Tres Telediarios

Bueno, miento, tres telediarios no, sino cuatro programas. Eso es lo que me queda en el mundo de Canal Plus. Si hace unos meses escribía aquí que me quedaban 170 horas, ese tiempo ya se ha consumido casi por completo para dejar paso a la última semana (que no voy a completar, porque el jueves es mi último día), a los últimos cuatro días, a los últimos cuatro programas, a las últimas 20 horas (si nos creemos la mentira de que sólo trabajo cinco horas diarias, claro).

Desde que me anunciaron que me renovaban la beca hasta el dos de abril, las cosas han cambiado bastante, la verdad. Si en el mes de enero aun no estaba cómodo con muchas cosas, la presión de las últimas horas aun me apretaba el cuello, el último mes y medio ha sido extremadamente relajado. No sé si es que ya te vas haciendo al ritmo, a la redacción, a la gente o a lo que quiere cada editor (por la tarde hemos sufrido el suplicio de alternar editores, cada uno con su forma de ver el programa, de enfocar la información, de distribuir el trabajo y de aumentar o reducir su cantidad), o quizás sea que sabes que te queda poco y te vas relajando... el caso es que en ese tiempo he visto las cosas desde fuera, sin presión.

Me he colocado en un plano exterior al de la redacción. Antes, intentaba sumergirme en ese mundo (bastante extraño y particular, lo puedo asegurar) y absorber lo que creía bueno, válido o beneficioso; al final, ya sólo me detenía para analizar a los redactores, para fijarme en cómo enfocaban ellos el trabajo, para ser crítico y no dar por hecho que lo que dice un 'superior' es lo que hay que hacer. Lo hacía como me mandaban, claro, pero pensando que esa no era la manera y con la poca carga de responsabilidad que conlleva esta frase: "Vale, el programa no es mío y me voy en nada, así que tú verás lo que hacéis con vuestro futuro".

También me ha servido para saturarme de algunas cosas. De una extraña extraña obsesión por el deporte pero no desde la visión informativa, sino desde la visión más comercial que supone tener que mantener audiencias, fieles y, en definitiva, dinero. Otra de esas frases con las que me he quedado es: "Al que está cenando con la tele de fondo hay que impactarle". Toda la razón del mundo, salvo que le vendas un titular impactante, amarillista y sensacionalista para luego regalarle una información vacía o enfocada a los intereses particulares de la empresa (esto es, darle caña a no sé quién o destacar frases que son "buenísimas, macho").

Pero no todo ha sido criticable, ni mucho menos. He tenido la suerte de compartir meses y horas de trabajo y aburrimiento ("vamos a tocarnos los huevos esta tarde...") con gente que merece la pena; también he aprendido a no verme superado por la vorágine de cuarenta tíos gritando; he conseguido aprender a manejar con un nivel medio (de sobra para lo que teníamos que hacer) un programa como el Avid, que se supone que es el que se utiliza en las televisiones de todas esta piel de toro que es nuestro país (pffff); y he aprendido lo que he podido de los que me han rodeado, me han mandado o me han acompañado.

El viernes pasado, en el mail que nos mandan con el plan semanal de los turnos, ya nos anunciaban que terminábamos las becas (bueno, dos días antes nos lo habían dicho en persona) y que no había posibilidades de seguir. Una frase resaltaba entre las todas: "les echaremos de menos, tanto en lo personal como en lo profesional". No lo dudo, pero me suena más a plantilla del word que seleccionas en "despedida de becarios" que a un pensamiento real que sale del alma... Ese mismo día, hablando con uno de los realizadores sobre lo malitas que estaban las cosas, nos decía: "Bueno, vosotros al menos habéis demostrado nivel como para estar aquí, algo que otros no han hecho". Luego añadió: "Y muchos de los que no lo demostraron están aquí trabajando...". Vaya, que agradeces el cumplido pero se te queda una cara de imbécil que no es fácil que se te borre al menos en dos horas.

Y ahora... pues semana santa en mi casita, con boda incluída (no mía, no tengo la edad legal para casarme), y después... incertidumbre. Unos meses para buscar algo a lo que agarrarme en verano. Maradona dirá.

Más Deportes para todos.

El Pozo

El pozo es ese sitio en el que caes sin querer. Es más, ese "sin querer" recoge un sentido literal. No tiene carácter de involuntariedad mezclada con azar, no es esa acción de golpear un jarrón con el codo y, fortuítamente, tirarlo al suelo y romperlo, no. Es más bien un "no querer"; no quieres caer en el pozo, nadie quiere caer en el pozo.

El pozo es ese sitio oscuro, negro, sin luz y del que es difícil salir. Suele tener una profundidad lo suficientemente importante como para que los esfuerzos que se hacen para salir sean inútiles. Unos 30 metros de caída libre y, en el desconocido fondo, un charco de agua formado por la desesperación y la inercia de todos los que han caído allí. Es que de nuevo la inercia hace que no sólo caigas al pozo, sino que también te estanques en sus aguas. Y es que es difícil lograr escapar.

El pozo es ese sitio en el que, una vez allí, el acomodo que provoca la ineptitud, la impotencia y la falta de ganas se convierte en tu peor enemigo. Te recuestas sobre tus desgracias y buscas culpables fuera del lugar oscuro. Con el tiempo, los intentos por asomar la cabeza para volver a ver la luz se van atenuando y te vas haciendo a la idea de que estarás en él un largo tiempo.


El pozo es ese sitio del que poco puedes esperar. Es absurdo nadar en quimeras, desear que lleguen los equipos de rescate y te lancen una cuerda de salvamento, de esas que te atas a la cintura para, después, ser impulsado a la superficie, al mismo sitio desde el que caíste. Allí, en el pozo, te ahogas en los recuerdos de lo que algún día fue; recreas imágenes en tu mente, como si estuvieses viendo un vídeo de Youtube, en el que aparecen los tiempos buenos, los mejores, los de celebraciones, los de vino y rosas.


El pozo es ese sitio en el que se pierden tus sueños. Antes de caer tenías al lado a la esperanza vestida de verde y con un ramo de rosas para ti. Allí, en lo profundo, en el pozo, sólo las sombras de la incertidumbre te enseñan la realidad de lo que eres ahora. Uno más, un desaparecido en las portadas de los periódicos, un vacío de noticias de importancia. Eso sí, cuando te cuelas en las ondas, es para narrar tus desgracias y la ceguera que te está devorando todo el cuerpo.


El pozo es un sitio para no volver. El pozo es un sitio para aprender lo feliz que fuiste ayer. El pozo es la cola de la Segunda División para un equipo que, hace tiempo, demasiado como para recordarlo, enamoró a Europa y regaló chinchetas que señalaban en los mapas el puerto de Vigo como lugar obligado de visita para el que quisiese disfrutar de un fútbol que pocas veces se puede ver.


Saldremos del pozo. Perdón, quería decir ¿saldremos del pozo? Pues no sé. De todas maneras, coma sempre o de sempre... hala Celta.

Dejarse Llevar

Hace meses, me vendieron dos palabras. "Dejarse llevar". El vendedor, detrás de un mostrador de cristal a través del cual se podían leer todo tipo de frases, palabras, dichos y expresiones, me aseguraba que estaban en buen estado y que últimamente era la moda. Esas dos palabras las compraba mucha gente. Además, por el éxito que habían tenido, estaban de oferta. Te hacían un 15% de descuento y te regalaban una actitud. Esa misma, la de dejarse llevar.

Había entrado en esa tienda un poco por casualidad. Paseando perdido por la ciudad, su llamativo escaparate me había atrapado. Mostraba miles de letras sueltas, desordenadas, que podías también comprar para crear tú lo que quisieses. Al lado estaban las frases ya hechas, las palabras construídas de fábrica. En dos segundos pasé de mero espectador del escaparate a un potencial comprador dentro de la tienda.

Salí no muy convencido. "Dejarse llevar"... sonaba bien, y regalaban una actitud. Pero no estaba seguro de que estuviesen muy acorde con mi forma de ser o de actuar. Tenia la misma sensación que cuando te compras una prenda de ropa que en otra persona quedaría bien, pero que tú no acabas de verte con ella. Nada más llegar a mi casa, vacié la bolsa sobre la cama y las dos palabras cayeron como losas. "Dejarse llevar". Las miré durante un rato. Les di la vuelta, las repasé e incluso traté de doblar un poco las esquinas de cada una de ellas para comprobar que la calidad era buena, que no me habían vendido unas palabras de plástico. Y no, eran de un material sólido.

Después, saqué de la bolsa la actitud. Me la probé y la verdad es que no me sentaba mal, pero me quedaba un poco grande, como si estuviese echa para otras personas con un físico diferente al mío. Es cierto que el conjunto de las palabras con la actitud combinaba bien. El espejo me devolvía una imagen agradable, como si fuese habitual en mí llevarlas, como si las tuviese desde hacía tiempo. Hombre, eran de calidad, y a pesar de que tenían el descuento, baratas no eran.

Esa misma semana la tomé como prueba. Vestí las palabras y la actitud a ver cómo me encontraba y qué me decía la gente. La verdad es que pocos se percataron. Algunos me preguntaban si me había cortado el pelo, otros me hablaban de lo que había adelgazado... no, no era nada de eso. Era aquel "Dejarse llevar" que vestía.

La única persona que se dio cuenta desde el primer momento fue la misma que me abrió los ojos. "¿Dejarse llevar? Hombre, suena bien, y la actitud no te queda mal, pero a mí, personalmete, no me gusta mucho. Prefiero otras. Es que 'Dejarse llevar' significa tener poco control de tu vida, ser un mero espectador de la película y no formar parte de ella". Aquellas palabras me dieron qué pensar. Realmente, había comprado aquella combinación por la insistencia del vendedor, la oferta y porque me cogió un día que estaba bastante cansado (y yo, cansado, pienso mal y poco).

Así que "Dejarse llevar" conlleva demasiadas cosas que no me gustaban. Cosas que había visto en otras personas y que yo había criticado. "Dejarse llevar" estaba condimentado por elementos tan poco reales como el azar, la suerte, el esperar, incluso unas actitudes de secundario que no podía adquirir en ese momento, cuando quería coger el volante yo y elegir los caminos sin que nadie, ni el azar, eligiese por mí.

Decidido (quizás convencido por otro, pero decidido al fin y al cabo), volví a la tienda. Deposité las palabras sobre la mesa, dejé caer la actitud sobre las manos del vendedor y le exigí que me devolviese el dinero. Él, evidentemente, no aceptó. Me ofreció un cambio. Otras palabras como "Fluir", "Contestar" o "Decidir" llamaron mi atención, pero me quedé como estaba. Volví a casa y lo guardé todo en un cajón.

Lo bueno es que, cuando lo necesite, podré sacarlas de paseo otra vez. Pero sólo cuando necesite el "Dejarse llevar".

Yipi yipi yei, amigos.

Un Blog De Imágenes

En verano del 2006 nació este blog. Nunca supe bien para qué lo había abierto. Ni siquiera sabía qué iba a escribir. Como nunca tuve diario, ni me van ese tipo de cosas, pues lo hice porque me venía a Madrid y supongo que era la forma de contar las cosas que me pasaban aquí a la gente que no veía. También es que estaba de moda entre mis amigos eso de tener un blog.

Hoy, por puro aburrimiento, he revisado todo el archivo del blog. Desde ese primer post de un jueves 24 de agosto del 2006 hasta el último, del pasado viernes. Se supone que el blog tiene varias funciones, o se le puede dar varias funciones. Unos lo utilizan como diario, otros son blogs de literatura, de deportes, de opinión, de noticias comentadas... me vi incapaz de atarlo a ninguna de esas clasificaciones. Empezó con un post chorras en el que comentaba mi trabajo como mánager del grupo que había creado para lanzarlo al mercado, "Dani L and The Motorbikers". Buena presentación en sociedad de mi blog (que de aquellas se llamaba "Porque la vida puede ser maravillosa").

Pero claro, ese verano fue en el que me preparaba para irme a Madrid. Cuando me aceptaron en la Carlos III ha quedado reflejado en el blog, incluso mis primeros días y semanas en Madrid. Vamos, que empresas creadas y mujeres entre las butacas a parte, el blog era un diario casi puro y duro. Luego he percibido una extraña tendencia en mi vida. Contar cosas cotidianas como si fuesen actos heroicos... creo que ahí empecé a perder la perspectiva de lo que era el blog en sus inicios. Desde finales del 2006, ya en Madrid, todo lo escrito da su primer cambio. Seguía existiendo la parte del 'diario' del blog, pero me atreví con post sobre fútbol, a veces un poco fuera de lo común...

Con el final de ese año, el comienzo del segundo curso en Madrid y el cambio de piso, el segundo cambio apareció. No sé qué pasó, o qué aburrimiento me atrapó, que empecé a escribir cosas raras. Contaba lo que me pasaba pero sin contarlo. Entonces, me pregunto: "¿Por qué, Mauro?". Supongo que la vida del 'diario' se había agotado y las chorradas de antaño ya no me salían. En resumen, me franpereé, como dijo un Punto Con P. Y lo peor es que este año, en vez de cambiar, seguí franpereado.

Pero es que desde fuera no se puede ver lo que hay dentro del blog, amigos. Hoy, en mi repaso, he sido capaz de viajar a cada uno de los momentos en los que escribí cada cosa. Recordé por qué escribí cada cosa y las razones que me llevaron a escribirlo así. Vamos, que esa función de 'diario' no se ha perdido nunca, sólo se ha escondido entre las palabras que desde fuera no se pueden ver. Me ha hecho gracia que hay gente que, por lo que sea, por una palabra, una expresión, o por conocerme en cada momento, ha leído más allá. Ha quitado del medio la franpereación de las frases y las ha maurizado. En parte, esas veces me han reconfortado. Es como si alguien te adivina lo que estás pensando.

Vamos, que lo del blog es curioso. A ver cuánto me dura...

Fran Perea

Honor En La Derrota

Dicen que tan importante es saber perder como saber ganar. Incluso si sabes y ganas, mejor, porque puedes ir a "Saber y ganar" y golpear fuerte contra la cara de Jordi Hurtado por ser tan sonrisitas al formular sus preguntas guays. Las victorias suelen conllevar un aumento del ego, de la autoconfianza, de la autoestima; en resumen, ganar es honor. Y hoy en día, las derrotas se ven desde la pérdida de todo. Vamos, que no sabemos perder.

Cristina Villanueva, periodista de la Sexta, escribía el otro día en el Sport (ya véis, uno que se culturiza en Sogecable) sobre este mismo tema. Hacía referencia (bastante manida ya) al rugby. Ese juego que, como dicen, es un deporte de villanos jugado por caballeros, al contrario que el futbol, que es un deporte de caballeros jugado por villanos. Y es que en el rugby, donde dentro del campo es condición indispensable derribar al contrario, placarlo, quitarle los dientes al impactar tu hombro contra su boca, derramar la sangre del rival por el cesped y evitar a toda costa que el balón/melón pase sin dificultades la línea de gol, una vez que se acaba el partido, el derrotado le hace el pasillo al vencedor y luego todos se van a tomar unas cervezas (pintas) en la disputa de lo que se llama "el tercer tiempo".

Se habla del honor del derrotado. Del saber reconocer quién ha sido mejor y felicitarle por haberte vencido en el campo de batalla. Villanueva pedía lo mismo en política. Que en campaña electoral valiese el empujón, el placaje, el marcaje férreo a la estrella mediática de turno, pero siempre desde el juego limpio y el honor. Ejemplos como el de Baltar u otras lindezas que se han podido ver en la campaña electoral gallega sólo resta credibilidad no al que pierde o al que recibe los golpes, sino también al que los ejecuta desde su atril.

Con el resultado de ayer se ha demostrado que el BNG no estaba preparado para gobernar. Quiso dibujar con una tiza de color blanco impoluto una línea que separase lo que era Galicia con lo que ellos querían que fuese. Y el PSOE poco pudo hacer. Bueno, o poco hizo. Parece mentira que en lugar de alinearse contra el eterno poder de la derecha gallega (muy rural, caciquista y poco social), se dedicaron a remover las tripas del electorado proponiendo cambios recién llegados al Gobierno que sólo les hacían perder votos. Abuso de poder, en algunos casos. Cambios forzados lejos de una realidad que no es la de otras Comunidades. Errores de bulto que hoy nos traen a Feijoó a la Xunta con la mayoría absoluta debajo del brazo. Bien les está.

Yo admito que estoy a favor de los cambios de ideologías en los Gobiernos. Un poco de derecha, un poco de izquierda, un poco de centro... pero parece que en la práctica esos cambios sólo se producen para peor. Pero es lo que hay.

Y ese honor en la derrota seguro que no lo vamos a ver. Los que se van no harán pasillo, no reconocerán sus errores y no se irán a degustar un tercer tiempo, pero ni siquiera entre ellos.

Lo mismo en el fútbol. La absurda guerra abierta norte/centro entre dos tipos de prensa que monopolizan la información termina por aburrir y desesperar a cualquiera. Muchas veces rezo porque me toque cubrir la información de otra cosa que no sea Barcelona o Real Madrid. Aburren a la gente normal. A los que lo ven divertido y nada machacón les sirve para jugar a hacer vídeos ocurrentes con frases superoriginales que nacen de mentes perturbadas y alejadas, en muchos casos, de la ética periodística y de la mera información, que es lo que debería interesar.

Yo, desde hace años, aprendí a perder. Si de pequeño no soportaba no ganar al parchís o a las cartas y tiraba las piezas de la mesa, el paso de los años y las graves derrotas del equipo del colegio en el que yo era portero me hicieron ver las cosas de manera diferente. Sigo sin poder aprender a perder, pero trato de ver la parte positiva de la derrota. Hoy por hoy, en varios frentes, tengo varios partidos en los que puedo perder. Trataré, en el caso de hacerlo, de hacer un pasillo digno al vencedor y de tomarme unas cañas con él si hace falta.

Fuerza y honor, amigos.
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