Pasa Un Verano En Madrid...

Hoy ha llovido. Es la segunda vez que pasa desde que estoy aquí; la primera me cogió desprevenido pero me vino bien porque tenía el coche muy sucio y le lavó las penas que tenía el pobre por estar en una ciudad desconocida. El cielo no anunciaba cambios, sólo dejaba intuir que a lo mejor se oscurecía un poco el día, pero nada más. Y, de pronto, Galicia se posó sobre la meseta.

Como no, la gente aquí estaba como loca. Cuatro gotas pueden llegar a desquiciar al más madrileño. Si tuviésemos que conquistar esta tierra por lo que sea, propondría lloverles encima; saldrían derrotados. Bueno, ya ni saldrían. Se quedarían en casa viendo como invadimos sus tierras y violamos a sus mujeres (y a sus hombres, claro).

Pero esta lluvia es una excepción, es una tormenta de verano, un segundo de un invierno entero que nos da un respiro. Y es que Madrid es un horno. Literalmente. Un horno con fogones de asfalto y fuego de colores oscuros que arde al ritmo de coches, autobuses y cercanías que en agosto pasan cada más tiempo. Es el otro extremo del invierno; si el frío de diciembre te corta los labios, el sol de agosto te los reseca, y con ellos la piel, las lágrimas, las lentillas y las palmas de las manos.

Primero me resistí a ese calor. Lo combatía con mis armas, con las armas de un gallego que no comprende cifras que superan el 30. Un día, una voz me echó en cara mi cabezonería norteña. "Aquí las cosas no funcionan así, Mauro. Hazme caso". Tuve que hacer caso a la voz. Cerré la persiana durante el día y abrí las ventanas por la noche. Era reticente por el ruido y la creencia de que en algún momento refrescaría tanto que me despertaría criogenizado. Pero eso no pasaba, sólo pasaban los días con la voz detrás de mis oídos que insistía en que le hiciese caso.

El calor no es lo peor. En invierno estoy acostumbrado a no ver el mar y lo llevo lo mejor que puedo. Pero las vistas de una playa llena de domingueros, algo que siempre me repateó, se cruza en mi camino de vez en cuando, sobre todo en los momentos en que mi camiseta me da el primer aviso de que va a tener que pasar por la lavadora. Y la frente igual; las gotas de sudor que luchan por llegar primero hasta mi barbilla son la señal inequívoca de que no llegará la brisa marina para refrescarme y decirme que no puedo olvidarme de coger un jersey para la noche.

Y así, entre hornos, hornillos y lluvias escasas pasan los días. Los primeros días de estos meses que paso fuera de Vigo. Los primeros pero ¿los últimos? Yo qué sé, Messi dirá (Maradona dice poco ya).

2 comentarios:

Alnitak dijo...

jooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!1
Yo quiero volver a la playa!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

yagoi dijo...

Llevas el camino de ser el nuevo Pe-man! O home do tempo!

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