Regreso Al Futuro

Y ahí estaba yo, otra vez. La misma estampa que hace casi diez años, el mismo olor y el mismo frío en la espalda. El mismo perfil de piedra, ladrillo y cristal y sensaciones reconocidas y ya vividas. Estaba en el Campus Sur, enfrente de la facultad de Derecho de Santiago de Compostela.

Volvía allí para hacer el papeleo correspondiente a la convalidación de créditos de libre configuración en Madrid. Sí, créditos de libre configuración, un invento de la universidad pública para, entre tasa y tasa, sacar un poco más de dinero al estudiante. Y sí, una manera de tocar bien las pelotillas y de hacer perder el tiempo. De hecho, dudo que exista en el mundo alguien que pueda decir: "Pués sí, gracias a las asignaturas que hice para cubrir los créditos de libre configuración, mi cultura y mi preparación son mucho mejores".

En un paseo en el que las imágenes del pasado se mezclaban con las del presente, llegué hasta el COIE (o COI o sitio donde haces el papeleo). Allí, colas y nervios porque los estudiantes estaban haciendo sus matrículas.

Alumno: ¿Cómo que necesito el impreso XA-0? Pero si ese lo cubrí hace un mes y lo entregué en la oficina de empadronamiento de mi pueblo.
Funcionario: Sí, el impreso XA-0, pero yo te digo el XA-O. Es que por escrito parece lo mismo, pero tú me dices 0 (cero) y yo te digo O (O). Siguiente...
Padre del alumno: Siempre igual, Alfredito. Ahora que ya no puedes matricularte podrás empezar a trabajar en el negocio familiar, como siempre he querido. Serás maquillador de muertos en una funeraria. ¿Por qué lloras?

A mí me pasó algo parecido, como no. Resulta que lo que quería no era posible conseguirlo en ese preciso instante. Además, tenía que hacer un pago (sí, de una tasa, que guay) y para eso tienes que ir a la oficina de la entidad bancaria (¿Caixa Galicia?) que está en el piso de arriba.

Esperar una cola en ese banco es una experiencia, la verdad. Sobre todo si detrás de ti se colocan (se ubican, me refiero, no es que estén fumando cosas raras ni nada por el estilo...) dos chicas jóvenes. Es su primer año en la Universidad, su primer año en Santiago, su primer año en un colegio mayor.

Chica1: Pues tía, mi habitación es una mierda. Tienes que entrar casi de perfil, uuhaaaahgggg (onomatopeya de esfuerzo increíble para lograr el escorzo necesaio). (No, si es que la princesita pensaba que iba a ir a un palacio, la jodía).
Chica2: A mí me tocó la 79.
Chica1: ¡Que suerte! ¿Y eso?
Chica2: Es que, por confusión, me metieron con un pavo. Como no podíamos estar en la misma habitación, me pasaron a esa, que estaba libre.
Chica1: Joder, qué suerte, macho (sí, las jóvenes de ahora hablan así). Que rollo lo de que cada veterano tenga que apadrinar a un novato, ¿no?
Chica2: Sí. Yo intenté que me apadrinase un veterano, pero me dijeron: "A las chicas sólo las pueden apadrinar chicas", así que nada. Me tocó Virginia (Digo yo que te amadrinarán, amiga. Esto demuestra que esta era la lista del grupo: tenía una buena habita y quería que la apadrinase un tío...).
Chica1: ¿Virginia? Es super guapa, ¿verdad?
Chica2: Bah, es que se arregla mucho. Así cualquiera.

Y así pasó la mañana, cotilleando las conversaciones ajenas. Esta fue la más jugosa. Y fue una mierda, lo sé. Imaginaros el resto. Una fiesta continua.

Y mañana, vuelta a Madrid.



Que me vayan preparando unas
...
ARRITATUMATIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII
.

Días De Radio

Llega el final del mes de septiembre y, con él, el final de mis prácticas en la radio. Han sido tres meses de ondas sólo interrumpidos por fines de semana, festivos y unos días en Madrid. Tres meses de mañanas de trabajo; de ruedas de prensa, de presentaciones, de oros olímpicos, de aeropuertos abarrotados, de gritos de "mentireiro", de planes urbanísticos, de sentencias y de crisis; sobre todo eso, de mucha crisis.


Si me meto en el Mauro que entró el primer día por la puerta de la radio, aún me tiemblan un poco las piernas. Después de un rápido reconocimiento de las instalaciones (algo así como: "Te sentarás ahí hasta que venga Susi, luego aquí. Esto es para montar los cortes, funciona así. Este es el estudio. Este es el correo, lo revisarás para ver si entra algo interesante, igual que con el fax..."), me dieron un bolsito de esos cruzados tan modernos que se llevan ahora con una grabadora y unos cables dentro, unos cascos y una libreta molona y me mandaron al ayuntamiento. Así, recién llegado.

Como para no acojonarme: mi voz saldría en unas horas por la radio hablando de algo sobre lo que no tenía ni puñetera idea (es cierto que no tengo mucha idea de nada). Así, recién llegado. No tenía más experiencia que la de hacer del Señor Bigote y haber subido en alguna ocasión a un escenario a hacer el chorras en obras de teatro. Pero esto era distinto: tono serio, informativo, riguroso, lograr que a la gente le interese de lo que hables y, además, que se entere de qué hablas. Chungo.

Ese es uno de los retos de la radio: hacer interesante algo que cuentas. Ya puede ser a través de la voz, del tono, del cómo lo cuentas o del tema en sí, pero te las tienes que ingeniar para no perder la atención del oyente. De ahí que las frases sean cortas, directas, poco rebuscadas y literarias. A menos subordinación, más facilidad de comprensión. Pero eso lo vas viendo día a día. Al principio montas un texto precioso, lleno de palabras que suenan cultas (como periscopio) y enrevesadas construcciones lingüísticas dignas de Mariano Ozores (excelente orador), repleto de infinitivos y un ritmo y una cadencia que nace de la rima interna de las palabras utilizadas. Al empezar a leer la cagas. Luego, tratas de corregirte poco a poco.


La radio también es intensidad y actualidad. Intensidad, porque no caben espacios en blanco: a tu texto le sigue una voz y esa voz se une de nuevo con tu texto; dicen que un segundo en silencio en la radio es eterno. Y es cierto, yo lo viví y casi me muero (de viejo). Y es actualidad porque no vale el pasado remoto. Las personas no declararon, sino que han declarado. Él no creyó, él cree. Hay que dar la sensación de que la noticia está pasando al tiempo que tú la cuentas, con el único espacio temporal que cabe entre que algo pasa y se cuenta.

La radio ha sido parte de mí durante tres meses; más bien, durante las mañanas de tres meses de verano. Y ha sido tiempo suficiente para conquistarme. Es algo que suponía; siempre dije que me iba a hacer periodismo porque me gustaría trabajar en la radio, pero necesitaba una prueba. La prueba ha resultado positiva, el circulito es azul y significa que estoy embarazado.

Ahora sólo me queda buscar otra madre en Madrid para engendrar otro hijo. Creo que va a ser más difícil. De todas formas, no será como la primera vez.


Ahora sí, el viernes me iré de copes.

El Punto Medio


He perdido el punto medio. La gente me dice que no hay que ser radical, que hay que ver las cosas desde todos los ángulos, desde todas las perspectivas, desde la mirada del otro. Desde el centro, podría decirse; desde el punto medio.

Punto medio, punto de equilibrio, punto de cordura, punto de referencia, parte central, centro neurálgico, kilómetro cero…


Yo no puedo. Carezco de él. Es algo que he ido perdiendo a lo largo de los años. Lo que empezaron como meros despistes que se exculpaban con un “uy, perdón”, se fueron convirtiendo en parte de mí. Cada día que pasaba, cada mes, cada año, el punto medio se alejaba de mi cuerpo, de mi cabeza y de mi mentalidad. De hecho, desde hace unos años ya ni lo veo ni lo encuentro, por mucho que lo busque.


La progresiva desaparición del punto medio no es sólo culpa de mi naturaleza o de mi forma de ser; gran parte de la culpa la tiene la gente (sí, me gusta echar la culpa a los demás, soy así). Y es que con solo echar un vistazo hacia el punto medio se puede ver lo sobrecargado que está de gente; todos acumulando desopiniones, pensamientos en blanco, palabras vacías, dudas absurdas. Y todos allí, en el punto medio. Por eso prefiero alejarme un poco.

El medio, el centro, lo anodino… todo lleva al mismo sitio: a la nada. A no mojarse, a no atreverse a poner un pie delante del otro y empezar a caminar. En resumen, a la cobardía. Además, y volviendo al centro, es un término que nuestros amigos los políticos han desgastado hasta el punto de inutilizarlo por completo. Yo, lo manifiesto, no soy de centro, y menos del centro del que quieren ser ellos. Prefiero caerme hacia un lado siniestro que caer en su vacío medial (y mental).


¿Se puede vivir sin punto medio? Pues, por lo que parece, sí. Es complicado, es verdad, pero hay que sobrellevarlo. De hecho, estos últimos días me he vuelto a dar cuenta de que eso que yo no tengo es muy valorado por los demás. Eso sí, el punto medio te hace perder la perspectiva de lo que de verdad importa (bueno, o lo que a mí me importa).


El centro es la protección, porque nadie te podrá decir que te has comportado de manera incorrecta: desde el centro puedes llegar a todos lados sin mojarte… sin mojarte, ahí está la clave.


‘Centro’ igual a ‘no mojarte’. Es decir, ‘centro’ igual a ‘no arriesgarte’. Es cómoda la vida sin riesgo, sin tomar partido, sin aceptar las verdades que te van saliendo al paso. Sí, es fácil, pero también triste, aburrido y bastante gris.


Pensándolo bien, me gusta haber perdido el punto medio.


Os quiero mucho… os odio a muerte… es lo que tiene no tener punto medio.


P.D: Aprovecho para felicitar a las Pes con puntos que se unen con Des con puntos. Sea pues.

Recuerdos


Es difícil saber de qué material están hechos los recuerdos. Son imágenes sin reflejo físico, sin soporte sobre el que enseñarse, pero su intensidad a veces es superior a la que imprime la realidad. Y es que están fuera de la propia realidad, están afectados por el tiempo y la distancia, lo que hace que se emborronen cuando los traes al presente. En ese presente es cuando se acercan a la realidad y se hacen palpables.



Se esconden en un punto indeterminado, en un lugar al que sólo puedes acceder tú y sólo cuando lo necesitas de verdad. Repito que es difícil saber de qué material están hechos, y más que nada porque abarcan desde imágenes hasta sonidos, pasando por olores y sensaciones. ¿Y qué tienen en común una imagen, un sonido, un olor y una sensación? Pues supongo que todas ellas, juntas y por separado, son capaces de construir un recuerdo.


Muchas veces no hace falta cerrar los ojos para no ver. Simplemente, evocando un recuerdo (de esos que son inmateriales pero que están hechos de algún material) los ojos pierden la referencia de lo que tienen enfrente. La cabeza viaja al punto de encuentro entre tú y el recuerdo y te devuelve como un espejo las imágenes que quieres recuperar; y lo hace con aquellos olores, si los había, o con aquellas sensaciones, si las recuerdas, o con los mismos sonidos, si los oíste.


Pero el recuerdo no es sólo voluntario. Puede aparecer sin explicación aparente. A veces, un olor te traslada hasta algo o alguien. O una canción, que te devuelve las sensaciones que te producía la primera vez que la escuchabas. Incluso te asalta una imagen; saltando se sitúa delante de ti, te mira a los ojos y te hace olvidar lo que tienes alrededor.


Ahora mismo estaba viviendo un recuerdo. Nos colgaban las piernas en aquel taburete y yo no paraba de reír. El olor… sí, es el mismo de aquella vez. Incluso la luz impacta contra uno de mis ojos como aquel día, el mismo foco que lo hacía aquel día. Y el mismo ruido, que casi no me deja escuchar qué me están diciendo.


Ya estoy fuera de él y he escrito esto. Seguro que, algún día, sentado en el suelo de mi habitación como estoy ahora, uno de esos recuerdos traicioneros aparecerá en mi vida para enseñarme la estampa que ahora mismo dibuja mi cuerpo con la espalda apoyada en la cama. Y me recordará que estaba recordando y hablando de recuerdos…¿un metarrecuerdo? Eu qué sei.


Venga, te recuerdo, Amanda…

Aeropuerto II, La Venganza


El cielo azul, la estela del avión. Aquel vuelo iba a ser un acontecimiento determinante en mi vida y la verdad es que esto es una mentira que lo flipas akdfjwoirvnflvs... que no, que no y que no. Jamás buscaré la inspiración entre aviones, cielos azules y vuelos trasatlánticos. Y es que, debo confesarlo, odio los aeropuertos, los aviones, los pilotos y las azafatas. Es un odio similar al que siento por las peluquerías: en ambos casos sólo oir su nombre me produce un sarpullido.


Y no es que me dé miedo a volar, ni mucho menos. Pero es que me parece que, al igual que la peluquera quiere hacerse pasar por esteticién, todo lo relacionado con los aviones suelta un tufillo a glamour (palabra que detesto y que debería desparecer del vocabulario). Pero ese glamour (palabra que detesto y que debería desparecer del vocabulario) tiene un reflejo amarillento y casposo, de dentadura postiza en un vaso de agua en la mesilla de noche, de peluquín despeinado que no va con el color del pelo real. En resumen: tufillo chungo.


No me voy a extender mucho porque no me hace falta. Mi ira se centrará en tres puntos concretos que resumen mi odio por los aropuertos y todo lo que conlleva:


1.- El piloto: Todos (o yo, en este caso) recordamos a Leonardo Di Caprio como falso piloto de la PANAM, con su uniforme de piloto y nosequé y nosecuántos. Vale, muy bien. De toda la vida, y sin ofender a nadie, los que no servían para otra cosa y tenían pasta se hacían pilotos. Sí, amigos, pilotos. Pero desde fuera, todos los machos pensamos: "Ummmm, eso de ser piloto deber ser la leche. Hoy me tiro a una azafata en Beirut, mañana a otra en Pekín...". Bueno, es una forma de verlo. Yo creo que las reminiscencias de películas como "Botón de ancla" y esa leyenda urbana de que a las mujeres les atraen los hombres con uniforme (sí, claro, y lo que buscan en un hombre es que les haga reir. Una imagen mental para romper eso: Chiquito de la Calzada vestido de bombero...) han provocado que los machos pensemos que eso de ser piloto y entrar en un bar cercano a un aeropuerto vestidos de pilotos nos hace irresistibles (por cierto, un bar cerca de un aeropuerto...puticlub, fijo).


Para mí, después de este rollo, los pilotos no son más que camioneros o taxistas. Camioneros cuando llevan aviones de carga o comerciales y taxistas cuando llevan el jet privado de un ricachón. Sí, cobran más, pero no me comparéis el manejo del mapa de un camionero a la mariconada del piloto automático de un avión...ni punto de comparación.


En este apartado he de incluir a los sobrecargo. No me voy a exceder. Sobrecargo: ¿por qué esa voz de imbécil y ese inglés de Raphael cantando "Acuario"? Espero alguna respuesta.


2.- Las azafatas: Sin rodeos, las azafatas son camareras. Ni más ni menos. No las desprecio por ello, claro, pero sí por ese aire de superioridad que tienen muchas, en plan: "Eh, que soy azafata". ¿Y qué, no me vas a traer los cacahuetes que me cuestan una pasta? ¿no vas a atenderme cuando le dé al botoncito de llamada? Mirad, azafatas del mundo, alguna vez ser azafata significó algo; hoy en día no significa nada. Sólo sois mujeres disfrazadas de los años 70 y algunas demasiado viejunas para hacerse las monas y empaparse con el maquillaje. Son educadas (algunas), amables (algunas), eficientes (pocas) pero no me la dan. Son camareras de alto standing... y ni eso.


3.- El avión: Pájaro de acero. No, no, no. No los veo evolucionar, la verdad. Necesito que vuelen más, que no hagan tanto ruido, que no sean tan feos (porque son máquinas horribles). Y por qué no hacen unos estantes para equipajes decentes. El otro día no me cupo ni una maleta de mano; es cierto que la llevaba petada, pero ¿acaso no es mi derecho como humano? Mirad, no sé. Y aquí incluyo el aeropuerto: esos pasillos interminables, esos paneles que no informan, esa manía con la puntualidad del pasajero pero que olvida la del propio vuelo...gentuza.


Me voy. No aguanto más. En octubre viajo en coche a Madrid, lo tengo clarísimo.


Alas para todos.
P.D: glamour (palabra que detesto y que debería desparecer del vocabulario)
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