Si hay algo característico de las grandes ciudades es el metro, ese gusano de acero que recorre el subsuelo para dejarte en la otra punta de la ciudad en un tiempo que por el exterior sería inimaginable. Dicen que Madrid tiene una de las mejores redes de metro del mundo (o de Europa, no sé), pero para mí ese maldito gusano tiene algo que destaca por encima de todo: las historias. La verdad es que te pueden pasar mil cosas en él y puedes ver a otras tantas personas extrañas que lo habitan.
Aquí ya he escrito algunas de ellas, algunas más oníricas, otras más "metafóricas", pero que poco tenían que ver con la realidad del día a día. Borrachos, yonkis, mendigos, sordomudos disfrazados u hombres de negro. Todos ellos conviven en un universo paralelo bajo el asfalto, cerca de las profundidades. Gente que sólo te puedes encontrar en el metro.
Negra sombra por compasión
Son muchos los que piden por los vagones. Alternan su paso por ellos según el número de paradas. Invierten los segundos que dura el viaje de una parada a otra para tratar de recaudar dinero, ya sea mediante música, pena o silencio. Yo no suelo dar dinero a la gente que pide en el metro. Sí más a los que tocan en los pasillos, pero no a los que se dedican a convertir el vagón en su escenario particular. No lo hago por dos razones: la primera, casi siempre me molestan, ya sea cuando leo o cuando escojo la música que quiero escuchar, no la que me imponen ellos con sus pequeños amplificadores; la segunda, a veces me escondo detrás de ese cinismo barato del "es que si le doy a uno, le tengo que dar a todos".
Cuando simplemente piden me lo pienso más. Me refiero a que soy más reacio a sacar mis monedas de la cartera. No sé por qué, quizás es que lo de ser buena persona no se me da bien. Pero a todo esto hay una excepción.
Fue hace un año como mínimo. Yo estaba apoyado sobre la puerta (la del lado que no se abre) mirando hacia el resto del vagón mientras escuchaba música. El metro se paró, abrió sus fauces, y por ellas entró un personaje diminuto, pequeño, débil, ínfimo. Iba mal vestido y algo sucio, con la ropa deshilachada y desprendiendo un olor a llevar horas recorriendo el subsuelo o las propias calles.
Las puertas se cerraron y, en cuanto empezó el movimiento, aquel hombrecillo pidió un minuto de nuestra atención:
"Señores, señoras, no querría molestarles, pero voy a recitar un poema". Ante esta declaración de intenciones, le di al stop y le presté atención. ¿Con qué nos deleitaría? ¿Un Bécquer cursi y manido? ¿Apostaría por algo más moderno? ¿Se arriesgaría con un extranjero? Antes de empezar, hizo una breve presentación: "Bueno, el poema es uno que me gusta mucho, y es de Rosalía de Castro". ¡Claro! Aquel acento le había delatado; era gallego y, buscando entre sus raíces, pensó que qué mejor manera de obtener un poco de dinero que recitando a la poeta compostelana. Y, sin más, empezó a recitar. Lo hacía en bajito, mirando al suelo, como un niño que se levanta delante de toda la clase para dar la lección ante la atónita mirada de sus compañeros. Y, así, empezó:
Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,
ó pé dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.
Cando maxino que es ida,
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa.
Mi alma gallega se resquebrajó, no podía ser inmune a aquello, a aquel ser ínfimo con voz de pito que recitaba por completo el poema de Rosalía. La negra sombra me asombró. Saqué mi cartera y, nada más terminar, me acerqué a él, le di las gracias por el poema y unas monedas. Ay, ese día me sentí gallego, amigos.
Halloween en mute
Una de las últimas historias me pasó hace muy poco, el 1 de noviembre, con la celebración de Halloween en pleno metro. Era la una y media de la mañana de un sábado y yo salía de trabajar con el diario de El País del día siguiente bajo el brazo. En el metro conseguí un asiento y, entre el alboroto de los disfraces, me puse a leer en plan intelectual la edición de un periódico que no había salido aún a la luz.
En cada estación, mientras nos acercábamos a Gran Vía, se subían más y más gente disfrazada y medio borracha gritando, cantando y comunicándose con los otros enmascarados mediante sonidos guturales (dos cosas sobre esto: en Madrid está prohibido beber en la calle; en el metro, te puedes llevar un bar montado que no pasa nada. La otra, que Halloween, además de una americanada, es una fiesta en el que los tíos se disfrazan para ser más feos y las tías para enseñar el máximo escote que puedan. De vampiresa, sí, pero que cobro por ello...). Sólo había un grupo cuyos sonidos guturales eran más constantes. Alcé la vista y empecé a fijarme en ellos. Era un grupo de mudos (sordos también, supongo), jóvenes y disfrazados para la ocasión. Vasos de plástico en la mano con licores espirituales y haciéndose coñas entre ellos. Pero todo en un medio silencio.
Una de las jóvenes (porque eran muuuuy jóvenes) me miró. Me llamó con gestos y con garganteos y al final decidió echar su mano, maquillada de blanco, sobre mi periódico. Ahí empezó una conversación por signos. Ella me decía que le parecía muy bien que, mientras los demás bebían y se lo pasaban bien, yo me hiciese el intelectual con cara de gilipollas leyendo el periódico. Yo, por señas, le contesté que estaba cansado y que me iba a casa a dormir. Ella, pizpireta, me contestó que se iban de fiesta, que iban a beber y que lo de dormir no lo contemplaban. Yo le sonreí y le dije, de nuevo por señas (soy mejor de lo que creía) que me parecía muy bien, pero que yo estaba taaaan cansado que sólo quería dormir.
Llegó Gran Vía y nos bajamos todos. Los sordos, los mudos, el que va de intelectual, los gañanes maquillados y las vampiresas a sueldo rollo Montera.
Casualidades
Hace 2 años
4 comentarios:
Es un post muy inspirador... tanto que no se que decir.
No digas nada, sólo bésame.
No entiendo que nadie haya hecho referencia a la frase "doy dinero a los que tocan en los pasillos". Vaya, estoy tan salido que hasta pago porque me toquen...
¿Hay alguien ahí? No, ¿no? Mejor.
Admito que este es un comentario que pongo para que cuando en una revisión de los post y los comentarios, me haga gracia a mi mismo. Uno es así, un gromenagüer (esto último es para sacarme una sonrisa a mí también).
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