El paso del tiempo. El tiempo, ay, el tiempo; ese enemigo inexorable, ese maldito señor que te va dando palmaditas en la espalda y te va empujando sin que tú puedas hacer nada para evitarlo. Cada día que pasa soy más consciente del paso del tiempo y de que yo mismo lo soy. Soy tiempo.
Desde hace meses noto más la importancia del tiempo, todo el que perdemos y que no podemos recuperar. Si tuviese que explicarlo con palabras, si tuviese que elegir un elemento material para que alguien fuera de mí pudiese entender cómo está pasando el tiempo por encima de mí y lo inevitable que veo ese recorrido, lo haría a través de un pelo. Un simple pelo de los miles que pueblan mi cabeza (de momento, y espero que por muchos años).
Y es que el pelo es uno de esos referentes en el paso del tiempo. A los hombres, su perdida o su crecimiento nos determina mucho. La barba que te crece... en algunos casos, claro; el pelo del sobaco que te dice que vas a empezar a sudar más y que algún sentido tuyo lo va a sentir con más intensidad; el pelo en el pecho o el temido y rebelde pelo de los lugares donde nunca debería de aparecer, como la espalda, las orejas o la nariz. El pelo tiene la cualidad de aparecer con el paso de los años. Eso sí, el pelo especial es el de la cabeza, el que nos da una imagen, el que puede llegar a identificarnos ante otras personas. "¿Te acuerdas de ese tío, el de pelo largo/coleta/rapado/de marica/de modelo...?". Justo ese pelo recorre el camino inverso que el resto que puebla el cuerpo. Con la edad lo vas perdiendo.
Dice una leyenda urbana de esas que no sé si está probada pero que todos nos creemos que si tienes canas pronto es que no te vas a quedar calvo. Es decir, el antídoto contra la calvicie es algo tan externo a nosotros, algo que depende tan poco de uno mismo, que nos agarramos a él en cuanto podemos. Yo, por lo menos, lo hago en esas noches tormentosas en las que, metido en la cama y tapado hasta la nariz, la idea de quedarme calvo por culpa del paso del tiempo se acuesta a mi lado y me desvela.
Hace unos años, mientras me miraba al espejo (no sé qué hacía, supongo que ensayaba caras), me descubrí un pelo blanco en el medio de la mata de la cabeza. Ahí puesto, sin inmutarse, diferenciándose de los demás por el efecto que la luz hacía en él, devolviendo un reflejo de luz blanca y virginal. En el centro geométrico de la cabeza, cerca de la frente, un único poblador blanco en una tierra de castaños. Supongo que habría llegado allí solo para investigar el terreno, para ver cómo están las cosas por ahí para trasladarse y, con él, toda su familia. Las canas son como los gitanos, con familias numerosas, llenas de hijos, primos, primas, abuelos, tíos, amigos de los primos... Como un extraterrestre que se da una vuelta por la tierra para saber si podrán conquistar a los humanos fácilmente.
Ahí fui consciente de que el tiempo pasaba. Un único pelo fue la prueba de que mi pacto con Dios para ser eternamente joven, para que el síndrome de Peter Pan tuviese un reflejo físico, no era tan real como me había parecido durante los años en los que era un simple imberbe de 20 años. El tiempo pasaba incluso sobre mis rasgos aniñados. Maldita sea... ¡Eh! De maldita sea nada, todo tiene un lado positivo. Lo mejor es que, según esa leyenda urbana en la que creo y confío, la aparición de aquella cana significaba que no sería calvo.
Esa cana me enseñó algo tan importante como que el tiempo pasa y que hay que saber aprovecharlo. Desde aquel día, la cuido, la mimo, la peino y la lavo con un champú especial, nada de anticanas. Y mientras pasa el Señor Tiempo, yo visito el espejo de mi baño para ver cómo va la colonización de mi cabeza.
De momento, la cosa va lenta. Seguiremos informando. Pero sí, soy tiempo.
Casualidades
Hace 2 años
2 comentarios:
Creo que me he equicocado de blog.
Buscaba uno que tenía una cara en un lateral y era no de color marrón...
Vaya vaya, veo que alguien ha cambiado de vida!
Ano nuevo, vida nueva.
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