Esa es la verdad: (no) estoy enfermo. Claro, tengo que entrecomillar la negación, porque nunca se sabe. Puedo estarlo y no saberlo, no sentir aún la enfermedad claramente pero hay síntomas que me dicen que sí, que lo estoy. Frío, dolor de cabeza, pereza... pero eso lo puedo sentir otro día en el que, simplemente, estoy cansado. Pero no sé, hay algo que me dice que (no) estoy enfermo.
Siempre hay que partir de la base de que soy hipocondríaco. Enfermedad que veo, enfermedad que quiero. Recuerdo en el colegio que escuché que había mucha gente infectada con paperas. Yo enseguida me preocupé; me notaba la garganta inflamada y veía que mi cabeza se parecía cada vez más a una pera (qué queréis, era pequeño y poco sabía de aquella enfermedad). Peor fue con la varicela. Mi hermana la tuvo y yo, irremediáblemente, comencé a sentir picores por todo el cuerpo, a ver granitos donde no los había y a notarme con la temperatura alta. Caí, es cierto, pero tiempo después de mis síntomas, que no eran más que reflejos de mi hipocondría (o de mis pocas ganas de ir al colegio o de celos por ver como mi hermana era la que no iba y se quedaba en casa).
Ahora la cosa ha empeorado porque ronda por el aire la temida (y glamourosa, que cojones) Gripe A. Tiene nivel, parece. Es la A; ni la B ni la C ni la D, no. Es la A, la primera, la más alta del ránking, la chula, la jefa de las gripes. Y yo, entre tanto infectado, no puedo hacerme a la idea de que no me haya seleccionado a mí para ser uno de sus portadores. ¿Qué le pasa conmigo? ¿Acaso no le gusto? Mira, Gripe A, tengo una mente para los negocios y un cuerpo para las enfermedades. Sé llevarlas bien, suelen estar cómodas en mí. Pregúntale al asma, nos conocemos desde que nací. Además, ese punto chic de que todos los futbolistas la tienen le da un toque de arrogancia. Se va contra los que tienen pasta, contra los millonetis, es una enfermedad bolchevique. Vale, es cierto que personas de otros estratos sociales también la han padecido (cobrándose algunas muertes, también es verdad...), pero es que en toda revolución hay los llamados "daños colaterales": víctimas de unas ideas que deben sufrir para obtener un fin.
Pero me da, sinceramente, que (no) estoy enfermo. (No) mucho, por lo menos, y (no) de Gripe A. Será cualquier cosa producto de mis extraños horarios, de mi habitual insomnio, de mi manía de madrugar aunque duerma mal y no tenga nada importante que hacer. Esas cosas se aglutinan en el cuerpo y luego te dejan un poco cansado, pero (no) enfermo.
Y lamento todo esto porque mi relación con las enfermedades es genial. De pequeño, por culpa del asma, faltaba mucho a clase. Siempre cogía un resfriado si me mojaba, tenía fiebre si dormía mal... no sé, cosas guays. Pero mi cuerpo debe haberse cansado de estas tonterías o al fin se habrá adaptado al medio, 28 años después. También es posible que, al fin, sea un hombretón duro al que no le afectan las enfermedades, ni siquiera las de moda que molan.
Pues eso, que (no), que (no) estoy enfermo, no se preocupar. Eso sí, me voy a tomar una pastillita pero ya, por si las moscas.
Casualidades
Hace 2 años
3 comentarios:
Yo (si) estoy enfermo. Mi enfermedad se llama amor, y M€, tu eres su virus.
Se dice víruses. Yo también te amo, pero que no se entere mi esposo.
Demasiado tarde...
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