Brasil (I)

Viernes. Despegue y aterrizaje. Mi viaje ya había empezado semanas antes de la fecha que mi billete indicaba. Entre consejos, lecturas, búsquedas en Google e imágenes, parte del trayecto hasta Brasil ya lo había completado antes de montarme en el avión. Fue quizás por eso que las diez horas de vuelo se pasaron volando (y nunca mejor dicho...). En la memoria sólo tienen espacio para persistir imágenes fugaces de momentos que se quedaron atrapados entre la ventanilla del avión y mi cabeza. La música que retumbaba mis oídos en los primeros kilómetros, sobrevolar África o tratar de averiguar cual era la línea real que separaba en algunos momentos el cielo del mar; ambos azules, se confundían en la realidad, y seguramente era la trayectoria del vuelo la única capaz de discernir entre ambos, la única que podía indicar que no estaba ante un reflejo, sino ante dos mundos diferentes.

Casi once horas después y sumido en la noche brasileña que representaban las seis y media de la tarde, Sao Paulo hacía acto de presencia; y lo hacía convertido en una bestia formada por luces ínfimas que no encontraban el final ni siquiera en el tope que marcaba el horizonte. Una sensación corroborada los días posteriores: Sao Paulo es inabarcable, inconcebible para un gallego de provincias, asusta e impresiona por igual, tanto desde el cielo como desde el asfalto que cubre sus calles. Cualquiera que pretenda aterrizar y ser el mismo día, lo
tiene muy complicado. En esos minutos en los que recorrimos el cielo paulista fui capaz de entender las sensanciones de las que IP nos hablaba y que necesitas palpar para asumir por completo.

Después de los procedimientos pertinentes y pesados (desembarco, vueltas en círculos por la terminal, control de pasaporte interminable, recogida de maleta...), IP me recogió y comenzamos el larguísimo camino hasta su casa. Lo peor era la sensación de que allí, en Sao Paulo, la tarde empezaba, a pesar de que la luz nos decía que hacía horas que se había marchado, mientras para mí eran ya las once y pico de la noche de un día demasiado largo como para concederle más minutos. El resultado, morir al encontrar un techo y despedirse de la ciu
dad hasta el día siguiente.

Sábado. La luz del día no hizo variar las impresiones del día anterior; sólo los trayectos en autobús y metro hasta el centro te acercaban a la idea de lo complicada que puede ser la vida allí, lo difícil que debe ser mantener una rutina descansada al verse siempre intoxicada por un estrés que duplica, por mil razones, el de otras grandes ciudades. Sólo los números y los datos ya asustan: la más grande de Brasil y entre las más grandes del mundo, más de 18 millones de habitantes, centro cultural y financiero del país...


El primer contacto con Sao Paulo fue el centro histórico; un centro que de día tiene vida, rascacielos y el movimiento laboral propio de una gran capital. Por el contrario, la noche lo convierte en una de las zonas peligrosas y en las que no es muy recomendable estar cuando oscurece. Los edificios adornan las calles dando una imagen de ciudad europea o norteamericana, sin encontrar las manidas referencias al Brasil que se nos presenta en la mente habitualmente. Eso sí, muchos de estos edificios están completamente abandonados, vacíos por dentro. La gente rica de la ciudad los fue abandonando al paso que esa zona aumentaba en peligrosidad y ahora son una cicatriz en el esbelto cuerpo de una modelo de alta costura.

Acompañados por Livia, amiga brasileña de IP, lo recorrimos por completo y nos desviamos por algunos de los barrios pijos, que destacan por sus altos edificios rodeados de vallas y controles de seguridad para acceder. La visita terminó comiendo un escondidinho y probando la cerveza brasileña (lo más parecido a una clara embotellada que te puedas imaginar).


Por la noche cenamos en Vila Madalena (creo que se llamaba así) en el Salve Jorge con Sandra, una chica de Madrid, y Joao, un paulista con canas y muchas cosas interesantes que contar y que decir. Después, un local con música en directo (en plan samba o algo así) y algunos bailes que pude observar desde el púlpito que me suelo montar en los sitios donde no acostumbro a ir.


Domingo. El día dio para poco, ya que el lunes volábamos hasta Salvador de Bahía y sólo pudimos cubrirlo con una cita indispensable en esa ciudad, pasear por la Avenida Paulista. En ella, de nuevo altos edificios que entremezclan estilos y tonalidades y que ocultan en sus sombras casas nobles y edificios por construir, un paisaje habitual de la ciudad.

7 comentarios:

Yaiza dijo...

Debes de haber hecho unas pedazo de fotos!! Esas habrá que verlas con detenimiento.

Y creo que las palabras para describirlo se te quedarán cortas siempre (son de esos sitios que hay que vivir en persona para saber de qué van).

Veenga

Bell2 dijo...

Sao Paulo... esa gran ciudad! sí, inabarcable, agresiva, competitiva e industrial. Llena de coches, de edificios sin control, de bares, de puestos de comida en la calle y de personas; por todos lados y a todas horas.
Ahora también llena de recuerdos, de risas, de cervezas y zumos y de conversaciones y paseos interminables.
Gracias porque eso hace que estar aquí sea mucho más fácil, más bonito y más divertido.
Una visita increíble que ya echo de menos...

Aim tuu busi dijo...

Muy largo, luego lo leu que ahura tengo que ir a trabajal duriamente.

Saludos, Un Isótopo

Yagoi dijo...

Debe ser una ciudad llena de gente muy (pau) lista.

Hehehe, es que me aparto.

Alnitak dijo...

Y encima vienes aquí, y lo cuentas en varios posts para que nos dé la suficiente envidia? Serás... mejor me callo.

M€ dijo...

Bueno, es que dicen que hay historias que no se pueden contar en una hora, cosas que no se pueden decir en una frase y personas que no se pueden resumir con una definición... y éste es uno de esos casos, supongo.

No lo hago para que tengáis envidia, hombre, lo hago por puro y duro egocentrismo. Y porque la Bell2 se lo merece, claro está.

Javier Moya García dijo...

Además de locutar vídeos sobre tragedias en estadios africanos con voz de "la inflación ha vuelto a subir", has hecho una bonita descripción de esa particular ciudad y tu inmersión en ella.
Mañana me leo la segunda que ahora es muy tarde. El pueblo quiere más.

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