Imposible es una palabra horrible. Absolutamente devastadora. Es curiosa la fuerza que tienen los prefijos; este "in", que se adapta con una "m" como un camaleón ante la vecindad de la "p", trastoca los mejores planes para llevarlos al ámbito de lo irrealizable. Es, seguramente, la palabra más fea del diccionario, de nuestro idioma, y a pesar de su aspecto desagradable, está siempre muy presente en nuestro vocabulario. Quién no ha oído cómo alguien le decía que no lo intentase, que era "imposible", o que se olvidase porque era "imposible", o que era "imposible" que aprobara. Imposible. La más fea, pero la más presente.
"Imposible" es como la amiga fea de la tía buena. Siempre está ahí, molestando, haciendo de cordón de seguridad de su amiga, de la que tiene las cosas atractivas. Ella, conociendo su papel secundario, asume el rol y se dedica a espantar moscones y borrachos, a poner la cara de borde y a ser el poli malo de la película. "Imposible" hace lo mismo. A sabiendas de que es horrible, se coloca al lado de las mejores ideas para malgastarlas, para protegerlas de la diversión, para cubrirlas de demasiada realidad, que no siempre es real, por supuesto. Y es, también, desagradable, fea y arisca. Es una palabra con malos sentimientos.
No me explico cómo accedió "-posible" a unirse tan fríamente con "in". Es como esas parejas que ves desde fuera que son de conveniencia; típica relación de dos personas en la que sólo una pone de su parte y es tan evidente que da pena. O esos grupos de amigos en los que hay alguien de prestado, ese típico miembro del grupo que nadie entiende por qué, pero siempre está ahí, y todos se miran pensando "oye, yo no lo he llamado, ¿y tú?". Pues el prefijo con la raiz, igual. Supongo que "in" le prometería cosas increíbles: "Conmigo a tu lado serás más fuerte; yo te protegeré de los males y de los idealistas, que suelen ser gentuza de pelo largo y guitarras al hombro". Claro, seguramente, "-posible" estaba pasando una mala época, lo acababa de dejar con su anterior prefijo, "a", pero no encajaban y la gente no aceptaba que existiese algo aposible.
Leía ayer en El País Digital (ejem...) que las personas que no están seguras de sí mismas son menos selectivas a la hora de escoger pareja. Es decir, que les vale todo o casi todo, no aspiran a mucho. A "posible" le pasó igual. Pensó que sin un prefijo con fuerza y carisma se resfriaría con más facilidad, la gente le podría abordar por la calle y obtener de ella todo lo que quisiesen, porque sin prefijo no tendría una buena defensa con la que defenderse negativamente. Además, "in" ya estaba en la vida de otras palabras compañeras: "mortal" se había vuelto "inmortal" y lo que tenía fin se había transformado en "interminable", "salvable" se había hecho "insalvable" y "correcto" había ganado fama de "incorrecto". Así que, impulsado por la envidia, esa cualidad que tienen todas las palabras y raices, por el instinto de reproducción, de supervivencia y de autocomplacencia, se juntó con el prefijo para ganar en notoriedad.
Con el paso del tiempo se dio cuenta de su error. Advirtió que había cerrado muchas posibilidades a la gente. Es cierto que tenía más presencia en el vocabulario, que había ganado peso porque, hasta no tener el prefijo, su significado se acercaba demasiado a la duda, a lo inquietante del no saber. "Es posible que lo haga...". Ahora, vestido con unos ropajes más fuertes, negaba las acciones a todo el mundo, ganándose la enemistad del resto de palabras, que ahora la veían como alguien cerrada a las demás, complicada en el trato y demasiado vehemente en sus formas. Se le endurecieron los rasgos y se le afeó el gesto.
Se convirtió en la palabra más fea del diccionario.
Casualidades
Hace 2 años
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