Pause

Coger el mando a distancia y darle al pause. Creo que no hay un invento mejor dentro de otro invento. El pause. Te estás meando y un hombre está a punto de resolver la trama, está a punto de devolverte el tiempo que has invertido en observar su vida de aproximadamente 90 minutos, está a punto de desvelarte el misterio. Pero tú te meas. Y es con intensidad. Con esa intensidad que no te permite despistes, porque un segundo de más significa algo así como vergonzoso.

Recuerdo la vez que con más intensidad me he meado en mi vida. Me enfrentaba a cuatro largas y duras horas de examen de Derecho Romano. Llegué a la facultad con la sensación de tripa rota que suele acompañar a esos momentos, los malditos previos del examen, que más de un profesor se empeña en alargar durante segundos que se hacen eternos. Como soy precavido, lo primero que hice, con el programa de la asignatura en la mano como compañero, fue ir al baño. "No vaya a ser que luego...", pensé.

El aula magna estaba repleta de cándidas almas que se enfrentaban al gran hueso de Derecho, a esa asignatura sin la que, se decía, no podías pasar un verano. Un taco de folios en blanco, sólo manchados por mi letra con las diez preguntas a desarrollar en esas eternas cuatro horas. El tiempo pasaba y la tinta de mi pilot se iba impregnando en el papel a la vez que yo expulsaba todos los conocimientos adquiridos (y ya olvidados) en tres meses y medio de vida monacal y opositoril.

Habían pasado casi tres horas y mis tremendas ganas de mear llamaban a la puerta de mi vejiga para preguntar si podían materializarse. Llevaba más de cuarenta minutos retorciéndome en el asiento de madera, cambiando de postura, buscando una que apretase poco esa maldita zona; llegué, incluso, a desabrocharme el pantalón en un último gesto de desesperación. Cuando las ganas ya habían formado ejército y se acumulaban ante la puerta del castillo con antorchas y gritos de "Te vas a mear, te vas a mear", cedí ante la presión.

Me levanté. El profesor (¡¡de Romano!! Repito: ¡¡de Romano!!) me miraba fijamente; admiraba mi caminar retorcido, mis piernas a lo Lina Morgan y mi botón que asomaba desabrochado en la bragueta. Su estupor se tradujo en un "¿qué quiere? Para responder a las preguntas ya me acerco yo a su sitio". "No, mire... sé que le va a parecer raro... necesito URGENTEMENTE ir al baño". Ante mis mayúsculas asintió con la cabeza. Yo, no contento con eso, le hice una proposición indecente: "Puede venir conmigo para ver que no copio...". Gracias, Mauro, eres más gilipollas de lo que pensabas.

En fin, que meé. Pensé que me torturaría, porque era el profesor ¡¡de Romano!! Repito: ¡¡de Romano!! Pero fue bueno, fue mejor que Cayo con Ticio (chiste de romano. Repito, de romano).

Como decía, que te estás meando y le puedes dar al pause. El hombre se queda congelado y espera gentilmente a que tú te tranquilices. Y sin pedirte nada a cambio. Luego retomas la posición, vuelves a tomar el mando, y permites al amable caballero que prosiga con sus avatares. Y quien dice mearse, dice recibir llamada de teléfono, sufrir una caída grave mientras intentas imitar la patada voladora que él acaba de hacer o recoger las palomitas que se te han caído por hacer el imbécil con ellas lanzándolas al aire a ver cuántas caen en tu boca.

Pero el botón de pause sólo existe en los vídeos (bueno, DVD, Blue ray, televisiones molonas de nueva generación o lo que sea). En la vida no tenemos ese botón de pause. Nos mintieron en el anuncio de Kit-Kat, es cierto, porque no existe un botón de pause.

Yo, si no os importa, voy a probar a darle al mío, que no tengo ganas de aguantaros ahora.

Yeva.

4 comentarios:

Yagoi de los bosques dijo...

No veas la de veces que le doy al Pause cuando leo tu blog. Pedante!

Anónimo dijo...

Pufff, y no empecemos con el foward, el rewind y el stop... entonces el video, dvd o lo que sea... se para, y todo vuelve a empezar; me un poco de miedo, la verdad.
Yo la vez que más me he meado en mi vida fue viendo la pelicula de Titanic en el cine, con venga de agua y venga de agua y yo meándome y sin poder levantarme para no perderme ni un minuto de esa historia de amor (era adolescente y entonces el amor era más importante que el derecho romano) (creo que lo sigue siendo)
Lasiguanastambienmean.com

M€ dijo...

¿Pedante? Esto es lo menos pedante que he escrito en mi vida. No he entrado en tu blog aún, pero veo que se titula "El otro día me acordé de ti". Espero que sea un post dedicado a la meona.

¿El amor? Eso es un invento de los americanos para que compremos condones.

Os dejo que me estoy meando.

Alnitak dijo...

Mi Derecho Romano se llamaba Historia Económica, y como era mi primer exámen de mi primer año en la universidad y yo era un poco pringada, dejé la última pregunta sin contestar y me fui al baño porque ya no aguantaba. Luego descubrí que se le podía pedir permiso al profesor y comencé a salir en los exámenes de más de dos horas (yo aún no lo sabía pero fue el momento en el que comencé a seguir al Gran Malavia, ;-).

pd. A la Iguana le digo que lo de Titanic es publicidad subliminal o algo, yo también me meaba durante la peli con tanta suerte que salí al baño justo cuando el barco se partía en dos, menos mal que luego repitieron la escena hasta la saciedad. ;-)

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