Lluvia en España, lluvia en Madrid. Ésta ha sido la tónica de las últimas dos semanas. Alguien me dijo alguna vez que en Madrid no llueve...pues será el amigo efecto invernadero que está volviendo todo un poco del revés. Lo cierto es que aquí ha llovido de lo lindo, por lo que Madrid se ha convertido en una ciudad sumida en el caos total. La gente madrileña (y los que no lo son, pero llevan aquí el suficiente tiempo para creerse que lo son) se agita, se convulsiona con la llegada de la lluvia; es como si a un pez lo sacas del agua durante unos segundos, tiempo que dedica a retorcerse al ritmo de saltitos ridículos buscando el líquido que le da la vida. En Madrid igual: es ver caer una gota del cierlo y la gente se desconcierta de tal modo que desempolvan sus paraguas y copan los transportes público y privados con el fin de no contaminarse de tal aberración de la naturaleza.
Yo, insigne gallego, curtido en cielos borrascosos, hago oídos sordos (más bien, ojos ciegos) a la lluvia y me convierto en el único cuerdo de la ciudad. Que caen unas gotas...pues vale, no me voy a morir. De hecho, estudiar en Santiago durante 7 años me ha dado una resistencia a la lluvia y a las mojaduras tremenda. Yo en Santiago no usaba paraguas; lo iba dejando, posponía la compra del artilugio hasta que, cuando lo adquiría por una módica cantidad en el Mercado de Abastos, dejaba automáticamente de llover.
Además, Santiago es una ciudad mal construída. Lo siento, pero es verdad. Desde San Agustín hasta el Campus sur (unos 10-15 minutos a pie) no había a penas zonas donde cubrirse de la habitual lluvia. También es una ciudad traicionera; más bien su clima es traicionero. Un día te levantas y luce un radiante sol que te saluda introduciéndote un rayito por el ojo y piensas: "Mmmmm, el verano ha llegado al Corte Inglés...". Sales a la calle desabrigado, desnudo de ropa anti-lluvia, y comienzas a caminar. A los pocos minutos (o incluso segundos) una nube gris oscura se abalanza sobre tí y descarga toda su furia transformada en gotones de agua que te dejan pingando. Al cabo de unos años ya desconfías tanto qeu puedes reírte de los pobres neosantiagueses que confían su suerte a un vistazo por la ventana.
En Madrid no pasa eso. Llueve...pues llueve. No llueve...pues no llueve. Lo malo es cuando llueve.
A pesar de mi experto conocimiento de la lluvia y sus derivados, yo he caído también en la locura capitalina sometida a una incesante lluvia. Al mismo tiempo que la ciudad se encontraba repleta de carteles electorales (terrible el de Espe Aguirre, daba pavor esa cara megaestirada), también se sumía en un gris que ha durado dos semanas, demasiado para las gentes de aquí.
Mi confirmación de que había entrado en ese círculo sin fin de locura en el que se encuentra la gente de Madrid con la lluvia llegó el pasado viernes. Llovía, sí, y mucho, en Getafe. Al salir de clase decidí coger el bus (en lugar del cercanías que cojo habitualmente) para que me llevase a la parada de metro de Plaza Elíptica, que pertenece a la línea 6, la circular, y que me lleva a mi casita sin hacer ningún cambio de vía ni tonterías del estilo.
El autobús paró y cientos o miles de personas nos bajamos apurados para no empaparnos con el chaparrón que caía en ese momento. Crucé dos pasos de cebra adelantando a todos los viejo y jóvenes que me encontraba en mi paso y llegué a la boca de metro. Un cartel anunciaba que era la parada de Plaza Elíptica y unas escaleras te invitaban a entrar allí, para resguardarte por fin de la lluvia.
Mientras bajaba las escaleras, todo tipo de vendedoras ambulantes intentaban hacer negocio: "Chica, mira que jamiseta tan bunita, cariño" o "Compra unos calcitines y te llevas otros dos, ¿eh?" eran frases que se escuchaban mientras nos adentrábamos en el subterráneo. No reparé en ninguna de ellas...salvo en una.
Al lado de la puerta que da acceso a la estación en sí, se encontraba una mujer de pequeña estatura y rasgos orientales. "China", pensé, aunque rápidamente me corregí, ya que podía ser taiwanesa, koreana del norte o del sur...asiática, en fin. En el segundo que me llevó cruzarme con ella escuché su frase para vender su producto; una frase que, de haber sido utilizada por una empresa de marketing (MKT), hubiera sido la bomba. Pero como aquello lo decía una asiática afincada en Madrid que vendía cosas en la entrada del metro de Plaza Elíptica, no le llamaba la atención a nadie...salvo a mí.
Me paré un metro después de haberla dejado atrás y escuché con atención aquella turbadora forma de vender su producto:
"Palaguas, palagua, palagua, palaguas, palagua, palaguas..."
Me quedé atónito. Me costaba reconocer cuándo decía "palaguas" y cuando decía "palagua", pero interpreté de una manera sutil (la sutileza me define) que era un juego de palabras. Aprovechando la forma de hablar de los chinos (ahora estoy seguro de que era china), no pronunciaba la "r" de "paraguas", sino que la sustituía por una "l". Era algo típico, todos imitamos a un chino hablando cambiando la "r" por la "l", pero lo había llevado a otra dimensión.
Quise interpretar que vendía paraguas para el agua. Para el agua paraguas. Pal agua paraguas. Paraguas pal agua. Palaguas palagua. Palagua palaguas...Maravilloso. No me atrevería a decir que esa era su intención, ni tampoco se lo pregunté, ya que hubiese sido un poco absurdo decirle: "Perdone, asiática dama, lo hace a propóstito, ¿no es cierto? Dice "palaguas" haciendo referencia al artilugio y "palagua" haciendo referencia a su utilidad...dígame que sí y me casaré con usted".
No sé si su estrategia empresarial sería esa, la verdad, lo único que sé es que me paré durante un minuto a un metro de ella tratando de descifrar aquel mensaje oculto en un problema de pronunciación. Mientras la gente golpeaba su hombro con el mío y me increpaba, pues estaba tapando la puerta de entrada, volví a la realidad. Giré a mi izquierda (¡milagro! yo sólo soy capaz de girar a la derecha) y huí para coger el metro.
Dama asíatica, sigue así.
Os quiero. Disfrutad de la vida.
Casualidades
Hace 1 año