El portero, ese personaje. Supongo que la gente se preguntará cómo uno llega a ser portero de cualquier deporte que lo demande. Es como ser árbitro... Yo fui portero. Mi razón, el asma. Se supone que si corría mucho me ahogaba, así que la estatua inamovible durante la mayor parte del partido que representa el defensor de la portería parecía la mejor opción para entrar en el equipo del colegio (realmente me hice portero el segundo año, después de una nefasta temporada). Lo fui de fútbol sala. Mi cueva era de red blanca y palos rojiblancos. Lo tuve que dejar por una bursitis en el codo, y sólo de vez en cuando he recuperado el tiempo pasado (como cuando me rompí una uña).
El portero, ese hombre. Es un antihéroe del fútbol; también en balonmano y en hockey (hielo, hierba o sobre patines). Vive solo en casi la totalidad del tiempo que dura el partido, atrapado en una dulce locura que le caracteriza. El portero, un jugador que en el campo sufre las mayores frustraciones. Sus fallos suelen ser los más recordados. También los del delantero, pero él tiene el premio del gol. El único premio del guardameta es el parar un penalti, pero para restarle mérito ya existe el dicho de "el penalti no lo para el portero, lo falla el jugador". Un dicho que resulta importantísimo para entender la figura del portero desde fuera; se distingue al portero del jugador, como si el primero careciese de la importancia que tiene el defensa, el mediocampista o el delantero.
Pero bendita locura la del portero. Higuita, con su escorpión en Wembley, la capital europea del fútbol; Jorge Campos, con sus camisetas horteroides y su alma de delantero centro; el desquiciamiento habitual de Chilavert, ese entrañable gordo que lanzaba las faltas como el mejor Maradona; o el máximo goleador, Rogerio Ceni, que demostró que los brasileños son especiales en el fútbol hasta cuando son porteros. Y eso que Brasil es el país en el que menos importancia han tenido ellos en la historia del fútbol. Sólo uno es recordado generación tras generación, y para eso, se le recuerda con odio. Se llamaba Barbosa y fue el triste protagonista del Maracanazo, una "tragedia" clásica que se vivió en Brasil, en 1950, en su Mundial, cuando todo estaba a su favor. Brasil perdió la final de ese Mundial en un Maracaná repleto hasta la bandera. De nada vale que los goles sean de Schiaffino y Gigghia, porque el mundo del fútbol recuerda a Barbosa, que fallecía en el año 2000 con la sombra del recuerdo nefasto del 50 y la indiferencia y odio de todo un país que vive por y para el fútbol.
Genio y figura, el portero. La imagen de la soledad. En los deportes de equipo, él es la imagen marginada, en una punta del campo, expectante de que, de sopetón, le llegue un balón. Si la caga, la caga; si la para... es lo que tenía que hacer. El solitario, el guardián de la puerta, el Can Cerbero, que protege la puerta del infierno... el puesto más poético del fútbol, seguro. Y a veces se le va la cabeza y se dedica a tratar de marcar goles, en lugar de pararlos; así lo escribí en El País Digital (vale, es que no me apetece repetir lo que ya escribí; por cierto, el titular no era ese, sino "Porteros contra natura", pero me lo cambiaron... cabritos).
Ayer, Casillas nos recordó lo importante que puede ser. Paró un penalti, salvó el empate casi al final. El mismo que ha demostrado, también, que el portero puede ser como el quarterback y quedarse con la tía buena, ayer se erigió en el símbolo de una selección que hizo historia. Repetida hasta la saciedad es la imagen del portero vestido de negro alzando la Eurocopa; esperemos que esa misma imagen se repita dentro de unos días, pero ahora levantando la copa dorada de campeones del mundo.
Y si lo hace, será el portero el protagonista, esa figura especial del fútbol.
Casualidades
Hace 2 años
1 comentario:
Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.
- Daniel
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