Quiero Creer Que Creo Que...

Libros que hablan de la crisis de fe de un cura, películas en las que la vida y la muerte están por encima de la religión en un barrio repleto de jamones, monólogos en una capilla en Cambre... si es que está claro que estamos en Semana Santa.

La Semana Santa, ese conjunto de días que han perdido la referencia inicial a cambio del término "vacaciones". En esta época siempre nos recuerdan las historias de esas épocas en las que no se comía carne, no se bailaba, no se gritaba... vamos, que no se vivía. Parece que nos separan siglos, pero no, sólo unas décadas atrás las puertas y las ventanas de las casas se cerraban para recoger las creencias en un salón familiar.

Hoy, sólo se representan en los vestigios que sobreviven al paso del tiempo. Las televisiones proyectan películas religiosas y de romanos, la muchedumbre se echa a las calles para soltar llantos por imágenes de madera que pesan más que las conciencias de los que las persiguen y alguno que otro refleja sus creencias en un foro tan poco común como es el Facebook.

Lo que decía al principio, las crisis de fe, las películas sobre la vida y la muerte o los monólogos de capilla han regado mi particular Semana Santa. Sólo esos tres acontecimientos me han despegado más (si cabe) de este mundo religioso que otros viven con fervor. Y como siempre esas imágenes de la televisión, que nos enseñan un sur de España donde la exaltación de la madera arranca a las personas de la cruda realidad de sus vidas. Desde hace meses se preparan los costaleros, las polémicas de siempre con la entrada de las mujeres en determinadas cofradías (si es que la religión es igualdad ante todo y ante todos, por lo que parece...) o las madrugadas ahogadas en llantos; yo, desde el norte, con algunas portadas de periódicos que me sorprenden con el café en la mesa, me alejo un poco más de todo aquello.

Y los curas hablando del amor. Pero ¿de qué amor? Pues del de la pareja, del de los recién casados, del que tienen que mantener en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe. Bueno, o el juzgado; o la aparición de otros; o de la vida, que es más complicada que subirse a un altar a dar la palabra real, la que nos guía, la única que, parece ser, existe y es válida. Palabras que resuenan en las paredes de las iglesias, entre preguntas ante las que la verdad es la mano más útil para responder con una bofetada en la mejilla de la fe del que cree tener la razón.

O un joven imberbe que se aprovecha de las viejas para agarrarles la mano y hablarlas de la eternidad y que desconoce qué es la vida, y que cree que la muerte es ese momento agridulce...

Alguna vez pensé que quería creer. Ahora me doy cuenta de que quiero creer que creo que no hace falta creer, por lo menos no como quieren que crea.

2 comentarios:

Yaiza dijo...

¿Y la gente que se autofustiga? Por el amor de Dios, o eso dicen.

Hoy hablaba con mi compañera de piso, mientras ponían una de esas películas de Semana Santa, que a veces parece que los que tienen absoluta fe en Dios se recuperan más fácilmente del dolor y son más felices. Yo quiero creer que no hace falta creer como el resto quieren que crea.

Besos!!

Héctor dijo...

Tienes razón en que ahora mismo están mezcladas las tradiciones de toda una vida, como la de no comer cerdo y las nuevas generaciones que pasan bastante de ellas.

Por ejemplo, en un pueblo extremeño en el que he estado estos días, todas las personas mayores (no las mayores o más altas que yo que son muchas, sino las de avanzada edad) no han comido carne los días señalados para ello. Yo estaba en el bar comiendo morro de cerdo por la mañana y prueba de cerdo por la tarde.

Otro ejemplo en la TV, Antena 3 puso una película ultrarreligiosa y llena de mensaje y a continuación una sobre la búsqueda de la verdadera tumba de Cristo que echaría por tierra todas las sagradas escrituras.

Yo sólo creo en el M€urismo, esa es la verdaderá fé.

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