Especiales

Todos nos creemos especiales. Cada paso que damos, pensamos que somos los primeros en darlo; cada cosa que hacemos, creemos que hemos sido pioneros; cada paisaje que vemos, entendemos que nadie lo había enfocado antes. Así, desde nuestra perspectiva, consideramos que hemos dado una vuelta de tuerca más a la vida porque lo somos: somos especiales.

Cada vez que me pongo a escribir en el blog, empiezo con la voluntad de redactar algo novedoso, sorprendente, original, que nadie antes haya escrito. No con el objetivo de que algún día me den un Nobel, ni siquiera deseando que esto, lo que hago una mañana de domingo en mi habitación víctima del aburrimiento, sea algún día lo que me dé de comer. Sólo lo termino haciendo para sentirme, una vez que le doy a 'publicar entrada', especial. Distinto a los demás, diferente al resto que invierten su tiempo en rellenar los huecos de sus respectivos blogs para contar su vida, sus experiencias, sus viajes o plasmar sus inquietudes artísticas.

¿Y lo consigo? Desde la perspectiva personal, por supuesto. Es como cuando te plantas delante de un paisaje increíble y lo memorizas, lo fotografías y lo observas. Empiezas a escudriñar todos los recovecos, a viajar por las líneas del horizonte y del dibujo, no tardas ni tres segundos en pensar que eres el primero que ha conseguido eso: personalizar la imagen objetiva, subjetivizarla. Por desgracia, no es real. Tantos millones de personas a lo largo de la historia lo han intentado (e incluso conseguido) que sólo eres un elemento más en esa rueda de personalismos, un eslabón más de la cadena que convierte esa imagen en algo para recordar.

Para ti, eres especial; eres único por haberte fijado en un detalle ínfimo y por haberlo sabido centrar en el foco de la cámara, en la punta del boli o en la yema de los dedos. Pero seguro que ya alguien lo hizo. Es el pecado de los modernos, que recurren a la novedad que ya existía y la disfrazan de alegorías, de palabras rimbombantes y de colores afilados para que no sea la que ya existía. Pero sí. Existía. Y seguramente en manos de otro creador, de otro especial pero que lo es de verdad. Ya habrían escrito sobre eso, ya habrían cantado sobre lo que quieres contar, ya hay miles de fotografías expuestas que retratan tu novedad. No eres más que una versión futurista de un especial como tú que se adelantó en el tiempo, por la extraña virtud de haber vivido en otras épocas, para robarte la idea que te hacía tan especial.

Así que el 90% de los especiales terminan siendo copias de algo que ya existe. Muchos afinan con palabras que suenan bien, que se ordenan una detrás de otras y que, por lo general, no son más que sucesiones de tópicos baratos que algún día fueron novedades, pero que hoy no pasan de la mera imitación barata y anacrónica de un especial que, por desgracia, lo fue antes y más que ellos. A eso hay que resignarse, que no por hacer se es. Que no vale la intención de la especialidad, sino que tiene que ir acompañada con algo que los gitanos llaman duende, los humanos genialidad y los cursis, sensibilidad. Y no hay más.

Después de tantos años escribiendo en el blog, llega un punto en el que te das cuenta de que ya no vas a ser especial. Ha pasado tanto tiempo y tantos post, que las musas han ido nadando a otras orillas y sólo te alcanzan cuando estás despistado, pensando en otra cosa. Y la putada es que las musas, cuando vengan, mejor que te pillen trabajando, porque si no la idea se convierte en un coitus interruptus olvidado en la ceguera de la memoria, que es débil cuando no tiene un soporte de papel.

Hace poco, conseguí sentirme, de nuevo, especial. Miraba lo que otros ya habían visto y creo que puedo presumir de haber visto eso mismo de manera diferente a los demás. Sin caer en la condescendencia, sin caer en la cursilería y cayendo, lo justo, en la subjetividad del especial. Una vez lo vi como quería verlo, corrí a escribirlo. Y lo plasmé. Decía que era especial porque había logrado un punto de vista distinto a los demás, había sido capaz de apreciar cada movimiento ínfimo, cada aire que rozaba y cada tela que caía como antes nadie lo había conseguido antes.

Grabé la imagen, trasladada al texto, para recordar que, al menos una vez, fui especial.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En mi opinión, esta reflexión que presentas es la antesala de la verdadera creatividad que no tiene porqué corresponderse con la originalidad pura. La creatividad nace de uno mismo. Cuantos más conocimientos tengas, más experiencias vivas o momentos de reflexión compartas mejor avivarás el filamento de la bombillita. La originalidad pura quizás sólo sea una utopía que uno mismo entiende y que otros tan sólo conseguirán asimilar a su manera. Llevado al extremo perdemos la originalidad en el momento de nacer y no creas que la recuperamos al morirnos.

Dicen los libros que muchos genios han dedicado su vida a sus obsesiones, se han volcado en su talento… una vida es mucho tiempo para una sola persona…

Eso si, y sin que sirva de consuelo, ser original no siempre va acompañado de reconocimiento social, el éxito profesional tal y como lo venden o el dinero… Hay quién se ha hecho de oro por rescatar una idea en el momento oportuno o al acertar con una iniciativa recurrente. No desperdicies ni uno de tus momentos de creatividad, me alegra saber que los valoras.

Un abrazo.
Alberto.

Anónimo dijo...

Por cierto, a mí me dio por escribir, en su momento algo así...

http://adandenada.blogspot.com/2009/10/crees-que-creas.html

Es corto, no te dará tiempo a aburrirte y lo mismo te sonríes.

Un abrazo,
Alberto.

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