Enfiló la cuesta. Detrás quedaba la plaza de Cervantes. No había yonkis, ya no. Tampoco aquel kiosko en el que le preguntabas al señor: "Eh, ¿qué prefiere? ¿A Bustamante o a la Pataky?" y él contestaba "Mmmmmm... al Bustamante". La cuesta le dirigía los pasos y podía observar las huellas que él mismo había dejado años atrás. Huellas marcadas en la piedra. Se encontró, de frente, con la puerta. Asomó la cabeza al cristal y le abrieron.
Allí, sin más, una antigua damisela de pelo corto y reflejos lentos le reconocía con una sonrisa en la cara. "Ayyyyyy... hola, ¿qué tal te va la vida?". El cuerno sonó. Bajó de las escaleras un fantasma del pasado. "Creo que la última vez que nos vimos fue en la obra de teatro de mi primer año. Desde aquella vez te sigo de lejos". "Yo también a ti", pensó. Pero no lo dijo. Los fantasmas impresionan a las primeras de cambio. "Por aquí todo sigue igual, más o menos. Yo me iré y, en el futuro, ningún fantasma del pasado te recibirá con los brazos abiertos". A él se le abrió un hueco en el pecho. "Ya... seré yo el que vuelva como el fantasma que nunca nadie conoció".
Observó los sillones, la sala, los pasillos, las nuevas fotos de todos los fantasmas con rostros que algún día habían posado para el objetivo. Ya ninguno de ellos vagaba por allí. Había cosas nuevas en el edificio, con el aire de siempre pero cambiado, con nuevos vientos de modernidad: pantallas planas, proyectores, mujeres... ay, omá.
"Me voy, tengo más citas con más fantasmas". Abandonó el edificio al mismo tiempo que la puerta se cerraba tras de él. Su camino prosiguió por las mismas piedras embaladas con papel de recuerdos. Ese día el sol había decidido salir y apartar todas las nubes para regalar una luz especial a la ciudad. En pleno Obradoiro, lanzaba sus rayos contra la Catedral, que se levantaba más majestuosa que nunca. Más, quizás, que en los años anteriores. Hacía tiempo que no pasaba por el pasado, que no lo paseaba y lo recorría con aires melancólicos sin libros y códigos odiosos debajo del brazo. La luz era la misma, pero distinta. El Franco le guió. Pasaba por Dakar y por la biblioteca, llena de caras desconocidas que le habían sustituído en angustias vitales y académicas. La calle se hacía estrecha a su paso por las tiendas de souvenirs y los cuerpos le cerraban el paso como si fuese un extranjero. Se paraba en los portales, en los soportales, en las columnas, en los edificios y en las piedras. Foto. Foto. Miradas de gente que no entendía el porqué de esas fotos. La entrada de la Alameda era una fauce enorme que se quería batir en duelo con él. Pero pasó. Prefería enfrentarse con la calle Senra, el McDonal's y las tiendas de la zona nueva.
Todo era lo mismo pero distinto. Ya no era igual. Pero las calles se reconocían por los edificios y por el aroma que desprendían las hojas de los manuales académicos, de las colonias de las chicas que iban a clase, de las que venían de la facultad y de las que ni pisaban las aulas pero habían quedado en la cafetería. A la izquierda, la cuesta del coño le hacía suspirar. "Coño, como costaba subir la puta cuesta". En la orilla, la plaza roja, que había perdido el color con el tiempo. Hoy el sol la teñía de un amarillo rancio. Tan rancio como la cafetería que hacía esquina o el taller de coches de la calle contigua. Por la Rúa Nova de Abaixo el tiempo pasaba delante de su cara y una ventana le decía adiós; con el gesto fruncido, le miraba a su paso. Una ventana que conocía por dentro.
Las galerías, el Gasteiz, el Acme, la Academia de Rita, la antigua y la nueva. Y el Frankfurt. "¿Frankfurteamos?", le preguntaba un fantasma del pasado. "No, no tengo hambre ni tiempo, que he quedado". "Ah, eso antes no era una excusa, amigo". Y el fantasma se escapaba dejando un rastro fino de mostaza. A sólo unos metros escasos, la plaza de Vigo le recordaba dónde había vivido por primera vez. Santiago de Chile. La calle que nunca recorrió solo. Y el Callejón de Derecho le devolvía los minutos que había perdido en él. Otro fantasma. "¿Tienes apuntes de Administrativo de este año?". "Lo siento pero no. Ahora tengo que ir a la fotocopiadora".
La facultad, edificio de sinuosas y horribles formas, le esperaba como siempre. Atenta a sus pasos. Se había pasado la vida juzgándolo pero ahora no tenía que rendirle cuentas. Ya no. Con un papel en una carpeta oficial que le decía que era libre, que las esposas les correspondían a otros y que los barrotes se limaban más fácilmente. Otro fantasma del pasado. "Quedamos en la biblioteca. Me vienes a buscar y nos vamos a casa, ¿vale?". "¿Y qué hacemos?". "Nos vamos a cenar".
Un café después volvía tras sus pasos. La luz de antes había desaparecido. Las nubes habían recobrado el poder y ya no causaban el mismo efecto. Ya no había amarillo, sólo gris. Y otro fantasma del pasado.
Casualidades
Hace 2 años
5 comentarios:
Lo he visto.
EL fantasma se ve claramente en la puerta de cristal del Orense...
Tiene un algo en la mano izquierda, y la derecha en lo que parece un abrigo.
Su mirada está perdida en su interior, o en su exterior.
¿Es una imagen del pasado?
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
Para los muertos seguro, ¿y para los vivos?
Supongo que depende....
Lo he visto.
EL fantasma se ve claramente en la puerta de cristal del Orense...
Tiene un algo en la mano izquierda, y la derecha en lo que parece un abrigo.
Su mirada está perdida en su interior, o en su exterior.
¿Es una imagen del pasado?
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
Para los muertos seguro, ¿y para los vivos?
Supongo que depende....
Me gusta lo de
"Santiago de Chile. La calle que nunca recorrió solo."
Debería ser entonces la calle del Liverpool!
Ah Frankfurteamos?? Pues claro, sin embargo tras mi última visita te diré que se traspasa. Un drama verdad??
Atentamente
Buf, estos fantasmas del pasado han vuelto en forma de foto al pasillo del mayor, y parecemos comos las fotos de "El Resplandor", que continuamos allí como parte de él, "la grandeza nunca muere".
Un abrazote
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