Gris, Tu P... Madre

"Eres un hombre gris". Me lo soltó como quien desploma un piano desde un quinto piso y se largó por la línea del horizonte de los finales de las películas. Era verano y era en Playa América. Aquella chica desnudaba mis inseguridades con aquellas palabras. El origen: mi afición al fútbol.

Para ella, que me gustase el fútbol me convertía en un infraser, en un despojo humano apartado de la literatura, las películas subtituladas en blanco y negro y la ciencia de apreciar el florecimiento de una hermosa flor en una ladera verde y soleada. Me despojaba de la poesía de la vida, me reducía a un cuarto oscuro en el que tan solo se vislumbraba un televisor encendido con un Borussia Dortmund - Juventus y una portada del Don Balón sobre un colchón. Y allí, alejado del mundo de color, en aquel cuartucho con olor a humedad y a muebles apolillados, me desintegraba en una escala de grises que representaba mi vida como un río putrefacto que moriría en el llanto de una cascada.

Se llamaba Leticia. Casualmente, nombre que nace de la palabra "alegría" en latín. Y era lo que había utilizado para golpearme; su sonrisa profident, su caminar a saltitos y su imagen de rubia de la casa de la pradera. Todo era una fachada, por supuesto. Después de aquel verano, se metamorfoseó en una pi-hippie (mezcla maravillosa de pija burguesa de izquierdas con aires de revolución que muere en la orilla de los 18 años). Pero yo seguía siendo, a todas luces, un gris.

El tiempo pasó, como pasan todas las cosas inevitables. A través de los años, pocas veces más tuve que encontrármela. Alguna ocasión después del colegio, en Santiago. Siempre soltaba alguna perla directa a mi autoestima. Ella, desde un púlpito imaginario, desglosaba con desaire cada una de mis circunstancias vitales. Yo, por suerte, había entendido a lo largo de ese tiempo que no era más que un muro de contención para salvar lo insalvable. Para mí, desde mis 23 años, ya era difícil que aquella chica desnivelase mis medidas creencias y mis valores apuntados a fuego en una libreta que guardaba en el cajón.

En alguna ocasión se encontró a mi madre por la calle. Yo ya estudiaba periodismo y empezaba de becario en algún medio de comunicación deportivo. Al saberlo, le espetaba a mi madre, con aire de condolencia, un ufano "ya se le pasará...", como el que sabe que las cosas pasan: la adolescencia, la pubertad, los tiempos difíciles, las enfermedades, el fútbol... (¿?).

Daba igual una beca en El País, daba igual una acrecentada afición por la escritura, daba igual un interés cultural un poco más arraigado. El gris era el color que nos definía a los enfermos de espectáculos mediocres en los que se reflejaban todas nuestras inseguridades. Ya se nos pasaría; ya un hábil investigador encontraría una solución en los sumideros de su laboratorio, en el que guardaba cerebros lisos en los que se dibujaban estadios con el césped recién regado y botas de tacos; ya, algún día, dispondríamos de lucided suficiente para salir de la caverna, encontrarnos con Platón y tomarnos unos vinos con Hemingway; ya entenderíamos, algún día, que el fútbol es para brutos, para gañanes de sangre caliente.

Supongo que aquella chica rubia que nos decía un verano que estaba leyendo sobre la meditación y que había alcanzado el Nirvana, llegando a levitar hacia su ventana con la sensación de volar por encima de las casas, no había reparado en que algún Premio Nobel, como Camus, Günter Grass o Cela, hablaba de fútbol; o que Javier Marías, Eduardo Galeano, Vázquez Montalban o Benedetti hacían lo mismo, inyectando sobre el papel la pluma con tinta del llamado deporte rey. Seguro que no conocía "Caldera de pasiones", de Carlos Toro; o "Fiebre en las gradas", de Nick Hornby; seguro que no se ha parado a echarle un vistazo a "Informe Robinson". Seguro que le resta importancia a un hecho más allá del mero deporte.

No solo el fútbol, sino todo el mundo del deporte está lleno de historias que se resarrollan con él de fondo, y donde lo importante no es que "un portugués, hijo puta es" ni que Cristiano Ronaldo tiene botas nuevas ni que Messi noséqué ni que Maradona es el amo de la metadona. Para bien o para mal, es necesario hablar del deporte como reflejo de la sociedad y como epicentro, muchas veces, de filias y fobias, de análisis psicológicos, de estudios sociales. Sin darle importancia vital, pero sin restarle la que tiene.

Mi padre siempre fotografiaba una realidad como un templo. "Si dicen que dan trabajo a todos los parados del mundo, seguro que la gente no sale a la calle a celebrarlo como hacen en el fútbol". Seguramente no. O sí, vete tú a saber. Y de esta verdad nacen otras. Como la de quien es capaz de sentir como propio algo que es tan ajeno. Por qué, como dice Hornby, sientes cercanos a los jugadores de tu equipo o te sientes dueño de las derrotas y de los triunfos. Si Barcelona 92 supuso una muestra al mundo de España a través del deporte, por qué rechazarlo. Si la filosofía es preguntarse cosas que pasan, algo significará el "¿Por qué?" del mediático Mourinho...

No quedaría completo esto sin hablar de los cazurros que se desfogan en los estadios. Lo siento, pero la demagogia me lleva a contestar que el que es cazurro, lo es en cualquier lugar, y la masa es peligrosa allí donde se reúna (vamos, un "el que es gilipollas español, es gilipollas español", de Del Bosque). A mí, personalmente, me da mucho miedo un concierto del chaval este del flequillo (Justin Bieber, coño, que no me salía el nombre) con adolescentes desatadas en gritos y lágrimas. Prefiero otras aficiones, la verdad.

El fútbol es una cosa más de la vida. Es un hecho. Podemos apartar la mirada o seguir con atención cómo ha evolucionado ese opio del pueblo en el último siglo. Desde una mirada crítica o desde un análisis favorable. Da igual, pero se puede hacer y no por eso ser gris. Cada uno lleva una historia en la mochila que para él es importante. Si tiene que ver con el deporte, ¿importa? No se paró a pensar aquella nieta de escritor en la labor social, en la reinserción, en la posibilidad de apartar una vida que no te gusta centrándola en otra actividad.

A mí, la próxima vez que alguien me insinúe mi color por mis aficiones le diré: "¿Gris? Gris, tu puta madre".

4 comentarios:

Enrico Palazo dijo...

Ah... la grisez, ese color. No deberia preocuparte pues es facilmente cambiable por el negro licor o el blanco vino. Ademas el gris es el emblema de la elegancia y el saber estar, como bien demuestra el "world best dressed men" su alteza carlos de inglaterra con sus impecables chaques grises en las bodas reales. Creo que este fin de año deberias ver de alquilar uno.

Atentamente

Diebelz dijo...

Totalmente de acuerdo con lo que escribes e iría más lejos: yo le pondría a la pi-hippie o al esnob de turno un espejo y le explicaría que lo que ve es al auténtico hombre gris. El fútbol es un impecable reflejo de la vida y encierra incluso belleza, poesía. Ver jugar al mejor Barça es como ver una obra de danza de Pina Bausch o ese toque de Reus (de mi Borussia Mönchengladbach que está jugando como hacía años que no los veía) roza un lirismo tan potente como pudiera exhibir un Mario Benedetti. Pero bue, hay gente cultihablante que se pierde lo mejor de la vida...

¡Saludos!

M€ dijo...

¡¡Casi líderes y con Reus dando lecciones!! Muchas gracias por el comentario... poco más que decir.

Enrico, eres sabiduría y belleza en movimiento. Y veloz. Y siempre estás de buen humor.

Bell2 dijo...

Yo más que gris te veo bastante blanquito, sobre todo cuando no puedes ir a Vigo en verano. Y de todas las actitudes tontas e inútiles que surgen al juzgar a alguien, menospreciar a otro sólo porque no te guste a ti lo que a él es, sobre todo, ridículo. Perdió ella claramente, y el tiempo lo ha demostrado.
Además, a mi me gusta mucho tu perfil de infraser. Te da un aire mucho más elegante y glamuroso.

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