Lo Particular

Este post que viene a continuación lo escribí el 24 de junio, antes de acabar los exámenes. Lo cuelgo hoy como homenaje al piso donde viví en mi primer año en los Madriles. Todo vuestro:

Que bonito es lo raro; que guay es la gente rara; que raro es lo raro. Mi casa, mi edificio, mi calle, todo es raro. No sé si es que lo veo desde otra perspectiva que antes, mucho más agotada por el calor y los exámenes, o es que ahora me fijo más en lo raro que es todo lo que me rodea. Me centraré en mi edificio:

El edificio donde vivo es raro. Entras y no pasa nada; avanzas hasta el ascensor por el portal y...todo bien. Pero claro, te montas en el ascensor y, cuando vas a marcar el piso al que vas sólo tienes dos opciones. Eso no es raro, "primero y segundo", pensareis. Pues no, amiguitos/as. El ascensor te lleva al primero y al...tercero. Tienes otras opciones, es cierto, como bajar al -1 o al -2, pero si te empeñas en llegar al segundo piso por el ascensor estarás haciendo algo inútil. Al principio pensé que era un error de fabricación del ascensor; luego me planteé la posibilidad de que los habitantes del segundo fuesen rechazados en la sociedad o en el edificio, como una especie de racismo. Lo peor fue cuando, decidido a investigar tal rareza, subí por las escaleras hasta mi piso, el tercero. Comencé subiendo los escalones que me llevaban hasta el primero. Allí eché un vistazo pero no vi nada raro. Continué subiendo y me paré en el descansillo que se forma en la escalera cuando esta cambia de dirección; si mis cálculos eran correctos, el siguiente tramo de escaleras me llevaría al tercer piso. En cambio, si aparecía en el segundo, se haría real mi teoría del rechazo a la gente que vive en el segundo.

Conté los escalones que me llevaban al siguiente y desconocido piso, mantuve la respiración y cerré los ojos. Cuando los abrí, un sudor frío me recorrió la frente. El cartel que estaba ante mí rezaba "Tercero" en letras doradas sobre un fondo de madera. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué habían hecho con la gente del segundo? Me empecé a temer que el edificio en su origen fuese de diez plantas. Con el paso del tiempo, las plantas pares habrían ido desapareciendo, con sus habitantes dentro, que quedarían atrapados en la nada (la Nada, esa cosa mala de "La historia interminable" que tanto agobio me producía). Si esto era así, ahora estarían despareciendo las plantas impares; habría desaparecido la novena, luego la séptima, después la quinta y, por último...la tercera, donde yo vivía.

Apresurado me acerqué a las escaleras, que continuaban subiendo. Lo malo era que no sabía hasta donde podrían llegar. Mi edificio no es alto, era imposible que tantas escaleras llevasen a un sitio real. Miraba hacia arriba y sólo veía escaleras que se multiplicaban y que ascendían hacia un fondo blanco. Quizás fuesen los restos de aquel edificio de diez plantas que, no dispuesto a ser olvidado, mantenía su estructura y se perdía en algún lugar desconocido. No subí. ¿Y si allí era donde vivían los habitantes de las plantas que habían ido desapareciendo? El miedo me recorrió el cuerpo en forma de temblor y se escapó en un leve tembleque de mi pierna derecha.

Me di la vuelta y me metí en mi casa. Afortunadamente, abandonaré este piso en pocos días, antes de que el tercer piso sea fulminado como los siete anteriores. Mis vecinos correran la misma suerte que los antiguos habitantes del edificio. Supongo que algún día nos encontraremos en otro edificio...o no.

De nuevo, hasta siempre. Os amo.

Queridos Reyes Magos

Que bonita es la infancia, ¿verdad? Es tan guay ser un niño pequeño; eres la persona más inocente del mundo, de tu mundo, de un mundo que se basa en jugar y descubrir cosas nuevas practicamente con cada paso que das. A veces me gustaría reaccionar como lo hacía cuando era pequeño: reirte a carcajadas por una simple mueca, correr por la calle sin ningún sentido, creer en cosas que ahora ya no te está permitido creer...son muchas cosas las que se echan de menos de la infancia.
A mí, particularmente, me gustaban las navidades, por los regalos principalmente. Llegaba diciembre (o Noviembre) y ya estabas mandando a tus padres que te consiguiesen el catálogo del Corte Inglés para revisarlo una y otra vez e ir haciendo tu propia lista mental de regalos que le ibas a pedir a aquellos tres señores que siempre te traían algo que tú no habias pedido:
-¡Mira, hijo, en la casa de la abuela te han dejado un jersey, calcetines y el robot que se transforma en modelo de lencería!
-Ya, pero yo había pedido el coche con gasolina, la raqueta de tenis que mata a pájaros inocentes y los tenis esos de 12.000 ptas.
-Es que los Reyes pensaron que esto te venía mejor...
Según fuentes cercanas a mí mismo (mis padres), durante la época de selección de los futuros regalos, yo me acercaba a los escaparates de las tiendas para ver lo que mi hermana y yo nos habíamos pedido. Cuando un niño señalaba con el dedo lo que yo ya tenía apuntado en mi lista mental y le decía a su madre que era eso lo que quería pedirle a Melchor (había mucho cursi que le pedía un regalo distinto a cada Rey. Yo se lo pedía a todos, así había más posibilidades), yo empezaba a increparle y a gritarle que no podía pedirse eso porque ya me lo había pedido yo. Lo sé, una auténtica estupidez, pero los copiones siempre me sacaron de quicio.
Pues bien, ahora que ya soy mayorcito, me veo imposibilitado, casi legalmente inhabilitado, para pedir determinadas cosas. Cosas que en su momento no pedí y ahora me arrepiento de no haberlas disfrutado cuando tocaba. A continuación enumeraré algunas de ellas:
1.- La Goleta de Playmovil: Es, sin duda, el regalo que más me hubiese gustado tener una mañana del 25 de diciembre delante de mí. Sólo el anuncio, con aquella canción tan buena que aun se recuerda, hacía que mereciese la pena tenerla. La verdad es que el rollo "goleta" era un poco finolis; eso de que todos los marineritos persiguiesen al barco pirata, mucho más masculino y terrorífico, lo convertía en un juguete ambiguo. Pero a mí siempre me han gustado los "buenos". El barco pirata, que huía de la Goleta, aunque no lo conseguía, según aquella canción, también lo hubiese aceptado como regalo, pero lo de robar y matar le restaba interés. Era más fashion eso de ir con camisetas de rayas horizontales azules y blancas y un gorrito blanco surcando algún mar en calma, sin a penas oleaje.
2.- El Muelle: No un muelle cualquiera, ni siquiera el muelle donde atracaría la Goleta de Playmovil; de hecho estoy viendo ahora mismo un boli que si lo desmonto seguro que guarda dentro un muelle de metal. Pero yo me refiero a aquel muelle de plástico, de colores, que en el anuncio bajaba por las escaleras. Os preguntareis qué me impidió tenerlo... pues una edad estúpida. Estaba en esa época de la vida en la que te crees que algunas cosas son una tontería, y que para bajar unas escaleras ya estás tú o tu balón de fútbol. Ahora me arrepiento de haber sido tan imbécil.
3.- Una cosa que no sé cómo se llamaba: Era un artilugio que consistía en una plancha negra de plástico, unos clavos sin punta y otra plancha transparente...que mal lo he descrito. Bueno, el caso es que podías aplastar algo contra aquellos clavos sin punta y en el otro lado quedaba definida, más o menos, tu cara, tus manos, una pelota pequeña... ¿Álguien se acuerda? Volví a ver el aparato ese en una serie americana que ponen en Cuatro después de comer, "Scrubs", y me quedé prendado. Es la manera más divertida de perder el tiempo. Algún amigo lo tenía, y cuando iba a su casa lo disfrutaba tanto...Esta vez no conozco la razón de por qué no la pedí, aunque supongo que ese es el típico regalo que no pides, sino que tus padres te sorprenden con él cuando eres mayorcito. "Este año hay un regalo gordo y sorpresitas". Efectivamente, ese año te regalan a Ronaldo y una serie de cosas inútiles o baratas pero que te hacen la misma ilusión.
4.- Un acordeón: Un año me pedí un acordeón. No entiendo qué fue lo que me llevó a pensar que un acordeón era un buen regalo porque ni lo sabía tocar... Mis padres...quiero decir, Los Reyes Magos decidieron regalarme un acordeón de juguete. Es lo mismo que esas guitarras de juguete, las que no suenan. Pues lo mismo pasaba con el acordeón, no sonaba nada, sólo hacía un ruido extraño que no se acercaba para nada a lo que tendría que ser un acordeón de verdad. Aquel día debió de ser el más triste de las Navidades: llorando, me acerqué a mis padres y les dije que me habían timado, que los Reyes aquellos esta vez se habían pasado. Lo de los calcetines en vez de la consola podía pasarlo, pero esto era un insulto en mi propia cara. Mis padres me dijeron que redactarían una carta de queja urgente, pero que, quizás, los Reyes Magos habían pensado que era mejor aprender a tocar aquel acordeón para después tener uno de verdad. Extrañamente me convencieron.
5.- La furgoneta del Equipo A: Realmente tuve una furgoneta del Equipo A, pero era falsa (casi tanto como el acordeón que no sonaba). En aquellos años yo vivía en Gijón y algo horrible pasó el día de Nochebuena: a mis padres...quiero decir, a Los Reyes Magos les robaron mis regalos del maletero del coche...quiero decir, del maletero de los camellos...quiero decir, de las sacas que portaban los camellos, así que tuvieron que acudir a última hora a reponer aquellos regalos que yo esperaba ansiosamente. Lo curioso es que a mi amiguito de Gijón le trajeron cosas muy chulas, entre ellas una furgoneta del Equipo A idéntica a la que aparecía en la tele. A mí me regalaron, entre otras muchas cosas (muy chulas también, pobres Reyes Magos) una furgoneta del Equipo A que era más bien una fragoneta. Era negra y tenía la banda verde (lo siento, es que soy daltónico, y en Daltonia el Equipo A tenía una franja verde en la furgoneta) igual que en la serie, pero el modelo del coche se acercaba más a un familiar de esos americanos que a la que aparecía por la tele saltando entre coches que se volcaban mientras explosionaban. Lo cierto es que convencí a mi amiguito de que la furgoneta real era la mía, aunque no conseguí que me la cambiase.
Seguro que hay más regalos que alguna vez quise, pero estos eran los más estúpidos y urgentes que se me ocurrieron.
Voy a estudiar. Pasadlo bien, o mal, o como os dé la gana.
Por cierto, si todo el texto aparece como una masa compacta de letras unidas sin puntos y aparte, es culpa del editor de textos de Blogger que es una mierda.
Abrazos de segunda.

Soy Yo Respirando

-¿Tiene usted una bombona de oxígeno?
-Sí, por supuesto, siempre llevo una en mi riñonera. Tome.
-Buf, gracias, estaba a punto de fallecer. El oxígeno es lo que tiene, que a veces te falta. No sé si viene a cuento, pero ay un viejo proverbio alemán que dice: “Si tul fíen grander nauer, graceistskich lavanerotik lorrrrrrgan”.
-Dirás que lo hay, no que lo ay…ay, ¿cómo sé yo que está diciendo ay en lugar de hay?
-No tengo ni la menor idea, pero debería consultárselo a su médico, señora.

Así es, con una bombona de oxígeno vivimos los vigueses.

Hoy nos jugábamos (no me gusta personalizar así cuando hablo del Celta, pero hoy estoy radiante) la vida contra el Atlético. A pesar de lo que piense Carlitos, el Celta y el Atlético son dos de los equipos más sufridores de la actual Primera División. El Atlético es “el pupas” de toda la vida; el himno de su Centenario así lo dice. Su historia habla de sufrimiento, de logros imposibles mezclados con unas derrotas históricas (como la final de la Copa de Europa), del doblete al descenso, y de tener a la promesa más firme del fútbol español en su plantilla (Torres, digo) a fichar a gente como Seitaridis, ejemplo de lo peligroso (o beneficioso) que es hacer una buena Eurocopa. El Celta, por su parte, ha escrito su historia en un nivel inferior, pero no por ello menos penoso. Las finales de la Copa del Rey, sobre todo la última contra el Zaragoza, o la de “me voy a la Champions y desciendo al año siguiente” han escrito también páginas importantes en su historia de equipo extrañamente condenado al sufrimiento.

Hoy me levanté sabiendo que iba a acudir al estadio Vicente Calderón. A las 19:30 horas ya estaba preparado para salir de casa. La radio, la entrada y unos buenos pañales: esos fueron mis acompañantes. Decidí ir solo porque estas cosas es mejor vivirlas a solas. Es como si tienes un examen que tienes que estudiar mucho, es mejor hacerlo solo porque con gente te despistas y el resultado final no es el esperado.

Desde Pirámides llegué al estadio acompañado de una muchedumbre atlética. Sólo algunos grupos de celtistas perdidos por el camino me hicieron sonreír, ya que iba muy concentrado. Me dieron ganas de pararme delante de alguno de esos grupúsculos celtistas y animarles, decirles que íbamos a ganar, que yo era de los suyos… pero me pareció un poco patético, así que me hice el sueco mientras leía un panfleto que me habían dado a la salida del metro que ponía “Directiva culpable” o algo así.

El estadio está bien. No es el Bernabeu (lo siento, Carlitos), pero desde mi sitio esquinado y cercano al césped podía ver todo el campo perfectamente. Del partido en sí no voy a hablar, ya que lo que pasó está en cualquier periódico, o lo habrán repetido mil veces en la TVG, así que me lo ahorro. Lo que sí diré es que en ningún momento la afición del Atlético nos (repito esa personificación, que implica implicación, valga la ortodoncia) cantó lo de “A segunda, a segunda”, salvo una parte de la afición atlética que estaba delante de mí que estaban recibiendo objetos contundentes como el palo de una bandera o un cigarrillo encendido desde lo alto, donde se encontraban los vigueses sufridores que habían ido al campo.

No voy a regocijarme en la posibilidad de que el Atlético haya perdido la opción de ir a Europa por culpa del Celta, pero en nuestra mente aun está grabado con fuego aquel último partido del Celta de Víctor Fernández que dejó de ir a la Champions por culpa de un 0-1 con gol de Solari que nos endosó el Atlético, dando la posibilidad al triste Lotina de hacer historia con MI equipo.

Nada más. Tenemos una semana más en Primera… a disfrutarla pues. Espero no celebrar la permanencia del Celta en la Cibeles con el título del Madrid, pero lo firmo ahora mismo.

Abrazos celestes para todas las gentes.

No Tengo Nada Que Contar

No se me ocurre nada para contar aquí, ni siquiera una historia absurda y sin importancia a la que le doy forma de gesta épica, como matar a un bicho, encender una cerilla o pisar una mierda de perro (que hay muchas por mi calle, y con el calor el tufo se hace insoportable...que romántico).

Mañana empiezo mis exámenes. Así es, empieza esa época tan esperada por los estudiantes en la que juntamos calor con un poco de estudio para que nos salga una maravillosa tarta de queso. El primero que tengo es Lengua II; es un complemento de formación, por lo tanto es de segundo de carrera, y es de esas asignaturas que debes aprobar sí o sí: primero, porque no necesitas estudiar mucho y segundo, porque los complementos de formación es mejor sacárselos de encima cuanto antes. La asignatura es bastante interesante y no, no hacemos aquellas cajas (o árboles, que también había) para analizar la estructura de la oración. Lo más interesante es la profesora...no penseis mal, lo digo porque es japonesa. Al principio desconfías un poco de una mujer de otra nacionalidad que pretende enseñarte cosas de un idioma que llevas hablando desde que tienes 12 años (lo sé, fui un superdotado que empezó a hablar prontito), pero luego te hace cambiar de opinión. A mí, por lo menos, me parece buena profesora.

Luego, esta maravillosa época de exámenes se extenderá hasta el 29 de junio, fecha en la que hago el último examen, Derecho de la Información. Es una gran alegría encontrarme con una asignatura de Derecho, algo de lo que escapaba estudiando esta nueva carrera. ¡¡Qué ironías, ja ja ja!! (esta risa debeis imaginárosla como la de un macho que fuma un puro y bebe una copa de ponche sentado en un sofá orejero mientras divaga acerca de la vida; también podeis no imaginárosla).

Entre mis actividades alternativas, que no alternatas, de estos días, se incluye mi presencia el sábado en el estadio Vicente Calderón para ver el efectivo descenso del Celta a Segunda División (el año que viene en la liga BBVA...que cool). Allí estaré yo, como un auténtico dominguero (sabadero, en este caso) con mi radio rezando por algún resultado que impida que el equipo olívico (creo que nunca lo había llamado así) descienda a los infiernos de la mano del antihristo...como soy.

Poco o nada más, así que dejadme en paz.

Os quiero. Abrazos efusivos a la par que distantes.
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