Parez

La crisis está ahí. Está; no tiene un físico determinado ni cara ni mucho menos sentimientos. Y la crisis esta nos tiene a varios parados en el mercado pseudo laboral (también a los que aspiramos a ser becarios); parados por lo del poco movimiento que hay, salvo en el torno de salida. Ese sí que se mueve y no para de moverse. El de entrada, en cambio, no se inmuta, por lo menos para los contratos que supongan más de seis meses de trabajo en la empresa.

Desde mediados de septiembre, cuando terminé mi último examen de la carrera, me situé en una imaginaria cola del paro. Imaginaria porque nunca he cotizado y entre esos números que nos abruman del INEM (a todos menos al Gobierno, claro) yo no me encuentro reflejado, como tantos otros que, unidos de la mano, seguro que haríamos tambalear la redonda cifra de los 4 millones.

A lo largo de este mes y poco, aproximadamente, he estado buscando algo que me apeteciese. Una beca, me daba igual, en un medio de comunicación, y por un sueldo de mierda, tampoco importaba. Lo sé, soy lo más parecido a una prosituta de esas que te encuentras en la Gran Vía y que te piden un euro mientras te agarran de la manga. Durante este tiempo, he estado nadando en el maravilloso mundo del ocio. Pero el ocio, si es del 100%, aburre, y mucho.

Pero esto ha terminado con una llamada. "¿Sigues interesado en trabajar con nosotros?". Claro que sigo y seguiré interesado. Así que este lunes, a las 3 de la tarde, empieza mi nueva vida como becario en la sección de deportes de El País Digital. Trabajaré los domingos, algún sábado, pero así es la vida de los periodistas deportivos, amigos. Así de dura.

La verdad es que soy polifacético. Después de la Cope, me fui a Canal Plus, y esto supone seguir con la vía Prisa, y estaría bien seguir un poquiiiiito más y probar en la SER, ¿no? Así que, si esto termina en unos 5/6 meses, ya saben los de la radio que estoy dispuesto a dar el último paso por la empresa. En serio, lo haré, y gratis. Bueno, gratis no, que ya como licenciado no se puede estar con estas tonterías...

Venga, suerte y cosas para todos.

Te Lo Regalo

Después de estar unos días en el norte de España y de un mes y pico fuera de Galicia me sigue faltando lo mismo: el mar. Muchas veces escucho hablar del mar, de la playa, del agua, del verano. Yo no me siento identificado con esas palabras, no por lo menos como los escucho o cómo lo entienden los que hablan habitualmente de él.

Para mí el mar no es el verano ni la playa ni el sol. No es un plato en calma de color azul verdoso, ni el reflejo del cielo que le da el color diariamente. No es una toalla sobre la arena empapada después de un baño ni medio día al sol secando la piel y oscureciéndola. Tampoco es la ceguera de la luz directa sobre los ojos ni la brisa que descarga el calor del cuerpo.

Para mí el mar es algo más. Es una visión constante, una fuente de relax y una visita indispensable cada vez que vuelvo a Vigo. Es un cielo cubierto de nubes, un gris que se desplaza sobre la orilla mientras la marea arrastra a través de la corriente las algas que luego se depositan a los pies de la playa. Es la referencia con la que he vivido a lo largo de muchos años en el horizonte y lo que busco entre los edificios de la ciudad y que muchas veces no encuentro. Es un paseo en septiembre mientras se empapan los pies y una fuente de descanso desde el muro del pantalán del puerto de Vigo, con la otra orilla enfrente. Es una lucha contra las rocas y una oleada de espuma a lo lejos.

"Me encanta el mar". A mí también, y por eso me gusta la gente que disfruta
como yo, a pesar de no vivirlo de origen, de ese fenómeno sin explicación posible salvo la del poder de la naturaleza. Por eso me gusta la gente que enfoca sus pies hacia la arena para buscar la humedad de una tarde sin sol mientras los demás pasean lejos de ella. Por eso me encanta que alguien me diga que le encanta el mar.

"Me tienes que llevar a ver el mar". Te llevaré a ver el mar, cualquier mar, el mar que sea, donde sea y cuando sea. Prefiero enseñar mi mar, mi imagen del mar, mi visión del mar, pero me ofrezco como guía de cualquier viaje cuyo destino sea el mar. Y te lo regalo; te regalo mi parte, te la presto para que la disfrutes, para que la degustes, para que la sal se quede entre los labios y en la piel después de un baño, para que se corte la circulación por el frío de las Cíes pero el sol ponga el contraste necesario con sus rayos.

Y mientras nadie lo visite, yo me ocupo del mar y si quieres nos dividimos la tarea, yo atiendo lo que tiene importancia y tú todo lo importante. Y al final de la jornada, mi voz en tu costado.


Ex Mp3

Ha muerto. Se ha ido y ni siquiera pude despedirme de él. Los minutos que tardé en ducharme fueron los últimos en los que fue capaz de respirar y durante los que sus entrañas sufrieron un ataque de alguna enfermedad que aún está por descubrir. Cuando volví, empapado en la culpa, yacía sobre mi cama inerte, sin vida, sin luz.

Era por la mañana y lo había encendido para escuchar un par de canciones que me apetecía escuchar. Se hacía tarde, casi la hora de comer y decidí que era el momento de apagarlo y asearme un poco para comer y disponerme a pasar una tarde completita llena de partidos de fútbol gracias a ese invento llamado Gol Tv que me da la vida en mis días de paro. Y así lo hice; pulsé el botón y se despidió de mí. "Goodbye". Lo dejé sobre la cama y, antes de salir de la habitación, le dije: "Luego te cargo, que quiero escuchar sin que se termine la batería el partido del Barça". Le guiñé un ojo y me giré.

En el tiempo que tardé en ducharme no sé qué pasó, la verdad. Me lo imagino derrotado sobre el edredón, llorando porque no había nadie con él en sus últimos momentos, nadie que le agarrase y le sujetase, que le dijese que no pasaba nada, que todo iba a salir bien, que aguantase como un machote, nadie que pudiese tapar su hemorragia eléctrica ni que le hiciese un torniquete a su batería para evitar más pérdidas de ese aceite de la vida. Nadie estaba con él, sólo la oscuridad de una habitación.

Si llego a saber que era la última vez que iba a hablar con él le hubiese dicho todo lo que ha significado para mí, todo lo que me ha dado sin pedir nada a cambio, sólo que lo cargase de vez en cuando. Todas las canciones que hemos cantado juntos, todas las canciones que hemos compartido con ilusión. "Mira, mp3, he conseguido esta versión y esta en directo. Y voy a borrar ya el disco de Alejandro Sanz, que últimamente me cae mal, sobre todo desde que me he enterado de la historia esa de una botella en el culo". Al verlo sin vida, mil recuerdos se agolparon en mi cabeza, como flashes de una vida que duró un año y tres meses. Los paseos, las esperas, las calles de Madrid, de Vigo, los viajes en autobús, aquella playa compartida, los cascos que han pasado por nuestra vida y que no habían logrado separarnos... Demasiados recuerdos como para seguir adelante.

Después de su muerte, una voz me dijo que no me preocupase, que aprendería a olvidarlo y a querer a otro, que siempre pasaba así. "El tiempo lo cura todo". Puede ser... Admito que ya había vivido una situación similar cuando lo dejé, esta vez por propia voluntad, con mi anterior mp3. Él fallaba mucho y ya no existía conexión entre nosotros ni con mi ordenador. Y los inicios fueron complicados; yo estaba acostumbrado a otro, a otra rutina, las canciones no me sonaban igual y después de una relación larga es complicado volver a adaptarte a otro. Pero lo conseguimos con el esfuerzo de los dos. Y fuimos felices, muy felices. Pero ahora comenzaba un nuevo camino. Tenía que poner punto final y seguir avanzando, no quedarme estancado en el reflejo de su cuerpo negro y su pantallita.

Ahora estoy con los trámites del entierro: conseguir la garantía o un documento que confirme la antigüedad de nuestra relación, acudir al Corte Inglés para que me hagan la lápida y no sé, conocer a otro. Lo bueno es que he visto a alguno de sus hermanos en el mostrador y supongo que a él le haría ilusión que estuviese con alguno de ellos.

Todo se verá. En fin, descanse en paz, mi ex mp3.

Desde La Ventana

Hace unos meses, en mayo, justo al aterrizar de Brasil, mi vida había dado un cambio. Llevaba desde el pasado octubre viviendo en una habitación interior; tenía dos ventanas y era luminosa, pero el paisaje que me ofrecían era el de un patio de luces con las ventanas de mis vecinas enfrente (alguno dirá: "¡Genial!"...). Pero al llegar desde Barajas, después de diez horas de vuelo, un rato esperando la maleta y varios metros, abría la puerta de mi casa para empezar una nueva vida.

Ahí estaba la que sería mi nueva estación en Madrid. La cama sin sábanas, polvo, posters de mi otro compañero y los muebles desperdigados por la habitación. La guitarra había sufrido una amputación de una cuerda y me miraba aún convalenciente desde el accidente en la mudanza. Estaba desafinada, casi tanto como yo al frenar las ruedas de la maleta sobre mi nuevo suelo.

El armario estaba roto, con la puerta tapando sus vergüenzas posada sobre su esqueleto, y mis cosas se acumulaban en cajas y bolsas de plástico. A pesar de la tétrica imagen que describía, una luz me llamó enfrente de mis ojos. Sobre aquel colchón desnudo se situaba una ventana; me subí sobre la cama, abrí la persiana y saqué la cabeza. Ahí estaba: la calle, las aceras, los coches aparcados y las niñas del colegio de enfrente que alguna vez me habían gritado cosas cuando estaba en el salón pasaban a formar parte de un cuadro que sería, a partir de ese día, mi nueva vida.

Desde aquel momento, la ventana ha sido mi respiradero, como los agujeros que les hacíamos en las cajas de zapatos a los gusanos de seda para que pudiesen respirar. Igual que ellos, la abro para tomar un poco de aire, de ese aire viciado de la capital pero que se respira profundamente ahora que empieza a enmudecerse el calor y que el suelo, de vez en cuando, se despierta mojado y húmedo.

Muchas veces me enciendo un cigarro y observo lo que pasa al otro lado del cuadro, que cobra vida y despega con movimientos y dibujos cotidianos. Los dos trabajadores de no sé qué empresa que se fuman sus pitillos en el portal de enfrente; los dos de traje, uno sin chaqueta y con el pelo a lo Bisbal, sólo que está más gordo. Los padres se arremolinan contra la puerta del colegio para recoger a sus hijos mientras un altavoz dice nombres que, a veces, parecen elegidos al azar. Esos mismos padres sostienen entre sus manos unas cartulinas que contienen el nombre y los apellidos de sus objetivos y aquello se convierte en una bolsa de puericultura, donde nunca sabes qué valor está en alza.

Las chicas más creciditas se apoyan en los coches con sus faldas plisadas y fuman tabaco para darse notoriedad (siempre piden, nunca compran las muy...) y algún que otro gañán rompe la armonía con un grito pelado y áspero mientras un coche exclama un "¡Aleluya!" por encontrar, por fin, un sitio para aparcar.

Por la noche, se puede intuir las ganas de salir; varios grupos pasan, otros incluso se paran con su música tecno unos minutos debajo de mi ventana, como si fuesen a declarar su amor a alguna Julieta pastillera y con pendientes que le cubren toda la oreja.

Y nadie me ve. Soy espectador de una televisión real y me encuentro fuera de su plano. A veces alguien alza la cabeza, pero creo que sólo ve el objetivo de la cámara que reproduce en los hogares sus movimientos.

Muchos días me los paso así, viendo el mundo desde la ventana.
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