No es nada especial, la verdad. Siempre se habla de la capacidad constante para sorprenderse que tienen los niños. Recuerdo la imagen de mi primo viendo cómo nuestro periquito extendía las alas en aquella jaula diminuta, cómo le mutaba la expresión de la sorpresa al miedo y desembocaba en la risa mientras nos miraba a mi hermana y a mí. Él estaba sorprendido viendo una novedad que para nosotros no era más que una rutina de aquel pájaro. Petra, se llamaba (el periquito, no mi primo. Por cierto, él decía "Peta"...).
Y estos días he recordado lo que era de niño porque quizás necesito volver a serlo. Sentado en el salón de mi casa con la televisión encendida he emprendido un viaje hasta Vigo, hasta los años 90, hasta mi habitación un miércoles cualquiera. Con la televisión encendida y un balón de tela (para no romper las cosas) zigzagueando entre mis piernas. De fondo, la 2 (ese canal que todos vemos mucho) retransmitiendo un partido de la Liga de Campeones. Jugaba el Mónaco, eso lo recuerdo; pero no sé contra quién. Aquel equipo de Scifo, Klinsmann, Djorkaeff... Ese es, seguramente, el germen de mi afición al fútbol como espectador. Aquellos partidos de equipos europeos que desconocía pero que me generaban un interés inusitado a mis 13 años.
Recordé, justo, los domingos por la noche, después de la jornada de Liga. "Estudio Estadio" o "En Xogo", con los resúmenes de todos los partidos. Incluso grababa los programas para verlos completos al día siguiente; y en esa época (o antes, ya no recuerdo tanto), "En Xogo" daba la Segunda B y la Tercera División. Y revisaba los partidos, las revistas, los diarios, ávido de información, de datos, de nombres, de curiosidades, de equipos, de países, de ciudades.
Y llegamos a los lunes. Y llegamos a "El Día Después", un programa que me marcó. Mis primeros recuerdos son de Nacho Lewin con varios relojes por muñeca y un tal Robin, un inglés de acento británico que hacía las veces de co-presentador. Aquellos vídeos, aquella forma especial de ver el fútbol, aquel pasar por encima de lo meramente deportivo para hacer hincapié en lo que rodeaba al circo, aquel moverse fuera del rectángulo para buscar la noticia en otro punto de mira, dar otro enfoque a la pasión que nos retrataba, aquel primer plano de la boca de un futbolista despejando las dudas sobre sus palabras; unas palabras antes nunca vistas en televisión. Si me dicen en esa época que algún día estaría en ese mismo programa no sé qué hubiese hecho, cómo hubiese reaccionado.
Ahora que lo estoy, mi reacción ha sido extraña, la verdad. Apática, supongo. Desprendida, a ratos. Desenfocada, en ocasiones. Y me veo en la necesidad de recoger mis 29 años, doblarlos y convertirlos en 18, y volver a plegar el papel para dejarlos en 9. Y renovar ilusiones y jugar a lo que llevo unos años jugando; a ser periodista deportivo. Un juego que quizás se termine, pero que debería ser eterno mientras dure, no vaya a ser que dentro de otros 20 años me descubra en mi salón recordando cómo viví en aquella redacción sin la ilusión que tenía a los 13 y jugaba en mi habitación al fútbol mientras Scifo metía el balón en profundidad a un joven Djorakeff, que centraba a la cabeza de Klinsmann para que anotase el segundo gol del Mónaco en la fase de grupos de la Champions.
1 comentario:
Disfrutalo tío... Un abrazo.
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