Aquella Sonrisa...

Todo empezó un día, a eso de las 12 de la noche, en Barcelona. El aire a gazpacho y a festivo entre semana se escapaba de las gradas con un invitado del sur como espectador de excepción. Desde el verde, su figura se deslizó sorteando rivales y líneas blancas. Cuando la vista aún no alcanzaba la meta, el cañón disparó su bala; golpeó en el travesaño, rebotó contra el suelo, y repitió movimiento. Aquel día nacía una nueva sonrisa. Aquel día empezaba una nueva etapa.

A veces dos años son suficientes para justificar una decisión. "Lo hice; fueron dos años, pero fueron increíbles". A lo largo de ese tiempo, a lo largo de esos dos años, quedaron recuerdos en el camino que el tiempo no ha podido borrar. Fue la dentadura más desestructurada del Universo, la mirada más desviada de la Tierra y el gesto más reconocible del Mundo. Fue el rey durante 690 días, el emperador absoluto, la figura más rimbombante y el objetivo más perseguido. La corona no era de oro ni de plata, sino que estaba recubierta de admiración y de aplausos.

Duró dos años, pero fueron interminables. Ató el balón a la bota y dibujó regates y figuras inimaginables. Convirtió la rigidez en elasticidad, la dureza en gomas de borrar y le añadió la potencia y la fuerza que nace de la naturaleza, la que viene impuesta del más allá, la que no hace falta ni se puede entrenar. Y regaló constantemente; envolvía paquetes que desataban pasiones y siempre terminaban besando redes. Y lo hizo con un esférico. Qué mejor reflejo de la perfección que la esfera a la que le daba sentido con cada intento de magia, con cada destello de un imposible que recobraba sentido con él.

Y sonrió. Tanto lo hizo que llegó a su final así, mostrando el marfil. La alegría le llevó a querer alargar la vida, a hacer los días más cortos y a pensar que la luz del sol ya no era para invertir en trabajar, sino en desaparecer del mundo con los ojos cerrados. Y la sonrisa se le bajó a las abdominales y desató la rumorología. Y el rumor se convirtió en realidad. Y el cuero seguía atado, pero a un tercio de la velocidad irracional de antes.

Nunca había visto nada como aquello. El otro día, recuperaba en mi memoria a Ronaldinho, que fue el reflejo de lo que tiene que ser el fútbol, de la alegría que tendría que desbordar el deporte profesional, de la identidad que tiene que reflejar un brasileño cuando le dan permiso para hacer disfrutar, para demostrar que tienen las caderas más que para bailar samba. Al ver las imágenes recordé que es lo más impresionante que se ha visto en los últimos años y que tardaremos décadas en volver a ver una mezcla similar de fuerza, velocidad, técnica y potencia en una misma persona. Que era diferente e incomparable. Que aquella sonrisa mal dibujada por los genes escondía dos años de fútbol que nadie nos podrá quitar nunca.

Y me quedé extasiado delante del ordenador sin poder dejar de recordar aquella sonrisa.

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