Chicos, todo empezó el miércoles. Agüero centraba, Forlán remataba, el balón rozaba el muslo de un gigantón noruego y el Atlético era campeón de la Liga Europa (para los ignorantes, la antigua UEFA; para los más ignorantes, una competición menos importante que la Copa de Europa). Salimos del bar y Madrid se había teñido de rojiblanco: coches dando bocinazos, banderas, bufandas y camisetas del Atlético. Y pusimos rumbo a Neptuno, la plaza donde se celebran sus títulos.
La razón no la sé, pero me sentía muy del Atleti. Sería que hacía mucho que tenía ganas de ir a una plaza repleta de gente para celebrar un título. En mi primer año en Madrid estuve a puntito de ir a la Cibeles a celebrar la Liga del Madrid (ya, pintaba muy poco y hubiese sido ir TOTALMENTE contra mis principios, pero soy una prostiPuta barata del fútbol), pero justo había descendido el Celta a Segunda y el luto me parecía necesario.
En fin, después de cantar, gritar y agitar una bufanda prestada (e insultar a Guti), volví a casa. Al día siguiente, no me dio tiempo ni de pisar la redacción: “No, no te sientes que te vas. Toma esta mini cámara y vete a cubrir la celebración del Atlético”. Resulta que iban a recorrer Madrid (bueno, una pequeña parte, desde el Calderón hasta Sol) para festejar el título con la afición y con todo friki/aburrido que pasase por ahí. Cogí un taxi con una compañera que le tocaba cubrirlo para el papel (yo lo hacía para la web, yeah) y nos plantamos en el Calderón.
Después de esperar un rato y fumarnos dos cigarros, apareció el de prensa del Atlético con la primera mala noticia de la tarde: “No estás acreditado”. Yo trasladé el mensaje a la redacción: “No estoy acreditado” (tendría que haberles dicho: “Capullos, no me habéis acreditado”, pero soy un encanto de persona. Muy riquiño). ¿Eso qué suponía? Pues que no podía ir en el bus reservado para la prensa (los jugadores iban en uno descapotado chulo, chulo) y que no tenía acceso a la Almudena, al Ayuntamiento ni a la Comunidad, las tres paradas previstas para la celebración. “¿Qué hago?”, pregunté en la enésima llamada a la redacción para que me diesen una solución. Segunda mala noticia: “Mira, cógete un taxi y vete a la Almudena. Adelántate a lo que haga el bus, según su recorrido, y graba la llegada, el ambiente, la afición… y vete llamando cuando puedas para llevarlo en directo en la web”. “Vaya”, pensé, “queréis que me adelante a sus movimientos, ¿eh? Queréis que sea un ninja… pues vale”.
Y ahí empezó mi tarde. Después de recorrer calles y calles en busca de un taxi (son como la policía: sólo aparecen cuando no los necesitas), me subí a uno en plena efervescencia periodística y le obligué a que me llevase hasta la Almudena (le pagué por ello, evidentemente, pero lo normal, no era algo excesivo…). La zona ya empezaba a estar abarrotada y, a lo lejos, se intuían las banderas y las cabezas con pensamientos rojiblancos (“…como en el 96…”). Las campanas repicaron a su llegada mientras los codos y las cabezas, esas rojiblancas, se clavaban en mi cuerpo y en mi pantalla de la mini cámara.
Siguiente parada, el Ayuntamiento. Llegué andando, porque lo de la Almudena (ofrecimiento, ramo de flores, chorradas varias…) iba para largo. Fue una mala idea, porque la caminata me hizo sentir la tercera mala noticia del día: los primeros pinchazos en las piernas. Pero soy un profesional, coño. Entre Paula Prendes (aaaay, omá), uno de CQC, más aficionados y policías que me echaban de los lugares estratégicos, pasaron los minutos hasta que llegaron otra vez en su autobús descapotado los jugadores. Después, en el hall, escenario con cánticos con la plantilla, más codos, más cabezas y unas nuevas invitadas (y la cuarta mala noticia): las bufandas. Grabé, escribí y llamé por quinta vez a la redacción. Esa llamada me hizo perder tiempo y fallé en mi misión ninja: cuando llegué a la Puerta del Sol, el autobús se me había adelantado.
Esperando a que saliesen los jugadores al balcón de la Comunidad, una amable anciana me dio conversación. Mentira, me dio la brasa con preguntas sobre mi trabajo, mi vida y casi mi condición sexual. Después de escaparme, aparecieron los protagonistas una vez más y el día enfilaba su recta final. Sólo esperaba Neptuno, la plaza donde, como comprobaría después, la multitud de gente iba a ser el último escollo. Y es que a cada minuto que pasaba, a cada lugar que marcaba la ruta que llegaba, la masa de gente crecía de manera exponencial.
Evidentemente, lo de Neptuno ya fue una locura. Desde la Carrera de San Jerónimo se divisaba la plaza teñida de los dos colores que me estaban dejando ciego desde las 4 de la tarde. Una concentración de gente entre la que lo mismo te encontrabas a un bebé, que a un borracho (o varios, los que más eran estos), que a un tío subido a un semáforo, que a una familia encantadora o que a una señora que, ingenua, trataba de subir la calle en coche, mientras pedía perdón con las manos y la gente la insultaba (en plan bien).
Sabía que era mi última parada y desde la redacción me habían dicho que volviese, pero los ninjas somos así. “Grabo un par de cosas en Neptuno y ya voy”, dije con voz de guapo de peli americana, mientras la bandera de las barras y las estrellas ondeaba detrás de mí y el himno ‘yanki’ sonaba con fuerza. La imagen que quería era una: Antonio López, capitán del Atlético, poniéndole la bufanda del equipo al dios Neptuno.
Los jugadores llegaron, cantaron, se pusieron pesados (casi más que mis piernas, que ya acusaban las horas de pie, caminando, parado, corriendo, saltando…) y, por fin, llegó el momento. Era el cierre perfecto para mi vídeo. Pero…
Antonio López estira sus brazos para rodear al dios y una cabeza se interpone entre la cámara y la imagen. Después, una bufanda (zorras). A continuación, un brazo que casi me tira la cámara mientras una trompetilla incómoda estampa su sonido contra mi oído. En décimas de segundo, avancé a empujones a un lugar mejor (dentro de lo horrible que era cualquier sitio en aquella plaza atestada de gente). Alcé la cámara para evitar elementos distorsionadotes y… “Battery off”. ¡¡¡¿QUÉÉÉÉÉ?!!
Con el rabo entre las piernas, la mala hostia en la cara y algunas imágenes de Neptuno (pero no LA IMAGEN), me escapé de allí bufando contra todo y contra todos. En la calle Alcalá (la corista viene y va) paré un taxi. Se acababa la jornada callejil. Sólo restaba llegar a la redacción para hacer acto de presencia, fallecer en la silla e irme poco después. Con un manto rojiblanco sobre la cabeza, me subí al taxi.
Y así fue cómo conocí el rojiblanco.
Casualidades
Hace 2 años
1 comentario:
"Le-gen-da-rio", como diría Barney. La verdad que lamento lo de LA IMAGEN, pero de haberla conseguido el relato no hubiera sido el mismo...
Salu2!
Publicar un comentario