El pasado lunes, cuando abandonaba la redacción con la satisfacción del trabajo bien hecho (así nos lo dice uno de nuestros jefes, "podéis marcharos a casa con la satisfacción del trabajo bien hecho"; otras veces, nos suelta un escueto "sí, podéis iros a tomar por el culo...". En plan bien, claro), me crucé con la redactora jefe (o jefa) del Plus. Ella fue la primera persona con la que contacté ante de entrar como becario hace ya algo así como tres años; primero, por teléfono. Después, en persona. Me hizo una corta entrevista, una prueba escrita y poco más.
Aquella vez fue agradable, cercana pero sin pasarse, risueña pero sin estridencias, y acompañaba mis respuestas con la cabeza en movimiento afirmativo. Después, supe poco más de ella. En mi periodo como becario, la saludábamos fugazmente cuando nos la cruzábamos. No nos preguntaba cómo nos iba, qué tal nos sentíamos; no nos señalaba nuestros fallos ni nuestros aciertos. Realmente, éramos becarios de segunda. Para ser importante, tenías que haber hecho el master de El País o el del CES. Si eras de esos, te presentaba a los jefazos y te hablaba más. Si eras, como yo, un becario llegado de una Universidad cualquiera, su trato era correcto, pero sin más.
De hecho, la bautizamos como "La Marrones". De vez en cuando, se acercaba a ti cuando estabas en las cabinas de montaje. Venía por detrás, te daba un toque en la espalda acompañado de un "Hola...". Ahí sí que te preguntaba cómo te iba todo, si estabas contento, si tal, si cual... luego te soltaba el enmarronamiento: "¿Puedes venir el domingo por la mañana a hacer una sustitución (sin cobrar más por hacerlo, pero, claro, eso no te lo digo)?". Tú, becario con ansias de ser más y de quedar bien, le respondías con los ojos iluminados por la fuerza del cariño (y por un foco que te impactaba en la cara): "Sí, claro, por supuesto, a sus pies, soy lo que tú quieras que sea". Y te enmarronaba.
Antes de terminar la beca, se acercó otra vez a nosotros. Esta vez no era para enmarronarnos, sino para decirnos que no había posibilidad de contratarnos, que antes se hacían así las cosas, pero que la situación de la empresa no era la mejor y que tal y que cual. Después, mi último día me despedí con un par de besos y una charla sobre las posibilidades de volver algún día, además de preguntarle por un master que ella misma dirigía. Las sensaciones finales fueron buenas.
A principios de septiembre, a una semana de terminar mi contrato con Cuatro, me la encontré por el pasillo. "¡Mauro! ¿Qué tal?", me dijo con alegría. "No sabía que andabas por aquí". Todo quedó en un "qué haces de tu vida" y un "qué harás después". Dos días antes de terminar, me ofreció el contrato que tengo ahora y que expira el 20 de junio. Desde ese día, poco más.
El lunes, como decía, me la volví a cruzar. Era la primera vez que nos cruzábamos a solas, en la intimidad de una redacción llena de personas. Y yo inicié una medio sonrisa; ella, me acompañó. Levanté la mirada y la clavé en sus ojos; ella, igual. Y en ese breve pero intenso momento en el que nuestros cuerpos quedaron en diagonal, ella gesticuló un saludo mudo. "¿Qué tal?", entendí leer en sus labios. Yo musité un carraspeado "Hola, grnmiengarjerrsirr". Y pasó.
Esos saludos extraños, esos momentos de no saber qué contestar. Esas incomodidades del qué hacer. Me pasan constantemente en la redacción.
A lo mejor, vuelvo a hablar con ella antes del 20 de junio. Quizás, escuche su voz dentro de unos meses, cuando vuelva la temporada y me recontraten para los mismos programas. O, quizás, este saludo en 'mute' sea lo último que hayamos cruzado sobre la moqueta gris de la redacción.
1 comentario:
No tengo dudas de que habrá renovación, no pueden permitirse ese lujo :)
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