". Y te enmarronaba.

Antes de terminar la beca, se acercó otra vez a nosotros. Esta vez no era para enmarronarnos, sino para decirnos que no había posibilidad de contratarnos, que antes se hacían así las cosas, pero que la situación de la empresa no era la mejor y que tal y que cual. Después, mi último día me despedí con un par de besos y una charla sobre las posibilidades de volver algún día, además de preguntarle por un master que ella misma dirigía. Las sensaciones finales fueron buenas.

A principios de septiembre, a una semana de terminar mi contrato con Cuatro, me la encontré por el pasillo. "¡Mauro! ¿Qué tal?", me dijo con alegría. "No sabía que andabas por aquí". Todo quedó en un "qué haces de tu vida" y un "qué harás después". Dos días antes de terminar, me ofreció el contrato que tengo ahora y que expira el 20 de junio. Desde ese día, poco más.

El lunes, como decía, me la volví a cruzar. Era la primera vez que nos cruzábamos a solas, en la intimidad de una redacción llena de personas. Y yo inicié una medio sonrisa; ella, me acompañó. Levanté la mirada y la clavé en sus ojos; ella, igual. Y en ese breve pero intenso momento en el que nuestros cuerpos quedaron en diagonal, ella gesticuló un saludo mudo. "¿Qué tal?", entendí leer en sus labios. Yo musité un carraspeado "Hola, grnmiengarjerrsirr". Y pasó.

Esos saludos extraños, esos momentos de no saber qué contestar. Esas incomodidades del qué hacer. Me pasan constantemente en la redacción.

A lo mejor, vuelvo a hablar con ella antes del 20 de junio. Quizás, escuche su voz dentro de unos meses, cuando vuelva la temporada y me recontraten para los mismos programas. O, quizás, este saludo en 'mute' sea lo último que hayamos cruzado sobre la moqueta gris de la redacción.

De (Im)Pares

Soy un número par. No sé en qué momento fui consciente de ello, pero la vida me ha retratado como un número par, sin remisión. Todo empezó, quizás, por causa de los dorsales que escogíamos en el equipo del colegio. Solo fui dos veces contra mi naturaleza. Un año con el '15' y otro con el '11'. En esos momentos, respondía a las fuerzas de los pares. Cosas de la edad, supongo; me refiero a que sería un pequeño acto revolucionario de la preadolescencia. Después, volví al redil. El resto se basaron en '6' y '8'.

Y es raro que sea un número par, la verdad. Más que nada, porque nací un 13 y eso marca. Marca en muchos sentidos que creo que ya conté. Pero cuando algo es inevitable no se puede parar. Así que me he visto envuelto en número pares el resto del tiempo. Y se refleja en las estúpidas manías del día a día, en el hecho de tener que comer cosas pares, de repetir dos veces las cosas, de viajar en líneas de metro pares y en autobuses que terminan en el '2'.

El mundo, realmente, está hecho para pares. Es cierto que, últimamente, la modernidad trata de dar importancia al impar, al rollo 'single', pero no es más que una oscura forma de llevar a esos impares a que compartan, a que se conviertan en pares, como el resto del mundo. El mundo que describe el signo de victoria con dos dedos, que nos cede dos ojos y nos dice que mejor ir en pareja a algunos sitios. Muchos impares están mal vistos, como el que sale por la noche solo. No es lo mismo estar 3 personas, pero eso no es más que una forma de esconder que el impar necesita a 2 más.

El problema que le llega al par es cuando tiene que convivir con un impar. Ahí estoy yo, en esa situación. "No somos nada empáticos entre nosotros", me dice el impar. "Pues claro", respondo rápidamente. Es que es muy complicado unificar realidades tan distintas, planos de la vida tan opuestos que generan el sempiterno duelo par/impar.

Al principio fue complicado, la verdad. Mi impar no era capaz de centrarse con otros pares; le salía un sarpullido en la piel y se declaraba alérgico a los que eran como yo. Y lo había intentado varias veces. Había llegado a la conclusión de que sería un impar que compartiría con los pares lo necesario, lo imprescindible y en los momentos en los que los necesitase realmente. El problema que le generaban aquellos pares era que trataban de convertirlo en uno más del rebaño. Pero el impar, como parte de su naturaleza, reaccionaba con extrañeza y abandonaba la paridad en cuanto podía. Lo hacía poco a poco, a veces torpemente y terminaba demasiado cansado. "Quizás esto no sea para mí".

Y un día cualquiera nos encontramos. "Vaya... eres par. Lo siento, no tengo entre mis planes volver a un par". Y lo intentó con otros impares, pero tampoco funcionaba con ellos. Estaban en la misma realidad, pero no por ser impares significaban que compartiesen números. Además, algunos de esos impares buscaban ser pares, por ser como los demás.

Y nos volvimos a encontrar. "Sigo siendo impar, pero...". El 'pero' se convirtió en un 'quizás', en la prueba de que aquel impar decidía olvidar la naturaleza del número y centrarse en la realidad de que los números no siempre dicen la verdad. Y yo, par de toda la vida, acepté el reto de reflejarme en otro número y cambiar un poco de dirección.

Ahora convivimos en la misma realidad, sin tener en cuenta la terminación del número. Se presentan dificultades, entre el '9' y el '8', por ejemplo, pero tiramos de calculadora y sumamos un nuevo número.

Ya iré contando cómo se vive siendo un par impar.
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