Amor Homosexual

Y se fue. No pude hacer nada para impedir su marcha. Salí a la ventana para observar cómo las ruedas de su maleta rasgaban el alma de la carretera que hacía que se separase de mí. El ruido que hacían acompañaba sus pasos, lentos, melancólicos, camino del olvido, con destino al recuerdo eterno. Detrás, la sombra que dibujaba el sol que se había atrevido a asomar la cabeza entre las nubes para ser testigo del adiós.

El frío congelaba mis manos y a penas pude gritar un esbozo de frase que salió desde el estómago, recorrió los pulmones, pasó por la garganta y se derrumbó por mi boca. Mi voz no era la de antes. Perdió color, tonalidad y firmeza y retrató el adiós con una paleta donde el negro y el gris se peleaban por diseñar la escena. Giró la esquina y se perdió entre las paredes de los edificios que flanqueaban la calle, como guardias reales que se hundían a su paso. Ese paso, lento, melancólico, camino del olvido, con destino al recuerdo eterno.

Se iba y se acababa todo. Todo lo que fue, lo que no pudo ser y lo que no será. Con el gesto de despedida se perdían meses, se suicidaban los días y se extraviaban las horas. El tiempo, otra vez, se vengaba de mi suerte para transformar los segundos en espacios de tiempo de duración eternos. Al cerrar la ventana, la luz de la habitación quiso recibirme, pero la oscuridad le ganó la partida y fue la que delató mi rostro demacrado y desganado de seguir allí.

Los recuerdos se avalanzaron sobre mí. Me agarraron de las solapas y me abofetearon con fuerza, con la ira de un Dios enfurecido. Mientras yo, inmóvil, aceptaba la culpa y la condena que dictaba en sentencia cruel algún observador objetivo de la realidad. Me lancé contra la tristeza e impacté con su muro de mármol. Frío y duro. Muy frío. Muy duro. Y diseñé una sonrisa para obviar la realidad que siempre me tocaba revivir.


Allí se quedaba su rastro, que caminaba en círculos por la habitación buscando razones para salir a flote. Se escondió debajo de la mesa y me observó desde abajo. Evité su mirada, giré la cara y me dirigí a la puerta. Salí, cerré de golpe aquel mundo y me fui a la ducha.


Hasta siempre, Alexandre, suerte en Vigo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Alexander James era guapo y un gran tipo (aunque conmigo siempre tuvo frases a medias y sonrisas tímidas). Seguro que tendrá mucha suerte, este año viene con un aura positiva.
¿Qué será de ti ahora, Meuro? Siempre les quedará Madrid (y Vigo).

Besitos!

. dijo...

Pasaba por aquí... y me gustó.

Ignatius J. Reilly dijo...

Me ha emocionado usted. Muchas gracias.

M€ dijo...

Señor Matthew, no se haga ilusiones conmigo, me gustan las tías (las nenas, las chorbas, las chorvas, las titis, las niñas, las chulis, las junchin, las grijer, las nouer...).

Enrico Palazo dijo...

La clase en única simbiosis con la belleza y la elegancia abandonan la capital...triste existencia sin docencia.

Atentamente

Elena Guevara dijo...

Os he leído a ambos, no cambieis, por favor, suerte con vuestro amor...

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