Un Soplido

Quién de pequeño no se cayó brutalmente contra el suelo y se rasgó los codos o las rodillas. Quién, después de la caída, no se levantó con el gesto torcido embadurnado en lágrimas. Quién, en pleno desastre natural, no gritó el nombre de sus padres pidiendo auxilio. Quién, ya en brazos protectores, no recibió la cura milagrosa: un simple soplido; una ráfaga de aire conocido que sanaba, como el culito de rana, el escozor propio de la herida mortal de la infancia.

Antes, hace años, aquel simple soplido solucionaba los problemas. Te entregaba a la calma y te dejaba mecerse entre sus brazos hasta que el próximo juego salía a la palestra y tú brotabas otra vez de un salto para acompañarlo. Ahora es más difícil que un soplido cure las heridas.

No me quiero perder en la demagogia, pero leyendo los periódicos diariamente, me doy cuenta de lo fácil que es hoy en día causar el desgarro de la piel y los pocos soplidos auxiliadores que llegan hasta ellas. Sin ir más lejos, el manido tema en el último día y pico de los eurodiputados y los vuelos en primera clase. En cuanto lo supe, mi primera reacción fue cabrearme con todo. Cabrearme porque, mientras se hacen malabarismos propios del circo para sanar sin soplidos las economías (por quedar ya no nos queda ni Portugal), la élite política, la que se supone que nos debe mecer en los brazos y lanzar soplidos, se carga de razones para que, de una vez, el voto en blanco sea el mal menor.

Desde que se empezó a hablar de esa recién nacida crisis (negada por ZP hasta la saciedad), pensé que, esos padres nuestros, bien podrían ajustarse los cinturones; dejarse de memeces, de coches oficiales, de comidas copiosas con el objetivo de sacar más dinero del mantel, de cobros en negro, de pagos en metálico. En cambio, la solución estaba en empujar a los niños para que se rozasen la piel contra el asfalto y luego no atenderles, esgrimiendo el "lo hago por tu bien. Ya verás como se te pasa, ¿o es que no eres un hombrecito, ya?".

Y ya no digo nada del resto de la actualidad que riega las páginas. Ni de la desestructuración civil y mental. Ni de las noticias de sociedad que tanto gustan en Gente. Ni de la ola de cambios en los países árabes. Ni de las marchas en contra de la violencia en México (por fin, coño). Parece que todos están esperando el soplido en el codo que les permita descansar unos minutos para reincorporarse al juego. Un soplido que no llega.

Yo, para curar las heridas, he decidido que, en una semanita, me marcho a Vigo. He llamado a mis padres y les he dicho que cojan aire, que lo guarden en botes bien tapados, que los quiero traer a Madrid para, desde lo que se supone un punto central de la geografía (o eso dicen los mapas que estudié) lanzarlos al vuelo. Quedarme, eso sí, algunos para mí y para la gente que los necesita de primera mano, pero que el resto recorran todo el papel y dejen de caer, una y otra vez, sobre el suelo que rompe mangas y raspa codos. Yo qué sé, es que los soplidos de mis padres siempre han sido muy efectivos.

Yo lo he intentado con mis soplidos, pero entiendo que a veces no es suficiente, porque los míos no tienen experiencia, no han terminado por aprender a curar heridas. Como mucho, son infectantes recién levantado...

Ah, por cierto, este es mi post número 200... ¡¡¡Cajón'tal!!!

2 comentarios:

Yaiza dijo...

Son extraños estos tiempos en los que todo sucede en un pestañeo. Es como si te cayeras una y otra vez, y otra, y otra... A veces parece que no hay suficientes soplidos para curar esas heridas. Pero bueno, ¿qué tiempo de la Historia no ha sido extraño? Y siempre se sale adelante, de una forma u otra.

¡Enhorabuena! Doscientos posts son muchas historias para recordar.

Un abrazo

Alnitak dijo...

Soplo y saliva, ya se sabe. El mundo sería mucho mejor si todo pudiesemos curarlo como cuando éramos jóvenes. Quién me lo iba a decir M€, una canción que nos une y me trae de vuelta a tu blog. Un placer volver.

Abrazos y mucho aire... :-D

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