¿Y Si Fuera...?

No sé si os ha pasado alguna vez (creo que no es la primera vez que empiezo así. Vaya) que os quedáis con esa pregunta en la boca. No sé, ¿y si fuera cierto? o ¿y si fuera todo mentira? o ¿y si fuera el destino? A lo que me refiero es que todos, o yo por lo menos, nos hemos visto alguna vez como Rafaella Carrá en aquel programón que tenía con ese concursazo de "¿Si fuera...?".

A mi me pasó el otro día, el miércoles, concretamente.

Salí de Tres Cantos a las diez de la noche y mi querido compañero en prácticas, Ángel, me acercó como cada noche hasta Ventas. El camino, alimentado por la radio y conversaciones de dos personas que están demasiado cansadas como para ser muy sesudos (sí, hablamos de tetas, culos, coches, fútbol y filosofía hebrea), ya lo tengo casi memorizado: los desvíos, los cambios de sentido, el paisaje... Eso, llegué a Ventas. En los dos años anteriores nunca había pasado por allí, y la plaza de toros era una mera referencia de oído. Ahora ya es una parte más del paisaje madrileño que estoy construyendo en mi mente.

Entré en el metro y me dirigí a la línea verde, la 5. Habitualmente el metro tarda en llegar unos cinco minutos, pero ese día, raro, mi entrada en el andén coincidió con la llegada del convoy (primera vez que utilizo esa palabra). Me subí y encontré un asiento libre al lado de una mujer oronda. Suelo ir de pie hasta Callao, que es donde me bajo para, después, recorrer el tramo que me queda de Gran Vía hasta Plaza de España y llegar prácticamente a mi casa.

Ahí me quedé. Sentado. Entre una oronda y el pasillo. Mirando al frente, escuchando el mp3, fijándome en la puerta que se abría y cerraba con la llegada de cada estación. En uno de esos movimientos, por la puerta entró una chica que avanzó tímidamente por el vagón y se situó justo delante de mí, dándome la espalda. Yo no reparé en ella, la verdad. Estaba tan ensimismado en mi mundo, intentando comprender cómo una puerta se puede abrir y cerrar tantas veces sin que ninguna persona se quede atrapada en ella y la devore hacia el interior o la escupa de nuevo al andén, que no me percaté de su presencia.

Al cabo de unos segundos, cuando volví de mi mundo, me encontré en una realidad distinta a la que existía justo antes de hacer mi viaje por el mundo de las puertas asesinas. El escenario era el mismo, pero me daba la sensación de que ya había estado allí antes. Es evidente que había estado allí antes, seguramente en eses mismo vagón y en ese mismo asiento, pero me refiero a que esa situación ya la había vivido antes.


No, no era ni un flashback ni un dejavú ni ninguna mariconada con nombre extranjero. En frente de mí, la chica que hacía unas dos paradas se había subido al metro y de la que sólo intuía el perfil. En ese momento, até cabos. Ya lo tenía. Ahora sí tuve un flashback y me trasladé a mi habitación, a mi cama. Yo estaba dormido y soñando. ¿Y qué soñaba? Pues lo que voy a escribir en cursiva, en plan onírico:


Estaba en el metro, sentado, mirando al frente. Al instante, reconozco una cara femenina. Me acerco a ella y le toco en el hombro. Ella se gira, me mira y me sonríe. Yo hablo con ella, no sé de qué, de nada, seguramente, y ella me contesta. Entablamos una conversación. Llegamos a mi parada. Es la suya. Se abren las puertas del metro. Nos bajamos y yo camino por el andén con una sensación. Ya la conocía. Ya había estado hablando con ella en otras ocasiones. No era una desconocida. De hecho, nos sentíamos muy a gusto juntos. Y me desperté.

Volví, otra vez, a la realidad del metro. Estaba a tres paradas de la mía. El tiempo apremiaba para realizar lo mismo que había realizado en el sueño. Para sacarme de dudas, me fijé en ella durante unos segundos, y sí, era ella. Era la misma chica del sueño. No era muy guapa, tampoco muy fea. Seguramente ni la hubiese mirado en circusntancias normales. Pero allí estaba: la misma chica, el mismo vagón, la misma situación.

Barajé mis posibilidades:

1.- Acercarme a ella y entablar cualquier conversación ridícula, tan ridícula como la que puedes entablar con una persona desconocida en el metro. Quizás, ella accediese a hablar conmigo. Con sólo diez segundos de conversación sabía que podría saber si era la misma del sueño o no.

2.- Acercarme a ella y decirle, a bocajarro, que no era un loco, que seguramente le parecía muy raro lo que le iba a decir, pero que la noche anterior había soñado con ese mismo vagón, ese mismo asiento y ese mismo escenario... y con ella. Y que bajábamos en Callao y nos íbamos pasenado por el vagón, a no sé dónde, pero lo hacíamos porque en ese sueño nos conocíamos. Supongo que con eso buscaba que ella, en un elogio a la casualidad, me contestase que ella había tenido el mismo sueño, que le parecía una locura, pero una locura que estaba dispuesta a hacer.

3.- Callarme, olvidarme y bajarme en mi parada para huir a mi casa.


Elegí la 3. Pasó Gran Vía y me bajé en Callao. Ella no se bajó. Se quedó inmóvil a mi paso, sujetando un libro con una sola mano y atendiendo a aquel texto. Ni siquiera me intuyó.

Salir del metro fue como salir de un sueño. El aire frío que corre por Madrid estos días me golpeó la cara y me despertó. Todo se quedó en un recuerdo extraño. Eso sí, aún me pregunto qué hubiese pasado si...


¿Y si fuera ella?

7 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces deberíamos dejar de pensar en la 3ª opción. Porque las primeras siempre son las irracionales y las últimas son aburridas porque pensamos y nos entra la vergüenza o el miedo al rechazo.
Bueno, quién sabe, si fuera ella quizás aparezca otra vez algún día en ese mismo vagón y esa vez elijas la 1ª opción.

M€ dijo...

Ya, tenía que haberle preguntado: "¿Estudias o trabajas?", una frase que siempre funciona. En serio.

Enrico Palazo dijo...

Si era "ella" no lo sabrás nunca. Asi que ya sabes, cuando te encuentres con la siguiente "ella", (cosa mucho más comun de lo que la gente cree) alabas su bellos senos y asunto resuelto.

Atentamente

M€ dijo...

Un consejo maravilloso. Lo seguiré. De hecho, lo voy a hacer con usted. Maravillosos senos, señor Palazzo. ¿Me acompañaría al cine y después un combo Burguer/sala de juegos?

Anónimo dijo...

¿Sabes qué estuve pensando hoy? Que si fuera ella, realmente ella, a lo mejor no tendrías que decir nada tú. Quizás hubiera sido ella la que te hubiera mirado y se hubiera acercado a decirte algo estúpido. Tú la hubieras mirado, hubieras sonreído y los dos hubieran salido del metro, contándose las historias que le contarías a un cuasidesconocido.

Besos casi guapo!!!

Elena Guevara dijo...

Pero si esto ya lo escribió Alejandro Sanz, más o menos lo mismo que me acuerdo yo, pues vaya...
Anyway: era ella, siempre es ella.

Alnitak dijo...

Pienso como Elena, era ella, siempre es ella.
La tercera directamente no era una opción.

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