Diógenes

Siempre he sido muy aprensivo. Soy de esas personas que escucha por la tele que una enfermedad se está extendiendo por el mundo y, acto seguido, se ve con todos los síntomas de la misma. La voz en off dice "los enfermos suelen perder el sentido del olfato, progresivamente notan el debilitamiento de sus músculos y se les emborrona la visión...". Yo, automáticamente, me autoanalizo y me doy cuenta de que últimamente no soy capaz de oler bien las cosas, que soy muy débil y me noto cansado y que de vez en cuando veo borroso. A los dos días ya me doy cuenta de que estaba medio acatarrado y que tenía que cambiar las lentillas...

Pero hay una enfermedad que tengo seguro: el síndrome de Diógenes. Estos días en Vigo me han abierto los ojos definitivamente. Acumulo cosas en mi habitación; cajas llenas de historias y de objetos que no tienen el más mínimo valor material que copan mis estanterías y muebles. Soy incapaz de deshacerme de ellas, y menos de lo que contienen. Es un extraño amor por las cajas. Cuando me compraba unos zapatos o unos tenis (o ténises), la dependienta me preguntaba: "¿Quieres la caja?"; yo, sin dudarlo, asentía con la cabeza al tiempo que mis ojos dejaban escapar el brillo de la felicidad.

En un principio, esas cajas las destiné para guardar las cintas de cassette (o casete). Después, me servían como refugio para aquellos objetos con cierto simbolismo en mi vida: un papel, una entrada, un lazo, un bolígrafo... Quizás su utilidad más eficiente era la de guardar las revistas que coleccionaba con afán de poder enseñárselas décadas después a otros espectadores enfermos del mismo síndrome y que pensasen: "Uau, una revista en la que sale Valderrama con la camiseta del Valladolid...".

Estos días, por azar o más bien por tener que buscar algún documento importante, me sumergí de nuevo entre esas cajas. Lo malo fue que tuve que obligarme a parar un rato en cada una de ellas para recrearme en cada una de las sensaciones que me invadían con cada nueva apertura. Por ejemplo, recuperé mi walkman y me pasé un rato escuchando aquellas cintas grabadas con esmero hace más de diez años, que me recordaban quién era, qué era o qué quería pensar que era (admito que tenía grabada en una cinta la canción de "Laura no está" de Nek; no sé qué coño pretendía ser, a lo mejor un italiano flipado).

Pero lo peor, lo que me convenció definitivamente de que sufría una grave enfermedad, fue la caja que está debajo de mi mesilla. Es una cajonera de cartón, de esas que te compras en una papelería y de tamaño bastante importante que no suelo abrir mucho. Eso sí, siempre que pienso dónde estará tal cosa, es el primer sitio al que acudo. Cuando levanté la tapa, el pasado me cegó. Era una metacaja que guardaba más cajas en su interior. Una matriuska rectangular que da cobijo al pasado. Además, miles de pequeños objetos rellenaban los huecos vacíos de la cajonera.

En un intento por encontrar lo que buscaba, me sumergí entre aquellas miles de referencias a mi vida. Eran objetos que, sin duda, se habían perdido en el olvido y que su significado ya era incomprensible, en muchos casos. Tarjetas de felicitación de mis 18 años escritas por personas a las que no he vuelto a ver, carteras que me sirvieron como acumuladoras de papeles (que representaban mis inicios en el mundo diogenesco), muñecos que salían de cajas de cereales con los que jamás intercambié ni un solo minuto o gafas de sol con las que viajé 19 horas en autobús hasta Andorra en mis primeros contactos con la nieve. Y dentro de las cajas... pues en algunos casos, más cajas, más pequeñas y algunas incluso vacías; en otros, cartas de fútbol que guardo desde primero de BUP; o las fichas del equipo de fútbol de la Universidad en mi último año; incluso algunas fotos que me preguntaban cómo las había abandonado allí durante tantos años si algunas de ellas decoraron mis cuartos en Santiago.

Serrat tenía razón cuando hablaba de aquellas pequeñas cosas, pero no se daba cuenta de que estaba retratando el inicio de la enfermedad más cruel, la del recuerdo.

Ay, si Diógenes levantara la cabeza...

2 comentarios:

Alnitak dijo...

Bueno, lo mío es aún más grave, durante un periodo más o menos grande de mi vida me dediqué a coleccionar videos de los cuarenta principales, sí, sí, como suena, me veia todas las semanas la lista en Canal Plus y grababa los que me gustaban. El resultado son 9 cintas de VHS (que ahora no sé dónde ver...) de dos horas cada una (multipliquen) en las que no está "Laura no está" (aunque creo que esa no la tengo, pero sí tengo otras de Nek). Y hay joyas como Mmmmbop de... ¿cómo se llamaban? Google tiene la respuesta: Hanson, pero están hasta las Spice Girls...
Yo creo que yo por esa época ya pretendía ser una friki...:-)

Aún guardo el taca taca dijo...

Guardar cosas es lo que tiene: uno sabe cuándo empieza pero no cuándo dejará de hacerlo.

Vamos Mauri, ¡despréndete de tus recuerdos y sigue adelante!

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