Enfermedades Ajenas

Hay dolores que duelen más que otros. También hay dolores que afectan más que otros. Es como las lesiones, las enfermedades; siempre las hay algunas más graves. El otro día, por ejemplo, esperando el autobús en Plaza de Castilla, una señora mayor lloraba desconsoladamente. Se llevaba la mano a la cara para tapársela, pero sus lamentos en forma de llanto se le escapaban entre las grietas que formaban los dedos cerrados.

Los que esperábamos con ella, hacíamos caso omiso a la llantina de la mujer. En esos casos, piensas hasta tres cosas diferentes. Primero, que será una loca más de esas que abundan en las ciudades, que llora por que sí, porque le dio la tolemia y ya está; sin más. La segunda, es que algo muy grave le acaban de comunicar. La noticia es tan grave, que la señora no puede reprimir el llanto y se desconsuela en directo para los de la cola del bus porque no le queda otro remedio. En este caso, sientes cierta pena. "Qué cosa tan grave le habrán dicho para que llore así", pensaba. Vamos, que esos llantos no son de "me he dado con el canto de la mesa en la rodilla", sino más de "se ha muerto mi único hijo que iba para notario". La tercera cosa que piensas es que es ella la que está mal y que se acaba de dar cuenta de que, seguramente, esa sea la última vez que espere el autobús haciendo cola. Lo que nosotros hacemos mecánicamente, ella acaba de descubrir que no lo va a hacer más.

La señora subió en el autobús y se bajó a medio camino, al lado de una residencia que nunca llego a descubrir de qué es exactamente. Bajó acompañada de sus lamentos y se perdió mientras el bus continuaba su camino. Los pasajeros giramos la cabeza y la acompañamos hasta que la perdimos de vista a modo de despedida.

Al final del trayecto, me encontré mal. Y es que hace tiempo que me pongo enfermo pero por males ajenos. Antes de ayer, como último ejemplo, me levanté con un dolor insoportable de garganta. La cuestión es que podía hablar y tragar con facilidad, pero me dolía constantemente. Y era un dolor que no se asemejaba al mío. Vamos, que era como si estuviese sufriendo el dolor de otra persona que se acaba de poner enferma pero que como no tiene tiempo para eso, ha expulsado sus gérmenes que han decidido instalarse en mi cuerpo de manera provisional mientras no consigan volver a su hogar.

Con la mujer me pasaba algo parecido; el dolor en el pecho era una presión insoportable, y la mano derecha se lanzaba contra mi boca como si fuese a detener un llanto que nunca llegaba. Y todo empezó hace unas semanas, cuando me dolía la cabeza, pero no la mía. Cuando me duele la cabeza, tengo que cerrar los ojos y la frente se hace un muro de hormigón pesado que empuja los párpados contra el suelo; en este caso no era así. Me dolía de perfil, como si no hubiese completado la descarga del dolor y sólo se hubiese instalado la mitad. Además, me afectaba a la mandíbula, no a la frente. Estaba claro que era un dolor ajeno, no me pertenecía, y como tal lo traté. Me tomé unas pastillas que no me tomaría para mi dolor habitual. También me bebí un té, porque a mí no me gustan, pero pensé que a la persona del medio dolor de perfil es posible que le gustase y que, en todo caso, una infusión así no le vendría mal seguro.

Con todos estos dolores ajenos estoy pensando que, quizás, lo que pasa es que estoy desarrollando, por fin, esa cosa llamada "empatía". O que no duermo bien por culpa de los obreros que martillean de sol a sol el piso de arriba. Pensándolo bien, tiene que ser lo segundo. Seguro.

Periodismo Muerto

Llevo más de un mes sin actualizar el blog. Las razones, muchas, supongo. Cada vez me cuesta más publicar lo que escribo y cada vez me cuesta más pensar que lo que se escribe significa algo. Y entre estos vaivenes, lo tengo claro: el periodismo ha muerto.

Hace unos meses, comiendo con mis padres en mi casa de Vigo, me retraté. Puse palabras a los sentimientos que llevaba tiempo acumulando en el estómago. "No soy periodista. Ni lo soy ni lo quiero ser". La estupefacción de mis padres desembocó en una pregunta: "Entonces, ¿qué quieres ser?". Era normal la reacción, por supuesto. Más que nada, porque siempre he dicho que mi sueño era ser periodista deportivo. Ahora que lo soy, o que juego a serlo y me pagan por ello, resulta que no lo soy. Más allá del trabalenguas confuso, está la realidad. Y no, no soy periodista.

Me dí cuenta en El País. ¿Información? ¿Actualidad? ¿Veracidad? ¿Instantaneidad? Esas palabras me sonaban a chino. Llevaban tiempo haciéndolo y cada día su significado se perdía más entre las caras de la redacción. Sinceramente, ser los primeros en dar una noticia, y más las que llegan desde las agencias (para los que no lo sepan, los medios tienen una emisión directa de noticias de agencia que hay que vigilar por si suena la liebre y hay más cosas para rellenar una página. Vamos, que es algo común y que está, en la profesión, fuera de toda sorpresa), me parecía una chorrada absoluta. Incluso, una razón onanista para darse palmaditas en la espada por parte de los grandes editores. Así que, importándome una mierda eso, mi perfil periodístico se venía abajo.

Si yo moría a lo largo de estos años era porque el periodismo estaba, para mí, muerto. Queda el rastro de lo que algún día fue. Pero ya no es. Vamos, que es, sí, claro que es, pero es otra cosa. Y el ser, como el estar, tienen la facilidad de mutar dependiendo del momento y el lugar. El periodismo es algo, pero es otra cosa que nada tiene que ver con lo que era antes. No voy a hablar del origen del periodismo porque es evidente: gente que quería contar cosas. Normalmente, de denuncia. Otras, de información; de ahí, las agencias de noticias. A partir de ahí, con el camino recién empezado, ya comenzó la cuesta abajo.

Y el periodismo como tal huele a podrido. Es el cadáver de un burro, ya putrefacto, que devoran los buitres. Es, como tantas otras cosas, una manera de ganar dinero. Vendrán los puristas a decir que no, que es tal y que es cual. Me parece genial, pero a mí no me la cuelan. Ni Gabilondo ni el otro, con todo el respeto profesional que le tengo a los Gabilondos y a los otros. Y en plena mortalidad acentuada, fallecía CNN+, uno de los resquicios lo más parecido a lo que yo entendía como periodismo.

Y en el deportivo, pues más de lo mismo. He llegado al hastío absoluto, al cansancio mental, al agotamiento psíquico. Hoy es, nada más y nada menos, un agujero para mandar granadas de mano de un lado al otro, encabronar a la gente y vender. Eso es lo que es. Nada más. Y me refiero al periodismo como tal. Es cierto que de ahí nacen grandes cosas, como historias, libros, artículos de opinión, programas de televisión. Pero el periodismo, en puridad, tiene el tufo del que no se limpia el culo desde hace siglos.

Ya casi ni me da pena. Sólo presencio ojiplático los desvaríos de la profesión, los nombres manchados y las manos ensangrentadas de tinta. Pero de tinta china, de la que desaparece al cabo de un rato. Porque digo esto, pero mañana no, y no pasa nada. Porque digo tonterías, pero mi excelso curriculum me hace invisible a las balas. Y eso cansa.

Está muerto. No mal enterrado, muerto. Por mucho que nos queramos engañar. Hay artículos maravillosos, escritores geniales, pero gran parte pertenecen a caras que insinúan gestos cadavéricos.

Por suerte, quedan sitios, como limbos, que desahogan la frustración de los que intentamos ser algo algún día. Incluso, sin conocer a las personas que se esconden detrás de los nombres, parece que quedan algunos cerebros con partes intactas, suficientes para darle cuerda a la realidad y mostrarla sin importar, de una vez, intereses empresariales espurios (toma epíteto que te crió).

De momento, no estoy enfangado. Creo que estoy fuera de ese círculo, gracias a Dios, por el trabajo que yo hago. De todas formas, si me llega el barro, si me da de comer, lo haré, para qué ser hipócrita. Pero, de todas formas, si no me llena la boca algún día, el mismísimo Maradona (o Messi, que es ahora el nuevo Dios; o el megamusculado CR7, por no herir sensibilidades) sabe que no pasará nada. Nada de nada.

Descanse en paz, si le dejan.
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